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El campo de concentración de San Pedro de Cardeña

Entre 1936 y 1947 se retuvo a casi medio millón de personas en 188 campos de concentración franquistas. El último de ellos, en Miranda de Ebro, se cerró finalmente en 1947 (Javier Rodrigo, Cautivos, 2005, p. 308). Uno de los campos más importantes ocupaba parte del antiguo monasterio de San Pedro de Cardeña, unos 10 km al sureste de Burgos. Sobre todo, se conoce San Pedro por ser el campo de concentración por ser destino de brigadistas internacionales y otros prisioneros extranjeros capturados a lo largo de 1938-9. Sin embargo, antes desempeñó un papel importante en el desarrollo del sistema de reclusión franquista, concretamente durante la ofensiva rebelde de 1937 contra las provincias costeras del norte de Vizcaya, Santander y Asturias, controladas por los republicanos. San Pedro también merece ser recordado por las investigaciones de Antonio Vallejo Nágera para encontrar el «gen rojo». Los resultados de sus estudios basados en los prisioneros extranjeros y otros se utilizaron como justificación del sistema de represión franquista durante y después de la guerra.   

San Pedro y la Guerra del Norte

En diciembre de 1936, tras el fracaso de la ofensiva militar de los rebeldes sobre Madrid, su autoridad estableció campos de concentración en varias localidades del norte de España. Estos primeros campos solían emplazarse en castillos, fortalezas o monasterios. Uno de ellos fue el de San Pedro: el monasterio, que llevaba cerrado desde 1922, se consideró adecuado para 1.200 prisioneros, que serían confinados en grandes habitaciones en lugar de en celdas. 

A principios de 1937 el campo comenzó a llenarse de hombres trasladados desde otros campos del norte de España. Antes de llegar a San Pedro, estos hombres habían pasado por el sistema de selección franquista que clasificaba a los prisioneros en función de su lealtad: Aa o  afectos (partidarios de los rebeldes); Ad dudosos (de dudosa lealtad); B reaprovechables (redimibles); y criminales. Los hombres enviados a San Pedro estaban clasificados como Ad o B. 

La campaña rebelde contra Vizcaya, iniciada el 31 de marzo de 1937, supuso la captura de miles de personas, tanto civiles como miembros de las fuerzas republicanas. Muchos de ellos, tras la criba, fueron enviados a San Pedro. El proceso de cribado era rápido: tras la caída de Bilbao el 19 de junio se estableció un campo en Deusto donde, en los últimos diez días de julio, la comisión de clasificación filtró a 536 prisioneros. Mientras tanto, en Murgia (cerca de Vitoria), durante todo el mes de julio se examinó a una media de 100 personas en jornadas de diez horas, es decir, un caso cada seis minutos (Rodrigo, p. 54). 

La ocupación de Santander por las fuerzas de Franco en agosto de 1937 supuso la captura de unas 50.000 personas, mientras que el fin de la resistencia republicana en Asturias, dos meses después, produjo otros 33.000 prisioneros. En septiembre y octubre de 1937, 5.699 de estos hombres fueron trasladados a San Pedro, que funcionaba como campo de tránsito: los prisioneros pasaban unas seis semanas allí hasta que eran enviados a otros lugares en batallones de trabajadores de 600 hombres cada uno.  Durante 1937, según el exhaustivo estudio de Javier Rodrigo sobre el sistema de campos de concentración, unos 10.000 hombres salieron de San Pedro formando parte de batallones de trabajadores; 3.000 de ellos fueron enviados a trabajar en la gigantesca mina de hierro de Gallarta, cerca de Bilbao (Rodrigo, pp. 73-4).

Prisioneros construyendo una carretera cerca de San Pedro de Cardeña

Las condiciones de vida en San Pedro eran muy similares a las de la mayoría de los campos. En palabras de Rodrigo: «piojos, frío, hambre, sed, humillación, aculturación y castigo«, así como las enfermedades, que eran la principal causa de muerte, provocadas por el hacinamiento y las malas condiciones.  Los prisioneros sufrían lo que Rodrigo llama sanpedronitis, «la dolencia más generalizada: la caída de los dientes, las encías sangrantes, derivadas de la mala alimentación y la escasez de vitaminas” (Rodrigo, pp. 161-2).  Aunque el campo estaba, según él, mal vigilado, hubo pocos intentos de fuga porque los prisioneros estaban demasiado débiles físicamente. La excepción fueron seis brigadistas alemanes que se escaparon en un intento de evitar la atención de la Gestapo y/o su traslado a Alemania: fueron recapturados, devueltos a San Pedro y castigados brutalmente. Aunque San Pedro, a diferencia de la mayoría de los campos, disponía de un centro de salud, la única medicina disponible era la aspirina. La investigación realizada por Carl Geiser, brigadista internacional encarcelado en San Pedro, en la década de 1980 reveló la muerte de 66 prisioneros españoles y 10 extranjeros en el campo. (Geiser, Prisoners of the Good Fight, 1986, pp. 115-6.)

Geiser describió así su primera tarde en San Pedro: 

Se apiñó a varios miles de prisioneros vascos y asturianos vestidos de paisano en una zona entre nosotros y el césped… Entonces apareció un sacerdote alto y delgado, un franciscano, que vestía una larga túnica marrón con un cordón blanco. Desde un montículo, en una homilía de veinte minutos, explicó por qué el fascismo era preferible a la democracia y al comunismo. A continuación, un comandante de baja estatura y edad avanzada -el comandante del campo- y varios oficiales entonaron el himno fascista Cara al Sol. La ceremonia concluyó con un oficial gritando «¡España!», a lo que los prisioneros españoles respondieron «¡Una!»; un segundo «¡España!» y la respuesta «¡Grande!»; un tercer «¡España!» y un sonoro «¡Libre!». Luego, tres gritos más débiles de ‘¡Franco!’ sincronizados con el brazo alzado y bajado.

Geiser, Prisoners of the Good Fight, p. 104.

A principios de abril de 1938, cuando llegaron los primeros internacionales, había en el campo unos 2.000 prisioneros españoles. Para el 10 de junio, el número total de hombres en el campo había aumentado a 3.673, el triple de la capacidad estimada inicialmente. Sin embargo después, San Pedro y muchos de los otros campos del norte perdieron importancia como centros de retención de prisioneros españoles: las derrotas republicanas en Aragón en marzo-abril de 1938 y la ofensiva insurgente en Cataluña en diciembre de 1938 llevaron a la apertura de nuevos campos en el territorio recientemente ocupado.

San Pedro y los prisioneros internacionales

Varios factores influyeron en la decisión de concentrar en San Pedro a los extranjeros capturados, incluidos los miembros de las Brigadas Internacionales. Bajo presión de sus aliados italianos y alemanes, el régimen de Franco decidió intercambiar estos prisioneros por soldados y aviadores italianos y alemanes presos en las cárceles republicanas. Anteriormente ya se había intercambiado un pequeño número de prisioneros extranjeros, aunque a menudo se había fusilado a los brigadistas internacionales al ser capturados [Geiser enumera datos de 172 brigadistas de Estados Unidos fusilados tras su captura entre abril de 1937 y septiembre de 1938].  La decisión de enviar a los extranjeros capturados a San Pedro se tomó días después de la captura de un gran número de brigadistas en Aragón, incluido Geiser, que era comisario político del Batallón Abraham Lincoln. Su libro, Prisoners of the Good Fight, es el mejor relato de la experiencia de prisión en San Pedro por parte de un internacional. 

A principios de mayo de 1938 había 625 internacionales en San Pedro. Los grupos más numerosos procedían de Gran Bretaña e Irlanda (149), Estados Unidos (74), Francia (48), Alemania y Austria (44), y Polonia (32); el resto procedía de otros 33 países. No todos eran brigadistas. La investigación posterior de Geiser descubrió una lista oficial de 653 extranjeros en San Pedro en fecha 10 de septiembre de 1938: 130 eran hombres que habían luchado en unidades del ejército republicano. Tampoco eran todos militares: entre ellos había 41 civiles sospechosos de apoyar a la República, entre ellos dos camioneros franceses que se encontraban en España para comprar naranjas. (Geiser, Apéndice 2). 

Para las autoridades rebeldes, los prisioneros extranjeros de San Pedro eran excelente material de propaganda, ya que eran prueba de la presencia de combatientes extranjeros en el ejército republicano y, por tanto, daban respaldo a su intento de justificar que ellos mismos dependían de la ayuda militar alemana e italiana. Afirmar que España había sido invadida por un ejército de comunistas también contribuía a su intento de justificar el golpe militar de julio de 1936, que, según se afirmaba falsamente, había impedido una planeada toma de poder comunista en España. Se produjeron varias películas de propaganda, entre ellas “Prisioneros de Guerra” (1938).

En la película se presenta una imagen de la vida en las cárceles que contrasta fuertemente con las condiciones brutales y deshumanizadas descritas en las memorias de los detenidos, ya sea en San Pedro o en cualquier otro centro de reclusión de la España franquista. Muchos de los prisioneros retratados claramente no son internacionales, a pesar del comentario introductorio, que afirma que el «oro soviético» había atraído a los brigadistas a España, y que eran «despojos humanos» en proceso de rehabilitación gracias a la generosidad de la España de Franco.  

Se mantenía separados a los prisioneros extranjeros y a los españoles unos de otros, aunque las condiciones que soportaban eran muy similares: mala alimentación, falta de ropa adecuada –especialmente grave en el frío invierno burgalés–, instalaciones sanitarias deficientes, ausencia de camas (muchos dormían en un suelo de hormigón) y la atención constante de las alimañas. Como a los internacionales no se les permitía –ni se les exigía– trabajar y sólo se les permitía salir del campo de forma intermitente, sus días solían transcurrir hacinados dentro de las insalubres salas donde dormían. Aparte de las salidas ocasionales al río para lavarse, rara vez disfrutaban del aire fresco o del ejercicio. El hecho de que permanecieran detenidos en San Pedro tanto tiempo –mucho más que las seis semanas que soportaban los prisioneros españoles– hacía que estas condiciones fueran especialmente insalubres. Algunos de los internacionales llegaron con heridas graves, pero, aunque entre ellos había tres médicos, no había medicamentos ni instrumentos quirúrgicos para tratarlos. Un extranjero murió de disentería, otro de pleuresía y un tercero de cáncer de pulmón. 

Rancho para los prisioneros internacionales en el campo de concentración de San Pedro de Cardeña.

Los internacionales tenían la obligación de asistir a misa, y les golpeaban si no se arrodillaban en el momento adecuado. También se les obligaba a hacer el saludo fascista con el brazo recto y a unirse a los cantos falangistas: constituye una de las muchas infracciones del Convenio de Ginebra de 1929 sobre el trato a los prisioneros de guerra. Se golpeaba a quienes se negaban a ello aunque, según Geiser, «los sargentos ignoraban los saludos descuidados mientras el puño no estuviera cerrado» (Geiser, p. 129). Hubo intentos esporádicos de difundir entre ellos folletos de propaganda en varios idiomas. También eran objeto de palizas arbitrarias por infracciones menores de las normas o simplemente para satisfacer el humor de los guardias. Geiser señala que los guardias reaccionaron brutalmente ante las noticias de la ofensiva republicana en el Ebro en julio de 1938. 

Se creó un comité secreto, conocido como el comité local [the House Committee], con representantes de los principales grupos nacionales: la mayoría de los presos desconocía la identidad de sus miembros. Como los internacionales solían estar confinados dentro, excepto a la hora de comer, desarrollaron formas de ocupar el tiempo, como jugar al ajedrez con piezas moldeadas a partir de pan seco. Algunos prisioneros de habla inglesa escribían un periódico llamado Jaily News [N. de la T. juego de palabras entre Daily, diario, y Jail, cárcel] , que se colgaba en la pared pero se retiraba cuando llegaban los guardias. Se organizó un programa de clases bajo el nombre de Instituto de Estudios Superiores San Pedro: las clases de idiomas eran muy populares, pero había otras asignaturas como historia de España, matemáticas, sociología, economía, filosofía y teatro. Geiser describe a un grupo de prisioneros portugueses analfabetos a quienes se enseñaba a leer y escribir. Añade que «ninguna otra actividad en la que participáramos era tan importante como estas clases para resistir el ambiente deshumanizado y degradante del campo de concentración» (Geiser p. 128). Al acercarse la Navidad, se organizó un concierto con canciones y sketches cómicos, al que asistieron los guardias del campo. El comandante quedó tan impresionado que, a petición suya, se repitió la actuación en Nochevieja. 

Prisioneros internacionales juegan al ajedrez en el campo de concentración de San Pedro de Cardeña.

Los prisioneros fueron entrevistados por oficiales de la Gestapo, que prestaron especial atención a los alemanes y austriacos. El comité local aconsejó a los prisioneros que dijeran ser soldados ordinarios, que nombraran solo a oficiales del ejército republicano que ya hubieran muerto, que negaran cualquier afiliación comunista, que expresaran convicciones antifascistas y que no se mostraran despectivos ni hacia la República ni las Brigadas Internacionales. Aunque al final se permitió a los prisioneros enviar mensajes a familias en algunas ocasiones, al principio se les ordenó que escribieran estrictamente -en sus propios idiomas- «notificándoles que me encuentro bien» y nada más. Con el tiempo, los afortunados pudieron recibir paquetes de sus familias y de grupos de solidaridad de sus propios países. Entre los más desafortunados estaban los prisioneros alemanes y de Europa del Este, cuyos gobiernos eran hostiles a la República. 

Hubo un flujo constante de otros visitantes extranjeros en San Pedro. Entre ellos, William P. Carney, corresponsal conservador del New York Times; Jacques Doriot, líder fascista francés; y Lady Austen Chamberlain, cuñada del Primer Ministro británico, Neville Chamberlain. 

Durante 1938, diversos grupos de internacionales se beneficiaron de los intercambios de prisioneros y normalmente se les trasladó a prisiones cercanas a San Sebastián antes de cruzar a Francia. Geiser, por ejemplo, formó parte de un grupo que salió de San Pedro a finales de febrero de 1939 pero fue retenido en la prisión de Zapatari, en San Sebastián, hasta el 22 de abril, antes de su liberación definitiva. 

La suerte de los prisioneros, sin embargo, dependía de la voluntad del régimen franquista de acordar intercambios y de la de sus propios gobiernos de aceptar su regreso. El final de la guerra complicó aun más la situación porque ya no había prisioneros en poder de los republicanos con quienes intercambiarlos. Cuando el campo se cerró definitivamente en noviembre de 1939, todavía albergaba a 406 internacionales, entre quienes los grupos más numerosos eran portugueses (88), argentinos (56), alemanes y austriacos (55), polacos (41) y cubanos (39). A todos estos desgraciados se los enroló en el Batallón de Trabajadores nº 75, que trabajó en la reconstrucción de Belchite, la ciudad aragonesa destruida en los combates de 1937.  

Las investigaciones de Antonio Vallejo Nágera

Por la duración de su estancia en San Pedro, los internacionales fueron uno de los dos grupos de prisioneros que el psiquiatra militar Antonio Vallejo Nágera seleccionó para los estudios que dirigió sobre la «problemática marxista» (el otro grupo fueron las presas de la cárcel del Caserón de la Goleta, antigua cárcel de mujeres de Málaga). Participaron en el estudio un total de 297 internacionales, entre ellos Geiser, que describe parte de este proceso:

Detrás de la mesa se sentaba un agente de la Gestapo con un libro de contabilidad. Después de identificar a cada prisionero, un ayudante que utilizaba calibradores cantaba la longitud, anchura y profundidad del cráneo, la distancia entre los ojos, la longitud de la nariz, y describía el color de la piel, el tipo de cuerpo, las cicatrices de heridas y cualquier discapacidad

Geiser, Prisoners of the Good Fight, p. 146.

Como parte del estudio hubo la visita de dos sociólogos alemanes que presentaron a los presos un cuestionario de doscientos puntos: en él se intentaba juzgar la moralidad de cada sujeto mediante preguntas sobre sus antecedentes familiares, sexuales, políticos, religiosos y militares. Las preguntas sobre la familia se centraban en alcoholismo, criminalidad, posición social, afiliación religiosa, nivel de educación, empobrecimiento, ilegitimidad, emigración y enfermedad mental. 

Vallejo sostenía que el apoyo a la revolución en España se explicaba mejor en base a la biología y la psicología, y que el apoyo a la República se basaba más en factores de criminalidad que políticos. Como ha señalado Rodrigo, el trabajo de Vallejo fue de gran importancia, ya que sirvió para establecer una justificación pseudocientífica del uso de los trabajos forzados como medio para conseguir la «redención nacional» de los presos. Señala la ironía de que la investigación que pretendía identificar la causa de la «enfermedad» que supuestamente aquejaba a España (el marxismo) se basara en estudios de sujetos no españoles (Rodrigo, p. 145).

Tras su cierre, San Pedro fue ocupado por la orden del Císter.  Aunque hay un pequeño museo dedicado al arte religioso, hoy en día la mayor parte del monasterio, incluidas las zonas que ocupó el campo de concentración, está cerrada al público. Un pequeño panel informativo en el exterior es la única referencia a su uso durante la Guerra Civil y posguerra.  

Nota: La cifra de 188 campos de concentración no se refiere al total de centros de reclusión utilizados por la dictadura de Franco. El número real sería muy superior si incluyéramos campos de trabajo, destacamentos penales, prisiones, etc. 

Traducción realizada con la versión gratuita del traductor DeepL y revisión de Concha Catalan

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PHOTOS: Biblioteca Digital Hispánica. Biblioteca Nacional. CC-BY

Hay una luz en Asturias: La huelga de los mineros asturianos de 1962

Hace sesenta años, en abril-mayo de 1962, una huelga en las cuencas mineras de Asturias, que se extendió a otros sectores de la economía española, supuso el mayor desafío a la dictadura franquista desde el final de la Guerra Civil. Conocida a menudo como la Huelga del Silencio por su carácter pacífico y no violento, la huelga condujo a la imposición del Estado de Excepción en las provincias de Asturias, Guipuzkoa y Bizkaia y desafió la capacidad del régimen para controlar a la clase obrera a través de la Organización Sindical Española (O.S.E.), el Sindicato Vertical estatal establecido tras la Guerra Civil.

La huelga de los mineros asturianos de 1962 puede considerarse el presagio de las reivindicaciones que marcarían los últimos años de la dictadura.  Con motivo del 1 de mayo, Día Internacional de los Trabajadores, publicamos este artículo para resaltar la importancia de la lucha de los mineros asturianos y sus familias, así como la de los trabajadores de otras partes de España que arriesgaron su sustento y su vida enfrentándose a las políticas laborales represivas del régimen de Franco. 

En el período inmediatamente posterior a la Guerra Civil, los mineros asturianos –conocidos por la Revolución de Asturias en octubre de 1934– no constituyeron una fuente importante de oposición a la dictadura.  Asturias había sido la última de las provincias costeras del norte en caer en manos de los ejércitos franquistas en 1937 y los mineros fueron objeto de una feroz represión.  Según Rubén Vega, el principal historiador del movimiento obrero asturiano, 410 mineros fueron ejecutados tras un consejo de guerra [y al menos 368 fueron asesinados extrajudicialmente]. (Ruben Vega García et al, El movimiento obrero en Asturias durante el franquismo, 1937-1977, p. 54.) [Más información sobre los consejos de guerra aquí]

Foto icónica de la revolución minera pero no tomada en Asturias: una columna de Guardias Civiles escola a mineros detenidos en Brañosera (Palencia) el 8 de octubre de 1934. Concern Illustrated Daily Courier – Illustration Archive – Narodowe Archiwum Cyfrowe, Poland. Public domain

Aunque los mineros estaban exentos del servicio militar después de la guerra, la minería no era una ocupación atractiva: era extremadamente peligrosa y muy insalubre. Según Vega, murió una media de 85 trabajadores al año en accidentes mineros en Asturias en las décadas de 1940 y 1950 (la mano de obra minera total en la provincia era de 30.000 en 1950 y 49.000 en 1958). Los mineros también sufrían una alta incidencia de silicosis y otras enfermedades profesionales (Vega p. 55).

En los años sesenta, Asturias producía alrededor del setenta por ciento del carbón español. Esta industria, centrada en Langreo y Mieres, las principales ciudades de los valles de los ríos Nalón y Caudal respectivamente, dominaba la economía y la sociedad local. Aunque las minas eran propiedad de 72 empresas, diecisiete de ellas controlaban la industria: daban empleo al 93% de los trabajadores y producían el 90% del carbón asturiano. Hasta finales de la década de 1950, la minería del carbón estuvo protegida de la competencia extranjera por la política franquista de autarquía, pero el Plan de Estabilización de 1959, que abrió la economía española a las importaciones, provocó una grave crisis en la industria, ya que el carbón asturiano se vio obligado a competir con importaciones más baratas.

En Asturias, como en toda España, el Plan de Estabilización provocó una recesión económica y una inflación que redujo los salarios reales de los trabajadores. El regreso de los mineros que habían emigrado a Europa Occidental, especialmente a Bélgica y Luxemburgo también influyó en el ambiente de las comunidades mineras. Al trabajar en el extranjero, no sólo habían experimentado mejores condiciones de trabajo y de vida, sino que habían sido testigos de la libertad de los trabajadores para organizarse y hacer huelga.

En cambio, en España las huelgas eran ilegales y hasta 1958 los salarios se imponían por decreto gubernamental. Aunque la Ley de Convenios Colectivos Sindicales de 1958 permitía la negociación colectiva a nivel de fábrica, municipal o estatal, ésta debía realizarse dentro de la estructura de la O.S.E. y todos los convenios debían ser aprobados por el Ministerio de Trabajo. En 1960, un decreto del gobierno dictaminó que las huelgas que se consideraran con motivación política o que representaran una grave amenaza para el orden público constituían rebelión militar y estaban sujetas a la jurisdicción militar.  

Los acontecimientos en las cuencas mineras a finales de los años 50 deberían haber alertado al régimen de Franco del creciente descontento. Una huelga en la mina de La Camocha, cerca de Gijón, en enero de 1957, en la que los mineros ocuparon la mina durante nueve días, tuvo como resultado la mejora de las condiciones y de los salarios. Otra huelga centrada en el valle del Nalón, en marzo de 1958, provocó la declaración del estado de excepción y el despido de 200 trabajadores: se llamó a filas a los mineros en edad militar y 32 trabajadores acusados de pertenecer al Partido Comunista Español (P.C.E.) fueron condenados a penas de prisión de entre dos y veinte años (Vega p. 272).

Las huelgas de 1962 comenzaron el 7 de abril en la mina Nicolasa de Mieres, tras una protesta por las durísimas condiciones laborales. El pozo Nicolasa era uno de los más grandes, con 2.000 mineros. La huelga se extendió rápidamente a otras minas del valle del Caudal. La tercera semana de abril, los mineros del valle del Nalón se unieron a la huelga, Sus reivindicaciones incluían ya la libertad de organización y la indemnización de los trabajadores afectados de silicosis.

La respuesta del gobierno era previsible: arrestaron a los mineros y, en algunos casos, a sus familiares, torturaron a los presos, y hubo presencia intimidatoria de la Policía Armada y la Guardia Civil en las calles de los pueblos mineros y las principales ciudades. Unos 400 mineros fueron detenidos y muchos otros deportados a otras partes del país. (Vega p. 282)

La lucha se prolongó durante dos meses gracias a la solidaridad y la estrecha unión de las comunidades de los valles mineros. Las mujeres tuvieron un papel importante en la distribución clandestina de folletos para difundir la huelga y fomentar la solidaridad con la causa de los mineros. Los economatos laborales de las empresas se cerraron en cuanto estalló la huelga, y las familias se vieron obligadas a depender de pequeños comerciantes que les fiaban y de grupos de la iglesia católica que organizaban comedores sociales.

Durante el mes de abril, un completo silencio mediático acompañó a la represión. A pesar de ello, la huelga en solidaridad con Asturias se extendió más allá de sus cuencas mineras: a las minas de León, las de Río Tinto en Huelva, la industria siderúrgica en Asturias y las grandes obras de ingeniería en el valle del río Nervión alrededor de Bilbao. La declaración del estado de excepción en las provincias de Asturias, Bizkaia y Gipuzkoa el 4 de mayo, para hacer frente a lo que se calificó como anormalidades laborales, tuvo poco efecto. En la segunda quincena de mayo, unos 300.000 trabajadores estaban en huelga en todo el país, afectando a las fábricas de un total de 28 provincias, incluida Barcelona, donde la producción se había detenido en la mayoría de las plantas de producción y fábricas textiles de la provincia.

Compañeros del Pozu Carrio en 1962. Memoria Digital de Asturias. CC-BY

Mientras tanto, el 6 de mayo, un manifiesto firmado por 171 destacados intelectuales españoles –entre los que se encontraban Ramón Menéndez Pidal, Josep Fontana, Juan y Luis Goytisolo, José Bergamín, Salvador Espriu y Alfonso Sastre– reclamaba el establecimiento de la libertad de información y el derecho a la huelga de los trabajadores. [Lea el manifiesto de 1962 aquí, con otras adhesiones, preservado por la Fundación Juan Muñiz Zapico]

De forma extraordinaria, el régimen se vio obligado a negociar con los dirigentes mineros: el 15 de mayo un ministro del gobierno, José Solís Ruiz, que, como Secretario General del Movimiento, era responsable de la O.S.E., viajó a Gijón para mantener conversaciones con una comisión de representantes mineros reunida a toda prisa. Fue la única ocasión durante el régimen de Franco en la que el gobierno se vio obligado a negociar directamente con los dirigentes obreros. Los trabajadores de la construcción de Gijón saludaron la llegada de Solís sumándose a la huelga.

Incluso después de que Solís accediera a un acuerdo sobre el aumento de los salarios y la mejora de las condiciones de trabajo –que se publicó en el Boletín Oficial del Estado el 24 de mayo–, la huelga continuó hasta que los mineros detenidos fueron liberados y los trabajadores deportados pudieron regresar a la provincia.

Para entonces otros grupos se habían unido a las protestas: a finales de mayo hubo manifestaciones estudiantiles en Madrid y Barcelona. Los manifestantes coreaban «¡Franco no! Asturias Sí!» y cantaban canciones como Hay una Luz en Asturias que ilumina toda España y Asturias patria querida. (Vega, pp 282-3)

Portada del Mundo Obrero, 1 Septiembre 1962. Biblioteca Virtual de Prensa Histórica. CC-BY 4.0

A la vuelta al trabajo de los mineros entre el 4 y el 7 de junio siguió el fin de las demás huelgas. Sin embargo, hubo, quizás inevitablemente, una secuela de las huelgas asturianas de abril-mayo. En agosto estalló una segunda ronda de huelgas por la victimización de algunos mineros y el incumplimiento de los acuerdos que habían puesto fin al conflicto anterior. Los valles del Caudal y del Nalón se paralizaron rápidamente. Esta vez, sin embargo, la policía y la patronal habían confeccionado una lista negra de trabajadores: 126 fueron deportados a otras provincias y muchos otros fueron despedidos. Las huelgas no tardaron en fracasar, en parte porque muchos mineros y sus familias no disponían de recursos para resistir tras el paro de dos meses a principios de año. (Vega, pp. 282-90)

Como era habitual, el régimen culpó de las huelgas a los activistas comunistas, especialmente a los de otros países.  El 27 de mayo, en el monte Garabitas, un campo de batalla de la Guerra Civil en las afueras de Madrid, Franco se dirigió a la Hermandad de Alfereces Provisionales –una organización de veteranos de guerra falangistas. Afirmó que seguía librándose la Guerra Civil, desestimó las huelgas como algo sin importancia y atacó a enemigos sin nombre por aprovecharse de la situación. Unos meses más tarde dijo al corresponsal del New York Times, Benjamin Welles,

Los agitadores italianos y otros extranjeros entraron en España provistos de fondos, pero  escaparon antes de que nuestra policía pudiera ponerles las manos encima.

Benjamin Welles, España: The Gentle Anarchy, 1965, p. 130.

Aunque el conflicto inicial en el pozo Nicolasa pudiera verse como improvisado, los miembros de varios grupos de la oposición clandestina desempeñaron un papel importante en la difusión de la huelga, tanto en Asturias como en otros lugares. Además del Partido Comunista de España (PCE), entre ellos hubo activistas de la socialista Unión General de Trabajadores (UGT) y miembros de grupos eclesiásticos, especialmente de la Juventud Obrera Cristiana (JOC) y la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC). Los informes policiales sugieren que el gobierno estaba alarmado particularmente por las acciones de los activistas católicos. Aunque el obispo de Oviedo, Segundo García Sierra, se mostró hostil a las huelgas y trasladó a activistas de la JOC de las cuencas mineras a zonas rurales, los informes policiales identificaron a numerosos sacerdotes, especialmente en las provincias vascas, cuyos sermones indicaban apoyo a la causa de los huelguistas.  (Vega, p. 285).

Los acontecimientos de abril-mayo de 1962 habían planteado, sin embargo, serios interrogantes para el futuro de la dictadura franquista. Se humilló al régimen: un ministro del gobierno se había visto obligado a viajar a Gijón para negociar directamente con los líderes mineros a pesar de que, siendo las huelgas ilegales, eran –según las leyes del propio régimen– delincuentes. La publicación del acuerdo alcanzado por Solís mientras las huelgas continuaban fue otra humillación. Claramente, era un indicio del fracaso del sistema franquista en la gestión de conflictos laborales con los métodos habituales de represión sindical y policial controlada por el Estado. También quedaba subrayado que, al ser las huelgas ilegales, cualquier huelga se iba a convertir automáticamente en una cuestión política que implicaba al gobierno.

La difusión de las huelgas y protestas durante el mes de abril, a pesar del silencio de los medios de comunicación españoles y de la cobertura fuertemente distorsionada tras la declaración del estado de excepción, puso en duda la eficacia del sistema de censura de prensa. Esta sufrió cambios en 1966, cuando la Ley de Prensa e Imprenta de Fraga Iribarne suprimió de antemano la censura, pero sometió a la prensa a severas sanciones por infringir las mal definidas normas de publicación. La fuente de información más importante sobre las huelgas era Radio España Independiente, la emisora del Partido Comunista con sede en Bucarest. Conocida por el público como «La Pirenaica», sus reportajes se escuchaban ampliamente en todo el país. El análisis de registros policiales realizado por Rubén Vega destaca la exactitud de los informes sobre La Pirenaica, lo que debió alarmar aun más a las autoridades (Vega, p 284).

El conflicto de Asturias, en particular, y la ola de huelgas, en general, perjudicaron gravemente al régimen de Franco en el exterior, en un momento en el que intentaba presentar una imagen de administración civil conservadora que gobernaba una sociedad pacífica en proceso de modernización. En febrero de 1962, el gobierno español había solicitado oficialmente la apertura de las negociaciones para ingresar en la Comunidad Económica Europea.  Por la naturaleza del régimen de Franco, era probable que no se hubiera conseguido, pero los acontecimientos de abril-mayo de 1962 recordaron a los gobiernos y a la opinión pública de Europa Occidental los orígenes fascistas del régimen de Franco y la naturaleza represiva de la dictadura. Las manifestaciones de solidaridad con los mineros estallaron en varias capitales de Europa Occidental y en Estados Unidos, mientras los movimientos obreros de fuera de España llamaron la atención sobre la falta de sindicatos independientes y la ilegalidad de las huelgas.

La lista completa de los mineros detenidos, despedidos y/o exiliados de Asturias en 1962 puede consultarse en el Apéndice de Rubén Vega García, Las Huelgas de 1962 en Asturias (2002). 

Los dos documentales siguientes serán de interés para quienes nos leen:

Aquí puede escucharse la canción Hay una lumbre en Asturias, interpretada por su autor Chicho Sánchez Ferlosio.

Es parte del documental Si me borrara el viento lo que yo canto, de David Trueba de 1982 [Disponible aquí]

Traducción realizada con la versión gratuita del traductor DeepL y revisión de Concha Catalan

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Foto: Minero delante del Pozo Nicolasa en 1967. Memoria Digital de Asturias CC-BY

Recuerdos de la España de los años 30

En un artículo anterior [Memoria de guerra y posguerra en femenino] hablamos de las memorias de Constancia de la Mora, nieta de Antonio Maura (primer ministro español bajo Alfonso XIII) que llegó a ser directora de la Oficina de Prensa Extranjera durante la Guerra Civil. Sus memorias se publicaron por primera vez en inglés en Estados Unidos en 1939 con el título In Place of Splendour [ Doble Esplendor. Ed. Gadir, 2006]. La edición en inglés se había agotado desde entonces, pero ahora ha sido reeditada por una editorial londinense, Clapton Press, como parte de una nueva serie de memorias de la España de los años treinta. Este artículo reseña algunos de los libros publicados hasta ahora con motivo del lanzamiento de esta colección. 

En una entrevista, Simon Deefholts, director general de Clapton Press, afirma que

Los años 30 fueron una década crítica no sólo para España sino para toda Europa. Desde fuera de España, muchas personas vieron la lucha por la defensa de la República como la primera oportunidad de posicionarse frente a los ideólogos de derechas, cada vez más agresivos. Esto atrajo a toda una serie de personas de diferentes orígenes que prestaron apoyo de diversas maneras. Muchos de ellos escribieron vívidos relatos de sus experiencias en publicaciones que están agotadas desde hace más de ochenta años, a las que sólo puede accederse en bibliotecas especializadas o a un enorme coste en ejemplares de coleccionista.

Añadió que Clapton Press pretende

poner estas fuentes primarias al alcance de las personas lectoras a un coste razonable. Casi todas las personas que se ofrecieron como voluntarias para ayudar a defender y apoyar a la República -de diversas maneras- mostraron un gran valor y determinación, por lo que creemos que es importante proporcionar acceso directo a sus relatos en primera mano.

In Place of Splendour -que incluye una introducción de la biógrafa de Constancia de la Mora, Soledad Fox Maura– da cuenta de la elitista educación conservadora de la autora, y de su posterior radicalización durante la Segunda República. Junto con su segundo marido, Ignacio Hidalgo de Cisneros (jefe de la aviación republicana), se convirtió en una figura clave del esfuerzo bélico republicano. Sus conocimientos de lenguas extranjeras la convirtieron en una figura importante en la Oficina de Prensa Extranjera de Valencia. Aunque censuraba sus envíos, los corresponsales apreciaban su ayuda para conseguir alojamiento, organizar entrevistas y organizar el transporte al frente de batalla. Según Paul Preston, su conocimiento del inglés más grosero favorecía su capacidad para comunicarse con los periodistas si era necesario. Cuando en octubre de 1937, la oficina de prensa se trasladó a Barcelona junto con el gobierno republicano, De la Mora pasó a ser su directora.  

In Place of Splendour se completó en los meses posteriores a la llegada de De la Mora a Estados Unidos en enero de 1939. Soledad Fox y otros han llegado a la conclusión de que fue Ruth Mckenney quien escribió el texto con ayuda de Jay Allen, antiguo corresponsal del Chicago Tribune. Cabe destacar que el libro no menciona el hecho de que De la Mora y su marido eran miembros del Partido Comunista Español y que, en general, resta importancia al papel del partido en la República durante la Guerra Civil. A pesar de ello, estas memorias permiten conocer el funcionamiento del esfuerzo bélico republicano al más alto nivel. Cuando se publicaron en noviembre de 1939, recibieron una publicidad favorable en Estados Unidos y se vendieron muy bien. Poco después, De la Mora se instaló en México, donde tradujo el libro al español; la primera edición en español se publicó en México en 1944.  

La más destacada publicación de Clapton Press es Never More Alive: Inside the Spanish Republic, las memorias de Kate Mangan. En su introducción, Paul Preston escribe:

desde que leí por primera vez el manuscrito, hace unos quince años, he anhelado verlo impreso. Lo disfruté y lo consideré uno de los libros más valiosos sobre la guerra cuando lo leí por primera vez, y esta valoración se ha acrecentado con cada nueva cada lectura.

Artista inglesa que había estudiado en la prestigiosa Slade School of Arts de Londres, Mangan visitó España y Portugal en 1935-36 con su novio, Jan Kurzke, un refugiado de la Alemania nazi. Tras su regreso a Gran Bretaña en agosto de 1936, Kurzke fue uno de los primeros voluntarios de las Brigadas Internacionales, llegando a Madrid a principios de noviembre de 1936. Mangan le siguió poco después y, al no poder estar cerca de él, se ganó la vida traduciendo, interpretando y escribiendo. Sus experiencias como mujer extranjera no pueden calificarse de típicas de la población, pero su relato describe muchos aspectos de la vida en la España republicana de 1936-37, en particular los problemas de abastecimiento de alimentos, las dificultades de transporte y las condiciones que soportaron un gran número de refugiados de la guerra y la represión franquista. Describe vívidamente las condiciones de los hospitales: la falta de medicamentos y de una higiene adecuada, el personal mal formado, los soldados malheridos. También se describen las condiciones de la Barcelona por la que pasaron ella y Kurzke en su viaje de salida de España en julio de 1937. 

Al igual que Constancia de la Mora, Kate Mangan trabajó durante un tiempo en la Oficina de Prensa Extranjera de Valencia. Los motivos de Mangan para visitar España y su ausencia de antecedentes políticos contribuyen a que su relato sea menos partidista que muchos otros. El libro está salpicado de detalles de recorridos y lugares, así como de incisivas descripciones de periodistas y escritores con los que coincidió. 

Las memorias de Jan Kurzke también se han publicado por primera vez en esta colección como The Good Comrade: Memoirs of An International Brigade, con una introducción de Richard Baxell.  Kurzke describe, en primer lugar, sus experiencias de preguerra vagabundeando por España y actuando por las calles con un grupo de emigrantes en 1934-1935; después, tras un descanso en Gran Bretaña, donde conoce a Kate Mangan, narra su servicio en las Brigadas Internacionales [ver su registro en Sidbrint aquí ]. Se trata de un relato de la experiencia de guerra de un soldado: a menudo escribe frases cortas, que, como señala Baxell, «se leen como una serie de entradas de diario, dando sensación de inmediatez». Kurzke fue gravemente herido en la pierna en Boadilla del Monte en diciembre de 1936 y, tras ser hospitalizado en Madrid, fue trasladado a Murcia, donde Mangan lo localizó y organizó la ayuda médica para su recuperación.

Tanto las memorias de Mangan como las de Kurzke terminan con su partida, pero cada uno de los volúmenes proporciona apuntes de su vida posterior; se incluyen cartas y breves notas biográficas de la hija de ambos, Charlotte. Entre 1940 y 1941, el gobierno británico internó a Kurzke en la Isla de Man como extranjero enemigo. Kurzke y Mangan nunca se casaron y, en 1945, Kurzke se casó con una joven actriz. Esto quizá no sorprenda a quienes lean ambos volúmenes: las memorias de Kurzke ni siquiera mencionan a Mangan.  

My House in Malaga [Mi Casa de Málaga: Memorias de un aristocrata escocés en la España republicana, Editorial Renacimiento, 2010], de Sir Peter Chalmers-Mitchell, estaba descatalogado desde su primera publicación en febrero de 1938. Chalmers-Mitchell, eminente zoólogo escocés y fundador del zoológico de Londres, se retiró a vivir a Málaga en 1932 y permaneció en esa ciudad tras la rebelión militar de julio de 1936. Sus memorias se centran en el relato de su vida en la ciudad durante los seis meses anteriores a su ocupación por las fuerzas rebeldes en febrero de 1937. En el centro del relato está su relación con sus vecinos, la familia Bolín, cuyo primo Luis Bolín era un destacado partidario de Franco. Temiendo por sus vidas, los Bolín buscaron refugio y ayuda de Chalmers-Mitchell, y su casa fue tomada por los anarquistas locales para utilizarla como hospital. Aunque finalmente Chalmers-Mitchell ayudó a la familia a escapar a Gibraltar, mantuvo buenas relaciones con las autoridades republicanas y los líderes anarquistas locales. Sus memorias detallan el deterioro de las condiciones en la ciudad y los efectos de los repetidos ataques aéreos rebeldes. En una carta enviada a The Times en octubre de 1936, intentó contrarrestar las exageradas afirmaciones sobre la violencia y el derramamiento de sangre en Málaga que se habían hecho en la prensa británica, basándose en los informes de los refugiados y los partidarios de los rebeldes en Gibraltar. Con dicha carta no se ganó la simpatía de las autoridades rebeldes. 

Sir Peter Chalmers-Mitchell PHOTO: Agence de presse Meurisse – Bibliothèque nationale de France, Dominio público.

A pesar de su ayuda a la familia Bolín, Chalmers-Mitchell y su invitado, el periodista Arthur Koestler, fueron detenidos por Luis Bolín tras la ocupación italiana de Málaga. Mientras Koestler fue encarcelado en régimen de aislamiento en Sevilla durante más de tres meses y posteriormente liberado en un intercambio de prisioneros, Chalmers-Mitchell fue de hecho expulsado de la España en manos de los rebeldes. Regresó a Gran Bretaña, donde utilizó sus amplios contactos para conseguir la liberación de Koestler y colaborar en la campaña pública de apoyo a la República.

Mi casa de Málaga también incluye un relato de un encuentro con el escritor Ramón J. Sender y su familia en Madrid semanas antes del golpe militar. Anteriormente había traducido al inglés la novela de Sender de 1932 Siete Domingos Rojos (se publicó como Seven Red Sundays en abril de 1936), y su traducción del relato de Sender sobre los primeros meses de la guerra se publicó en 1937 como Counter-Attack in Spain [Contraataque en España]. 

Simon Deeffholts tiene planes ambiciosos para futuras publicaciones, señalando que «todavía hay muchos recursos valiosos que actualmente solo están disponibles en bibliotecas especializadas, o a un precio elevado». Entre las publicaciones previstas para 2022 hay dos que atraerán especialmente a personas interesadas en la Guerra Civil: las nuevas ediciones de The Last Mile to Huesca, de Agnes Hodgson, y de Behind the Spanish Barricades, de John Langdon-Davies

The Last Mile to Huesca [A Una Milla de Huesca: Diario de una Enfermera Australiana en la Guerra Civil Española, Prensas Universidad de Zaragoza, 2006 – agotado] , de Agnes Hodgson, con una introducción revisada por Judith Keene, son los diarios de una enfermera australiana que sirvió en el servicio médico republicano en 1937. Al llegar a Barcelona en diciembre de 1936, Hodgson, que no tenía antecedentes políticos y que había trabajado en Hungría y en la Italia fascista, se enfrentó inicialmente a acusaciones de ser una espía fascista. Sus diarios describen no sólo sus experiencias en el servicio médico republicano, sino también su viaje a España en noviembre de 1936 y sus impresiones al llegar a Barcelona, donde asistió al funeral del brigadista internacional alemán Hans Beimler

John Langdon-Davies escribió Behind the Spanish Barricades [ Detrás de las Barricadas Españolas, Ediciones Península, 2009 – descatalogado] en unas pocas semanas en el otoño de 1936. Es un relato de las dos visitas del autor a España a principios de ese año como corresponsal del London News Chronicle, la primera en abril-mayo y la segunda justo después de la rebelión militar de julio.  A diferencia de muchos de los periodistas que acudieron en masa a España tras el golpe, Langdon-Davies ya conocía bien España antes de la guerra, porque había vivido en Cataluña en los años veinte (fue autor de un libro muy bien recibido sobre la sardana).  Su relato describe conversaciones con amigos españoles y, antes y despues del inicio de la guerra, visitas a varias partes de España. Sin embargo, merece la pena leer Detrás de las barricadas españolas por las impresiones que evoca de Barcelona, tanto antes del golpe militar de julio de 1936 como inmediatamente después. 

Esta es sólo una selección de los libros publicados por Clapton Press: la lista completa está disponible en su sitio web

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Traducción realizada con la versión gratuita de traducción DeepL , revisada por Concha Catalan.

PHOTO: Collage de portadas de libro de Clapton Press

Escribiendo la Historia de la Guerra Civil en 1961

En 1961, veinticinco años después del golpe militar que desencadenó la Guerra Civil, aparecieron dos importantes libros sobre el conflicto: uno en inglés (The Spanish Civil War, de Hugh Thomas) y otro en francés (La Révolution et la Guerre d’Espagne, de Pierre Broué y Emile Témime). Fueron quizá los primeros libros escritos por una generación de historiadores no implicados directamente en los acontecimientos, siendo todos ellos niños en la década de 1930. Con motivo del sexagésimo aniversario de su publicación, escribimos sobre estos dos libros y la acogida que tuvieron en los años sesenta.

La Révolution et la Guerre d’Espagne es una obra notable que se divide en dos partes; la primera, de Broué, examina el proceso revolucionario de 1936-37 mientras la segunda, de Témime, es un relato de los aspectos internacionales de la guerra y de la construcción de la dictadura franquista. En la introducción, los autores explican este enfoque, admitiendo  sus afinidades diversas: Témime siente mayor simpatía por los «republicanos progresistas y los socialistas moderados porque le preocupa la organización, la eficacia y el equilibrio de poder mundial» mientras, para Broué, «aquellos que luchan contra las revoluciones a medias no hacen más que cavar su propia tumba» (p. 14). Su objetivo era, añadían:

 «frente a la ignorancia, la negligencia y la falsificación, recrear esta lucha de la forma más veraz posible y librarla de la leyenda que la había enterrado prematuramente» (p. 7).

La primera parte recibió mayor atención. El intento de golpe militar de julio de 1936,  que desencadenó la Guerra Civil   provocó también una amplia revolución social en las zonas de España que se resistieron al golpe. Sin embargo, en los años posteriores a la guerra, los historiadores habían ignorado esta revolución o la habían tratado de forma insignificante. 

Utilizando el concepto de «doble poder», evocando lo ocurrido en la capital rusa Petrogrado tras la caída del régimen zarista en febrero de 1917, Broué explora la compleja situación que produjo el colapso del Estado republicano y cómo lo sustituyeron los comités locales que surgieron en 1936. El autor traza las etapas de la reconstrucción del Estado republicano bajo el gobierno de Largo Caballero (septiembre de 1936-mayo de 1937), con el telón de fondo de la derrota de las fuerzas republicanas en el campo de batalla. Las tensiones que esto produjo y el ascenso del partido comunista como partido de la contrarrevolución, fueron antecesores  de la crisis que estalló en Barcelona en mayo de 1937, tras la cual los grupos y partidos revolucionarios fueron marginados bajo el nuevo gobierno de Juan Negrín. 

En la segunda parte del libro, Témime argumenta que la falta de apoyo a la República  por parte de Gran Bretaña y Francia fue crucial para el resultado de la guerra, convirtiendo en la práctica la casi inevitable derrota de los generales rebeldes en una inevitable victoria. Esto indica la discordia en sus relatos: Broué considera que la derrota de la revolución privó al esfuerzo de guerra  republicano del entusiasmo de campesinos y obreros. Témime, por su parte, identifica el miedo a la revolución social como un motivo clave de la hostilidad de las clases altas británicas y francesas  por la República .

El historiador estadounidense Gabriel Jackson, cuyo propio relato The Spanish Republic and the Civil War 1931-1939 fue publicado en 1965, escribió una entusiasta reseña del libro. En la Hispanic American Historical Review de 1962, Jackson elogió la obra como «la mejor interpretación general disponible sobre la revolución de 1936 y la guerra», añadiendo que:

«es especialmente valiosa para el análisis de la CNT (Confederación Nacional de Trabajadores), el POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista) y los anarquistas tanto en las zonas industriales como en las rurales de Cataluña».  

En Francia las críticas fueron más variadas, con Antoine Prost en la Revue d’histoire moderne et contemporaine (octubre-diciembre de 1962), señalando la falta de un análisis adecuado por parte de los autores del periodo republicano de preguerra y los problemas agrarios de España. Prost, sin embargo, elogió la obra como un importante avance en el estudio del conflicto, añadiendo que era necesario seguir investigando y que la historia de la guerra todavía estaba por escribir. Después de que finalmente se publicara en inglés en 1972, la historiadora estadounidense Temma Kaplan lo describió como el «mejor volumen» sobre la Guerra Civil en una reseña en la Hispanic American Historical Review (1974).  

Los dos autores tuvieron una destacada trayectoria como historiadores en Francia pero, lamentablemente, La Révolution et la Guerre d’Espagne nunca se actualizó para incluir nuevas fuentes e  interpretaciones.

La obra The Spanish Civil War de Hugh Thomas se convirtió rápidamente en la obra de referencia en inglés sobre el tema, lo que proporcionó al autor fama y riqueza. Thomas no tenía formación en historia de España  y, de hecho, empezó  por aprender  español. Al igual que Broué y Témime, tuvo la ventaja  de poder entrevistar a muchas de las figuras clave que habían sobrevivido. Quizás como reflejo de su breve carrera anterior como diplomático, Thomas hizo hincapié en los aspectos internacionales y diplomáticos del conflicto. Podemos describir su enfoque como «narrativo»; a veces esto le lleva a agrupar en dos o tres páginas acontecimientos simultáneos  en lugares diversos (Salamanca, Barcelona, Bilbao, Washington, Londres, etc.). Quizá este enfoque narrativo fue la clave del éxito del libro: contar la historia de la guerra a una generación de lectores foráneos que no recordaba los acontecimientos, así como a una generación mayor cuyas memorias estaban fragmentadas.

The Spanish Civil War recibió críticas favorables en la prensa británica, incluso de periodistas como Claude Cockburn, que había informado sobre la guerra, así como de Peter Kemp, uno de los pocos voluntarios británicos que había luchado en el ejército rebelde de Franco. En Estados Unidos, Vincent Sheean, que había cubierto la guerra para el New York Herald Tribune, lo elogió en el New York Times (9 de julio de 1961) diciendo:  

«hay algo bastante maravilloso en un libro escrito sobre algo que el autor nunca vio y nunca podría haber visto» (…)  (Thomas) «lo ha entendido increíblemente bien y lo ha escrito magníficamente». 

Sin embargo, algunos historiadores se mostraron menos impresionados. En la reseña de la Hispanic American Hispanic Review citada anteriormente, Jackson criticó al autor por basarse demasiado en relatos de historiadores franquistas como Manuel Aznar. Esto, argüía, llevó a Thomas a dar por auténtico lo que Jackson describe como «un documento evidentemente falsificado», sobre un supuesto  un complot comunista para derrocar a la República. Los militares sublevados intentaron legitimar el golpe y la dictadura de Franco fundamentándose en dicho supuesto complot. 

También criticó que Thomas aceptara la cifra franquista del número de personas asesinadas en la zona republicana, tomada de la Causa General.

Jackson también criticó lo que llamó «el desagradable tono de desprecio» que adopta al hablar de la represión «como si se tratara de las costumbres melodramáticas de un pueblo bárbaro». Concluyó que: 

«Es recomendable desde un punto de vista estrictamente académico  por su cobertura de los aspectos internacionales, pero como historia militar y política de España confunde más que ilumina”. 

Dentro de España, se reseñó The Spanish Civil War en revistas académicas como la Revista de Política Internacional (nº 60, 1962) y la Revista de Estudios Políticos (nº 161, 1961), pero Thomas admitió  que no había ninguna posibilidad  de que se publicara en el país.  

A pesar de ello, se convirtió en una obra importante en la España franquista, pues la publicó traducida al español Ruedo Ibérico, que se había establecido en París para desafiar la censura del régimen. El libro se pasó de contrabando por la frontera y se vendió clandestinamente. La primera tirada en español, de 5.000 ejemplares, se agotó rápidamente. 

La popularidad del libro en España obligó a Manuel Fraga Iribarne, ministro de Información y Turismo (1962-1969), a crear un centro de estudios sobre la Guerra Civil bajo la dirección de Ricardo de la Cierva, en un intento de reafirmar la versión del régimen de Franco sobre la Guerra Civil como una «cruzada» contra el marxismo, el liberalismo y la masonería. 

En 1965 se publicó una edición revisada en inglés de The Spanish Civil War en formato de bolsillo y se revisó sustancialmente para las ediciones tercera y cuarta, que se publicaron en 1977 y 2003. Para entonces, las opiniones políticas del autor habían cambiado significativamente, lo que le llevó a convertirse en un asesor clave del gobierno conservador de Margaret Thatcher en la década de 1980. Las ediciones posteriores son mucho más largas que la original, llevan notas a pie de página mucho más extensas y responden a algunas de las críticas de la primera edición. En particular, Thomas amplió su análisis del proceso revolucionario de 1936-37 que, como tantos otros escritores antes de Broué y Témime, había pasado por alto totalmente  en la primera edición. También mejoró y amplió su relato de la Segunda República con la ayuda y  consejo de Paul Preston, que había sido su estudiante de doctorado.

Sesenta años después de su publicación, ¿cómo podemos valorar estos dos libros? Los autores tuvieron la ventaja de poder entrevistar a muchos de los supervivientes pero, en aquella época, muchos archivos estaban cerrados, especialmente en España, donde el régimen vigilaba estrechamente cualquier objeción a la versión oficial de la historia del país. Tanto La Révolution et la Guerre d’Espagne como las primeras ediciones de The Spanish Civil War han sido desbancadas  hace tiempo por el trabajo de historiadores posteriores, pero los autores fueron pioneros en este campo y tuvieron un impacto duradero. Sus libros dieron a conocer la historia de la guerra a nuevas generaciones de lectores -tanto dentro como fuera de España- y algunos de ellos/as continuaron investigando y escribiendo sobre el tema.

[Traducción del inglés: Laura Cuesta]

Pierre Broué and Emile Témime, La Révolution et la Guerre d’Espagne, Les Edicions de Minuit, 1961. Hugh Thomas, The Spanish Civil War, Eyre & Spottiswoode, 1961.

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PHOTO COLLAGE: Original 1961 book covers

El peso del pasado ausente

Hoy 15 de junio es el aniversario de las elecciones generales de 1977, las primeras celebradas en España tras la muerte del General Franco y un importante punto de referencia en la transición que siguió a la dictadura. Para marcar esta fecha, IHR publica esta reseña de un nuevo libro de Sebastiaan Faber, Profesor de Estudios Españoles en Oberlin College, Ohio. 

En años recientes ha sido habitual atribuir muchas características de la política española a las limitaciones de la transición. Algunas personas han demandado una reforma de la Constitución de 1978 y una segunda transición. La exhumación de los restos de Franco y su traslado del Valle de los Caídos en Octubre de 2019 [Ver ¿Dónde murieron los trasladados al Valle de los Caídos? ] atrajo rápidamente la atención de los medios de comunicación internacionales. Faber utiliza el simbólico significado de dicho traslado como punto de partida para una discusión sobre la España contemporánea y la influencia del franquismo en su problemático siglo veintiuno. Esta influencia se puede resumir con las palabras del historiador Jaume Claret:

(H)ablando en términos generales, podemos decir que para la sociedad española -para la España democrática- el pasado está ausente. En el sentido que simplemente no existe. Y, sin embargo, el peso de ese pasado ausente es innegable (p.231).

El libro se basa en entrevistas hechas a una variedad de observadores/as españoles/as, la mayoría periodistas e historiadores/as durante 2019-2020. Faber no reivindica que abarquen toda la diversidad de opiniones existente en España: remarca que la mayoría de personas entrevistadas «se identifican como progresistas y no conservadoras» pero defiende este aspecto añadiendo que: «el debate sobre las cuestiones que motivan este libro ha sido más intenso y variado en la Izquierda que en la derecha» (p. 21).  De hecho, los diversos enfoques y opiniones de las personas entrevistadas lo convierten en un estimulante debate que da qué pensar y será de interesante lectura tanto en España como en los países anglosajones.  

En el libro se debaten los legados de la dictadura y de la transición en términos institucionales (por ejemplo, el fracaso de la reforma tanto de la judicatura como de las universidades) y sociológicos. 

No todos los entrevistados consideran igualmente importantes esos legados. El periodista José Antonio Zarzalejos atribuye gran parte de la polarización política actual de España a la negativa del Partido Popular a aceptar su derrota en las elecciones de 2004. Tal vez valga la pena señalar que Vox -y, en menor medida, el Partido Popular- se han mostrado igualmente reacios a aceptar la legitimidad del actual gobierno liderado por los socialistas. Otro entrevistado, el crítico cultural Ignacio Echevarría, argumenta que los políticos de izquierdas han exagerado la importancia del legado franquista con fines políticos, y atribuye muchos de los rasgos de la España moderna a su patrón de desarrollo en los últimos 200 años. 

A pesar de los desacuerdos entre los participantes en el libro, surgen temas comunes; entre ellos, la falta de reformas institucionales tras la muerte de Franco. Una de las consecuencias de ello, según el periodista Guillem Martínez, es el «constitucionalismo», que él considera como una «interpretación reaccionaria» de la Constitución, utilizada para defender los mitos tanto de la dictadura como de la Transición (p. 84). El juez Joaquim Bosch destaca la falta de independencia judicial, que atribuye en parte al hecho de que los jueces sepan que el ascenso a la más alta judicatura depende de que consigan el apoyo de uno de los dos principales partidos políticos. Las universidades del país también se mantuvieron intactas durante la transición, y algunas de ellas se han visto afectadas por escándalos en los últimos años. El historiador Luis de Guezala contrasta la destrucción del sistema de enseñanza superior durante la depuración franquista tras la Guerra Civil con la ausencia de cambios de personal tras la muerte de Franco. 

Varios entrevistados, entre ellos la periodista Cristina Fallarás, subrayan el modo en que las principales corporaciones empresariales de España descienden de empresas que se beneficiaron de las políticas de la dictadura de Franco: la expropiación de bienes de los partidarios de la República, la dependencia del trabajo forzado tras la Guerra Civil y la represión del movimiento obrero en connivencia con el régimen. Varios comentaristas destacan que pervive la influencia de las grandes corporaciones en gran parte de la prensa española, y esto se suma al poder que todavía ejerce el gobierno español sobre la radiodifusión.  

Faber identifica diversas asunciones respecto a la democracia y también el lenguaje de la política entre los legados menos obvios de la dictadura. Como señala, muchos políticos de derechas y sus partidarios todavía utilizan expresiones que datan de la dictadura; por ejemplo, se refieren despectivamente a la gente de izquierdas como «rojos», mientras etiquetan a los partidarios de la independencia vasca y catalana como «separatistas» o agentes de la «anti-España». Guillem Martínez sostiene que el problema no es el franquismo en sí, sino que la cultura democrática española ha «normalizado» tanto el franquismo que la sociedad no es consciente de la influencia de la dictadura. Se estigmatizó la política, y mucha gente desestima los temas considerados «políticos» como algo indecoroso y partidista. 

Al mismo tiempo, es evidente, como sostienen muchos de quienes colaboran en el libro, que rasgos destacables que se atribuyen a la dictadura ya existían en España mucho antes. El historiador Ricard Vinyes señala que el franquismo se limitó a heredar las ideas y opiniones más conservadoras y reaccionarias de períodos anteriores. El historiador del derecho Sebastián Martín coincide, e identifica entre ellas una visión jerárquica de la sociedad y una visión «uniforme» e «imperial» de España como sociedad católica. Emilio Silva, uno de los fundadores de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (AHRM), coincide en esto y añade que el franquismo bloqueó -y sigue bloqueando- la modernización del país.  

Existe un acuerdo casi unánime respecto a la insuficiente enseñanza escolar de la historia de la España del siglo XX, y la necesidad urgente de un tratamiento más amplio y mejor fundado . Aunque la Guerra Civil y la dictadura están en el plan de estudios, aparecen al final en un programa sobrecargado. Por ello, a menudo no se cubren, quizá para alivio de parte del profesorado, ya que se consideran temas controvertidos políticamente. En cualquier caso, gran parte del profesorado no tiene suficiente formación para impartir estos temas. Fernando Hernández Sánchez, formador de profesorado de secundaria, señala que, en la práctica heredada del tardofranquismo de explicar la Guerra Civil como una lucha “entre dos bandos” no sólo se evita mencionar que la guerra se inició con una revuelta militar contra un gobierno elegido democráticamente, sino que también se contribuye a perpetuar una equivalencia moral en la línea de «ambos bandos tuvieron la culpa» y «ambos bandos cometieron atrocidades». Hernández describe el conocimiento del pasado por parte de la población como un «agujero negro», según él en aumento. Señala que tal ignorancia del pasado es terreno abonado para el crecimiento de los mitos de la derecha.    

Aunque el Gobierno ha anunciado medidas en este contexto, las personas entrevistadas por Faber no son optimistas respecto a que finalmente se adopten. Guillem Martínez pide que se legisle para obligar a los tribunales a anular las sentencias dictadas por los tribunales de la dictadura franquista, porque estas sentencias expresan la idea de que el franquismo era una forma legítima de autoridad. Sostiene que la ley de 2017 aprobada por la Generalitat de Cataluña que anulaba las sentencias franquistas fue «falaz» porque la anulación de sentencias no es función de los parlamentos  [Ver Víctimas del franquismo en Catalunya, finalmente en opendata]. Lógicamente, cualquier anulación de este tipo por parte de los tribunales plantearía la cuestión de la incautación por parte de la dictadura de los bienes de quienes habían apoyado a la República. Antonio Maestre pide la revocación del Decreto Ley de Incautación de Bienes Materiales de 1936 que autorizaba dicha confiscación. 

Es difícil hacer justicia en una reseña a la variedad y complejidad de los argumentos presentados en este breve libro. En la conclusión, Faber apunta que, en algunos aspectos, España no es el único país que se enfrenta a estos retos. Como argumenta, muchos otros países, a menudo vistos desde España como «normales», también tienen problemas para lidiar con su conflictivo pasado violento, ya sea en relación con una dictadura, el dominio imperial o la esclavitud. También señala que la derecha populista de todo el mundo quiere presentar la historia como un motivo de orgullo para la ciudadanía, ensalzando a los «héroes» del pasado. Vox no es único en esto, ni plantea una novedad en el contexto español. Es un punto relevante y, aunque la mayoría de los lectores buscarán ayuda en este libro para entender la España contemporánea, mucho de lo escrito debería hacer reflexionar a quien lea desde otro país sobre su propia sociedad y la celebración de versiones míticas de cualquier historia nacional propia.  

Sebastiaan Faber, Exhuming Franco: Spain’s Spanish Transition (Vanderbilt University Press, 2021)

La publicación de una edición española está prevista en 2022.

[Traducción del inglés: Concha Catalan]

«Prison of Women» (Cárcel de mujeres), por Tomasa Cuevas

En un artículo de 2019 reseñamos el libro de Tomasa Cuevas Cárcel de Mujeres 1939-1945. Mencionamos que había sido publicado en inglés en 1998 con el título Prison of Women: Testimonies of War and Resistance in Spain, 1939-1975 (State University of New York Press, 1998). Nos equivocamos, pues Prison of Women es un libro diferente a cualquiera de los libros de Tomasa Cuevas publicados en español. 

Hoy, con motivo del 23 de abril, Día del Libro y Diada de Sant Jordi en Catalunya, publicamos este artículo para llamar la atención sobre un libro que probablemente será desconocido para nuestros lectores, y para destacar la notable vida y obra de Tomasa Cuevas (1917–2007) y de algunas de sus compañeras de prisión cuyas historias también se relatan.

Mary E. Giles, historiadora de Estados Unidos y autora de varios libros sobre la Inquisición en España tradujo Cárcel de Mujeres 1939-1945 al inglés. En una introducción explica cómo, por casualidad, en 1989, encontró el libro en una librería madrileña. Cinco años después, a través de una amistad en común, acordó encontrarse con la autora y pasaron tres días juntas seleccionando y organizando material de las tres publicaciones españolas de Cuevas. 

Prison of Women es el resultado de ese trabajo. Es a la vez una autobiografía de Cuevas y un retrato de aspectos de la dictadura en gran parte olvidados en España. Aunque la propia historia de Cuevas determina la estructura del libro, once de los veintitrés capítulos son extractos de entrevistas que grabó a finales de la década de 1970 con algunas de las mujeres a quienes había conocido en la cárcel.

Cuevas creció en Guadalajara y comenzó a trabajar a los nueve años en un taller de géneros de punto. A los diecisiete años era miembro del Partido Comunista de España. Pasó la Guerra Civil en una variedad de trabajos, algunos en hospitales. Al final de la guerra fue detenida tras ser reconocida y denunciada por un vecino de Guadalajara al ir a tomar un tren con destino a Madrid. En un consejo de guerra colectivo se la sentenció a treinta años de prisión y ahí comenzó su recorrido por el mundo de pesadilla del sistema penitenciario del régimen franquista. Su condena se redujo posteriormente a veinte años y en 1944 fue puesta en libertad condicional y obligada a vivir en Barcelona. Nuevamente arrestada en 1945 por reiniciar su actividad en el Partido Comunista, fue liberada en 1946 y vivió bajo nombres falsos hasta 1953, cuando escapó para vivir en Francia. En 1961, tras la detención en España de su marido, también militante del Partido Comunista, se le permitió volver a vivir en Barcelona.

Uno de los aspectos sobresalientes del libro de Cuevas es su retrato de la solidaridad mostrada entre las presas: la ayuda a las mujeres mayores y a las de mayor riesgo, el reparto de los paquetes de comida recibidos de los familiares, el apoyo a aquellas en espera de juicio y las actividades organizadas en la prisión para mantener la moral. En una prisión, por ejemplo, las reclusas más jóvenes jugaban cada noche a simular un juicio contra Franco, echando a suertes quién debía asumir el odiado papel del dictador.

Cuevas fue enviada a siete cárceles diferentes. En las cárceles de mujeres de Madrid y Barcelona, las presas se beneficiaban de visitantes que estaban en contacto con la red clandestina de apoyo a las presas del Partido Comunista. La mayoría de las cárceles fuera de Madrid y Barcelona estaban en conventos, donde –con una excepción–, parece que las monjas eran más duras con las presas que los guardias. La peor prisión fue la del pequeño pueblo vasco de Amorebieta, que las presas llamaban “el cementerio de las vivas”. Cuevas fue una de las 450 mujeres que llegaron una noche de 1942 a la ya abarrotada cárcel después de un viaje de un día en tren desde Santander. Así describe la escena a la mañana siguiente:

“Por la mañana pudimos ver los rostros de las mujeres en Amorebieta. Tenían la piel tan amarilla que parecían pertenecer a otra raza. Era obvio que se estaban consumiendo… La prisión era un infierno. Parecía como si las mujeres de Santander hubiésemos comido de restaurante todos los días”

Prison of Women, p. 86

En pleno invierno de 1940, se había enviado  a Cuevas y otras 350 mujeres desde Madrid hasta la localidad vasca de Durango en un tren de carga (primero tuvieron que limpiarlo, ya que se había utilizado para transportar animales). Después de viajar durante tres días llegaron al pequeño pueblo de Zumárraga, donde tuvieron que esperar durante la noche para cambiar de tren:

“Hacía mucho frío, e incluso antes de llegar a Zumárraga veíamos el suelo todo blanco de nieve … Cuando el pueblo se enteró de que había presas políticas en la estación, mucha gente se apresuró a venir a vernos e incluso a traernos cosas.”

Prison of Women, p. 51

“Todos los días llegaban nuevos grupos [de presas] a Durango … No había suficientes cárceles en toda España para tantas presas. Por eso, conventos como el de Durango se convirtieron en cárceles. Al final se alojó a más de dos mil mujeres en el convento reconvertido en cárcel de Durango junto a decenas y decenas de niños y niñas de edades que iban desde unos pocos meses –algunos habían nacido en la cárcel– hasta los tres y cuatro años”

Prison of Women, p. 52

Según su relato, cuando la población de Durango lo supo, se organizaron para proporcionar hogares a los menores de dos años hasta que sus familiares pudieran recogerlos. Recuerda que cuando la prisión se cerró, un año después, y los prisioneros fueron enviados a otro lugar, muchos lugareños se reunieron en la estación de tren para llevarles comida para el viaje. Quizás valga la pena recordar el nivel de represión en España en ese momento para valorar tales demostraciones de coraje y apoyo a las presas políticas: tan solo cuatro años antes, en abril de 1937, aviones de la Legión Cóndor alemana habían destruido Durango en un ataque muy similar al llevado a cabo en Guernica.

En las entrevistas a las compañeras de prisión se cuentan las historias de mujeres igualmente excepcionales y de la dureza de sus vidas. Entre ellas, las de Nieves Waldemer Santisteban, que dio a luz en la cárcel de Guadalajara; Rosario Sánchez Mora, que había ayudado a ensamblar toscas bombas usando dinamita durante la Guerra Civil y que perdió una mano en el proceso; Esperanza Martínez, detenida tras pasar un tiempo en la montaña con la guerrilla que combatió la dictadura en la década de 1940; y María del Carmen Cuesta , que era menor de edad cuando fue sentenciada a los quince años por pertenecer a las Juventudes Socialistas Unificadas, ala del Partido Comunista. También están las historias de tres mujeres: Victoria Pujolar, Adelaida Abarca and Angelita Ramos – que escaparon de la prisión de Les Corts en Barcelona y cruzaron la frontera hacia Francia.

Las historias de vida que se describen en este libro no son típicas de todas las mujeres que estuvieron en prisión durante los años de posguerra. Muchas de las entrevistadas por Cuevas habían sido miembros del Partido Comunista, y la propia Cuevas continuó activa en el partido y en la resistencia a la dictadura hasta después de la muerte de Franco en 1975. Sin embargo, su retrato de un aspecto a menudo olvidado de la dictadura franquista y de algunas de las vidas extraordinarias de mujeres que sobrevivieron a la represión de la posguerra, Prison of Women merece ser más conocido y, quizás incluso, ser traducido como tal al español.

[Traducción del inglés: Carlos Terraga]

Puede leer parte del libro en inglés aquí

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Los devotos y los desplazados: Una nueva historia de las Brigadas Internacionales

Durante la Guerra Civil miles de personas de otros países se ofrecieron como voluntarias para luchar por la República Española contra los insurgentes liderados por el general Franco. La mayoría de ellos se unieron a las Brigadas Internacionales. Se solía reclutar a los voluntarios a través de los partidos comunistas de sus propios países. Viajaban a España cruzando la frontera francesa, a menudo ilegalmente, o en barco desde Marsella. Hubo alrededor de 35.000 voluntarios en total, aunque menos de la mitad participaron simultáneamente en la contienda. Los reclutas procedían de muchos países, destacando en número los procedentes de Francia, Polonia, Italia, Alemania, Estados Unidos, Canadá, Bélgica, Países Bajos, Reino Unido, Yugoslavia y Checoslovaquia. Aunque una pequeña minoría eran escritores, artistas e intelectuales, la mayoría era de clase trabajadora. La mayor parte tenía poca formación o experiencia militar y, a su llegada a España, fueron enviados a Albacete para su formación. Lucharon en la mayoría de las principales batallas de la Guerra Civil. El 8 de febrero de 1939, cuando Cataluña fue ocupada por las fuerzas de Franco, las últimas unidades de las Brigadas cruzaron la frontera española hacia Francia. Con motivo de este aniversario, reseñamos el libro Las Brigadas Internacionales: Fascismo, libertad y la guerra civil española, por Giles Tremlett  (Editorial Debate, 2020), publicado el pasado mes de octubre en inglés y español. 

Aparte de las memorias de ex brigadistas, ha habido muchas publicaciones sobre las Brigadas Internacionales. La mayoría se ha centrado en voluntarios de países concretos o, en algunos casos, en los de ciudades concretas. Lo que distingue a este volumen de Giles Tremlett, ex corresponsal de The Guardian en Madrid, es que intenta abarcar a todos los brigadistas, independientemente de sus países de origen. En este sentido, es «internacional» pero, a diferencia de los relatos anteriores de este tipo, se ha beneficiado de la apertura de los Archivos Estatales de Rusia, utilizados ampliamente por el autor junto con archivos de otros lugares, incluidos los de Polonia, Países Bajos, España, Reino Unido y Estados Unidos. 

El libro está organizado cronológicamente en una serie de episodios con un tiempo específico, pero muchos de estos episodios se utilizan para explorar temas y problemas más amplios. Aunque las Brigadas se crearon formalmente en otoño de 1936, Tremlett inicia su relato con voluntarios anteriores. La mayoría estaban en Barcelona en el momento del golpe militar de julio de 1936, cuando la ciudad se preparaba para celebrar la inauguración de la “Olimpiada Popular” (organizada en protesta por las “Olimpíadas nazis” en Berlín). Entre los extranjeros que se unieron inmediatamente a las milicias para resistir frente a los sublevados hubo algunos de los deportistas. Tremlett finaliza su relato, tras la derrota militar de la República a principios de 1939, con una discusión sobre las experiencias de los voluntarios en la posguerra. 

Poster Olimpiada popular. Autor: Lewy, Fritz, 1893-1950; Contribución: Centre Autonomista de Dependents del Comerç i de la Indústria. Fuente: CRAI Pavelló de la República (Universitat de Barcelona)

La investigación de Tremlett en los archivos soviéticos revela que los voluntarios provenían de más países de los que se había establecido anteriormente, de sesenta y cinco de los estados soberanos independientes existentes entonces. 

Como explica en la introducción, la mayoría de los voluntarios provienen de dos categorías superpuestas de personas: «los devotos» y «los desplazados». Los devotos eran a menudo, pero no siempre, miembros del Partido Comunista. Los líderes del partido intentaron aprobar a los voluntarios según su motivación, experiencia militar, opiniones políticas y aptitud física, y más de la mitad de los voluntarios fueron miembros del partido. 

Sin embargo, en la década de 1930, Europa albergaba a un gran número de refugiados políticos de regímenes represivos. Aunque los más recientes eran Alemania y Austria, también hubo refugiados que escaparon de la represión política y el antisemitismo en Italia, Polonia, Hungría, Yugoslavia y otros lugares. Las comunidades de refugiados más numerosas incluían a quienes habían huido de los pogromos antisemitas en el Imperio Ruso y las personas desplazadas por la Revolución Rusa o por el colapso de los Imperios austrohúngaro y alemán tras la Primera Guerra Mundial. A estos debían añadirse los inmigrantes económicos, especialmente después de la caída de Wall Street de 1929 y el inicio de la Gran Depresión.  

La importancia de tales comunidades de refugiados para el reclutamiento queda clara en el relato de Tremlett, particularmente en el caso de los voluntarios polacos. Había grandes comunidades polacas fuera de Polonia, especialmente en Francia y Bélgica. Sólo alrededor del veinte por ciento de los brigadistas polacos fueron reclutados directamente desde Polonia; el resto provenía de lugares tan lejanos como Argentina. Unos 350 voluntarios polacos llegaron de Bélgica, de los cuales 131 eran judíos. De los 1.900 voluntarios de Bélgica, 800 eran, de hecho, inmigrantes recientes en ese país. Los judíos representaron alrededor del diez por ciento de todos los voluntarios, incluidos 200 de los de Bélgica. Los voluntarios de fuera de Europa también procedían con frecuencia de comunidades de inmigrantes: la mayoría de los voluntarios ucranianos, por ejemplo, procedían de Canadá. 

¿Qué peso tuvo la contribución de las Brigadas al esfuerzo bélico general de los republicanos? Tremlett evita con razón exagerar su papel. Desempeñaron un papel crucial para evitar que las fuerzas de Franco tomaran Madrid en el invierno de 1936-37. En las batallas del Jarama en febrero de 1937 y en Guadalajara unas semanas después, ayudaron a detener los intentos de los rebeldes de rodear la capital. Fueron utilizados como tropas de choque durante la guerra y desplegados en la mayoría de las batallas clave. El personal médico extranjero, a menudo mujeres, adscrito a las Brigadas, desempeñó un papel crucial en el establecimiento y entrenamiento de los servicios médicos de las fuerzas republicanas. Sin embargo, las Brigadas siempre fueron desplegadas como parte del ejército republicano y su contribución fue limitada. No combatieron en el Frente Norte, donde el País Vasco, Santander y Asturias quedaron aislados del resto del territorio republicano. A medida que avanzaba la guerra y la República entrenaba un nuevo ejército, se redujo la importancia relativa de las Brigadas. Las cinco brigadas se volvieron cada vez menos “internacionales” a medida que sus filas aumentaron con tropas españolas y algunos de los brigadistas supervivientes fueron desplegados tras las primeras líneas, en algunos casos entrenando a reclutas españoles.  

El régimen de Franco y algunos historiadores fuera de España han retratado a las Brigadas como un ejército comunista bajo el control de Moscú. La importancia de los miembros del partido, especialmente entre los oficiales y comisarios políticos, es bien conocida. Pero cada unidad tenía su propio carácter político: Tremlett retrata el Batallón Thälmann, de habla alemana, como más influenciado por la dirección del Partido Comunista que el Batallón Garibaldi, cuya dirección reflejaba la naturaleza más diversa del antifascismo italiano. Mientras figuras como el francés André Marty y el italiano Luigi Longo desempeñaron papeles clave en la base de las Brigadas en Albacete, los “asesores” soviéticos ocuparon muchos de los principales puestos militares. Entre ellos, los más importantes no fueron rusos sino húngaros, polacos y ucranianos, que operaban bajo nombres falsos. Estos incluían al húngaro Paul Lukacs, el ucraniano Emilio Kléber y el general polaco Walter, quienes habían servido en el Ejército Rojo. 

Las Brigadas sufrieron una tasa de mortalidad muy alta: alrededor de una cuarta parte de los voluntarios del Reino Unido, Francia y Canadá murieron, y Tremlett estima las muertes totales aproximadamente en un veinte por ciento, con una alta proporción de supervivientes heridos. El motivo queda claro en el relato de Tremlett: se usó a las Brigadas como tropas de choque, especialmente en los primeros meses cuando la República se esforzaba por entrenar un ejército para reemplazar a las milicias improvisadas que habían resistido el golpe militar. Esto implicó que a menudo se arrojara a los brigadistas a la batalla con un entrenamiento mínimo y con armamento anticuado. Hasta su retirada en septiembre de 1938, continuaron involucrados en gran parte de los combates más duros, con las consiguientes bajas. Su captura por parte de los ejércitos de Franco, especialmente durante la retirada republicana en Aragón a principios de 1938, a menudo resultó en ejecución inmediata, aunque cientos sobrevivieron para utilizarse en intercambios de prisioneros después de ser sometidos a un trato brutal en San Pedro de Cardeña, cerca de Burgos.   

San Pedro de Cardeña (Burgos). 22 de septiembre de 1938. Prisioneros internacionales. Ministerio del Interior / Sección técnica. Biblioteca Nacional de España. Imágenes bajo licencia CC-BY.

La retirada de las Brigadas se produjo en septiembre de 1938. Al mes siguiente se organizó un gran desfile en Barcelona, donde “La Pasionaria” (Dolores Ibarruri) les dirigió un célebre discurso de despedida. Posteriormente, los destinos de los brigadistas tomaron rumbos diferentes, como describe Tremlett en uno de los capítulos más interesantes. Algunos, como los británicos, estadounidenses, franceses y canadienses, regresaron a casa, a menudo para ser tratados con sospecha; en la década de 1950 fueron acusados ​​de «antifascismo prematuro» en los Estados Unidos. Sus antiguos camaradas de Alemania, Italia y otras dictaduras europeas fueron a menudo menos afortunados. En enero de 1939, unos 3.200 voluntarios, principalmente alemanes, italianos, polacos y otros europeos del este todavía estaban en España porque regresar a sus propios países significaba el encarcelamiento o la muerte. A medida que las fuerzas de Franco avanzaban sobre Barcelona, ​​se les pidió que regresaran al campo de batalla en un vano intento de ayudar a evitar la derrota militar.

En marzo de 1939, tras la caída de Cataluña, más de 5.700 brigadistas estaban retenidos en campos de internamiento franceses. Algunos jugarían un papel importante en la Resistencia francesa; otros serían deportados a campos nazis, donde pocos sobrevivieron. Algunos de los voluntarios polacos hicieron el viaje a través del norte de África hasta la URSS, donde Stalin reclutó un ejército polaco contra Alemania. La contribución de algunos brigadistas también fue importante en otros países, participando por ejemplo en las fuerzas partisanas que operaron en Italia y Yugoslavia, donde los cuatro ejércitos partisanos de Tito estaban dirigidos por ex brigadistas. Algunos de los europeos del este sobrevivieron para desempeñar papeles políticos importantes después de 1945, sobre todo en la República Democrática Alemana, donde seis ex brigadistas se convertirían en ministros del gobierno, mientras que otros desempeñaron funciones clave en el ejército y las fuerzas de seguridad. 

Más de ochenta años después, ¿cómo vemos a quienes se ofrecieron como voluntarios y arriesgaron sus vidas en las Brigadas Internacionales? En el pasado, muchos escritores los vieron como figuras heroicas que dejaron sus países de origen y se arriesgaron a morir para detener la propagación del fascismo. Para el régimen de Franco –y para los protagonistas de la Guerra Fría en Occidente– eran meros aventureros o un ejército invasor de marxistas bajo el control de Moscú. Tremlett logra evitar una u otra caracterización, señalando que no todos eran buenas personas y que, como en cualquier gran grupo, había cobardes y psicópatas, así como quienes estaban dispuestos a arriesgar su vida en virtud de una causa noble. Este reconocimiento de la diversidad de los brigadistas, así como la amplitud de las fuentes utilizadas, hacen de esta una historia de las Brigadas genuinamente internacional, que debe ser leída por cualquier interesado en la Guerra Civil o en la Europa de entreguerras. 

La base de datos más completa de integrantes de las Brigadas Internacionales es SIDBRINT, de la Universitat de Barcelona, que incluye información de más de 30.000 personas voluntarias. 

Giles Tremlett, Las Brigadas Internacionales: Fascismo, Libertad y la Guerra Civil Española (Editorial Debate, 2020).

SOBRE LA FOTO DE SAN PEDRO DE CARDEÑA [Nota añadida 4 marzo 2021] La foto muestra a prisioneros de guerra de las Brigadas Internacionales dando el saludo fascista. Esto se exigió a todos los prisioneros, españoles y no españoles, en San Pedro y en otros campos de prisioneros. Según el voluntario estadounidense Carl Geiser, que estuvo preso en San Pedro entre abril de 1938 y febrero de 1939, los brigadistas encarcelados -principalmente británicos y estadounidenses- acordaron entre ellos dar el saludo fascista para evitar las palizas que se daban a los presos que se negaban. Agrega que “los sargentos ignoraban los saludos torpes con tal de que no se cerrara el puño” (Carl Geiser, Prisoners of the Good Fight, 1986, p. 129). La obligación de dar el saludo fascista acompañado por el grito del nombre del dictador, y también las palizas administradas a los prisioneros, forman parte de las numerosas contravenciones de la Convención de Ginebra de 1929 sobre el trato a los prisioneros de guerra por parte de los militares rebeldes.

[Traducción del inglés: Carlos Terraga]

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FOTO DE PORTADA: Despedida de miembros de la Brigada Internacional XV, posiblemente el Batallón Inglés, durante la Batalla del Ebro en el campo de fútbol de Marçà (Tarragona), Octubre 1938. Autoría: Concern Illustrated Daily Courier – Illustration Archive, Public domain, via Wikimedia Commons.

La duquesa defensora de la república

Durante la Guerra Civil, la República Española recibió el apoyo de muchas personas en otros países. Probablemente, uno de sus defensores más inesperados fue la duquesa de Atholl, aristócrata y diputada del parlamento británico. Para conmemorar el 60 aniversario de su muerte, el 21 de octubre de 1960, publicamos este artículo, que destaca el apoyo de la duquesa a la República e ilustra el amplio apoyo que la República recibió en todo el mundo.

Nacida en una familia aristocrática escocesa en 1874, Katharine Marjory Ramsay se convirtió en duquesa de Atholl en 1917 cuando su esposo heredó el ducado. Se había formado como pianista en el Royal College of Music de Londres en su juventud pero, tras su matrimonio, se dedicó al servicio público. Antes de 1914, fue miembro de un comité que examinó los problemas de la prestación de servicios de salud en las Highlands e islas de Escocia, escasamente pobladas. Durante la Primera Guerra Mundial ayudó a organizar los servicios de enfermería para el ejército británico.

En 1923 fue elegida para el parlamento como diputada conservadora por Kinross & West Perthshire, el distrito electoral escocés al que pertenecía Blair Atholl, la propiedad familiar, en un escaño que anteriormente había ocupado su esposo. Ascendió rápidamente. De 1924 a 1929 fue ministra de Educación, siendo la segunda mujer en ocupar el cargo de ministra en el gobierno británico. Hay algo de ironía en esto: las mujeres podían votar desde 1918, pero antes de 1914 la duquesa se había opuesto abiertamente al sufragio femenino, argumentando que las mujeres aún no tenían la educación suficiente.

A finales de la década de 1920, centró su atención en los problemas internacionales. Apoyó una campaña para prevenir la mutilación genital femenina en las colonias británicas de África Oriental y se preocupó por los acontecimientos en la URSS: su libro The Conscription of A People (1931) sacó a la luz y denunció las prácticas soviéticas de trabajo forzado. A pesar de su hostilidad hacia la URSS, después de leer Mein Kampf de Hitler, decidió que la Alemania nazi era una amenaza aun mayor para la paz europea. Esto marcó su apoyo a la República española tras el fracaso del intento de golpe militar en julio de 1936.

En sus memorias, Men and Politics, publicadas en 1941, el periodista estadounidense Louis Fischer valoró la contribución de la duquesa a la campaña británica en apoyo de la República con las siguientes palabras:

“Con un vestido de seda negro pasado de moda que le llegaba hasta la punta de los zapatos, en las reuniones sobre España, se sentaba en la tarima con comunistas, socialistas de izquierda, trabajadores y brigadistas internacionales discapacitados para reclamar ayuda para los republicanos. Interrogaba a todos cuantos habían estado en España, prestaba atención a sus palabras y anotaba muchas de ellas en un libro, repleto de su letra ilegible «.

Men and Politics, págs. 440-441

Se convirtió en presidenta del Joint National Committee for Spanish Relief (NJC), creado en noviembre de 1936 para coordinar el trabajo de los innumerables grupos establecidos en Gran Bretaña para proporcionar ayuda humanitaria a la República. Como presidenta, trabajó con personas de orígenes diversos y con opiniones políticas muy diferentes a la suya, incluidas Ellen Wilkinson y Leah Manning, ambas miembros izquierdistas del Partido Laborista, e Isabel Brown, una miembro prominente del partido comunista británico. En abril de 1937, una delegación parlamentaria de Atholl, Wilkinson y la diputada independiente Eleanor Rathbone visitó Barcelona, ​​Valencia y Madrid. En Valencia conocieron a soldados italianos que habían sido hechos prisioneros durante la Batalla de Guadalajara (marzo de 1937) por ser miembros del ejército de Franco. Madrid estaba bajo un intenso bombardeo artillero pero los llevaron a presenciar los combates en la Casa del Campo. Poco después de su regreso, la duquesa de Atholl se convirtió en presidenta del Comité para los Niños Vascos (Basque Children’s Committee), que organizó la evacuación de casi 4.000 niños y niñas desde Bilbao para alojarlos en Gran Bretaña, tal como explicamos en Expedición a Inglaterra: Niños y niñas vascos en Inglaterra.

Su apoyo a la República hizo que los periódicos de derechas de Gran Bretaña la bautizaran como la «Duquesa Roja», a pesar de ser una figura muy conservadora y una fuerte defensora del Imperio Británico. En 1935 había dimitido temporalmente del partido conservador en el parlamento en protesta por la legislación para introducir el autogobierno local en la India, colonia británica entonces, ya que temía que esto condujera a su independencia. Louis Fischer, a quien invitó a tomar el té en la Cámara de los Comunes en 1937, llegó a la conclusión de que “no es una radical” (Men and Politics, página 440).

Su apoyo a la República la motivó a escribir un libro sobre la Guerra Civil, Searchlight on Spain, que se publicó en rústica en junio de 1938, vendiendo más de 100.000 copias en un mes. En contraste, unos meses antes, el ahora famoso Homenaje a Cataluña de George Orwell vendió menos de mil copias cuando se publicó. Orwell hizo una reseña de Searchlight on Spain para la revista Time and Tide en julio de 1938 y la describió como «una breve historia popular de la guerra española» que estaba «escrita de manera simple y bien documentada» Orwell in Spain (2001, página 304 de la edición inglesa. Existen dos ediciones españolas en Austral y Tusquets).

Searchlight on Spain incluyó un capítulo sobre la “España insurgente” que, admitió, no había podido visitar. Basando sus comentarios “en libros de otros que la habían visitado” (Searchlight on Spain, página xi), destacó la represión generalizada y la negativa de la autoridad insurgente a permitir reportajes independientes. En su último capítulo concluyó:

“Si Barcelona, ​​Valencia y Madrid caen en manos de los insurgentes, probablemente serán indescriptibles las barbaridades que se perpetrarán. Si se aplasta a los republicanos españoles, significa el fin de la libertad, la justicia y la cultura, y el exterminio sin piedad de todos quienes les otorgan importancia”.

Searchlight on Spain, pág. 316

También advirtió de los peligros de una victoria insurgente en el caso de una guerra europea más amplia que, en 1938, parecía cada vez más probable. Señaló que Francia estaría rodeada por tres potencias hostiles (Alemania, Italia y España), y destacó el peligro que esto iba a suponer para Gran Bretaña. Señaló -con gran acierto, como probarían los acontecimientos de la Segunda Guerra Mundial- la potencial amenaza para la navegación británica de los submarinos alemanes repostando a lo largo de la costa de Galicia.

Los temores de la duquesa respecto la Alemania nazi habían ido en aumento durante sus visitas a varios estados de Europa central a lo largo de 1937 y 1938. Entre ellos, Austria, adonde fue poco antes de la anexión nazi en marzo de 1938; y Checoslovaquia, que visitó en julio de 1938. Dos meses después de dicha visita, en septiembre de 1938, Neville Chamberlain, primer ministro británico, y Edouard Daladier, primer ministro francés , aceptaron en Munich la demanda de Hitler de ocupar la parte de Checoslovaquia conocida como los Sudetes. Cuando se firmó el Acuerdo, ella estaba de viaje en Canadá y Estados Unidos, realizando una extensa gira, hablando en reuniones públicas, como parte de una campaña de recaudación de fondos para enviar barcos con alimentos en apoyo de la República Española.

Para entonces, su apoyo a la República española y sus críticas a la política exterior británica habían provocado su expulsión del Partido Conservador, que gobernaba. Después del Acuerdo de Munich, renunció a su escaño para que se convocara una elección parcial en su circunscripción, en la que se presentó como candidata. Su único oponente era del Partido Conservador, porque tanto el Partido Laborista como el Liberal retiraron sus candidaturas y la apoyaron. Sus críticas a la política exterior de Chamberlain y al Acuerdo de No Intervención que impedía al gobierno republicano español comprar armas legalmente centraron su campaña electoral. Obtuvo el apoyo de miembros prominentes del mundo artístico y literario británico; entre ellos, Gerald Brenan y Sir Peter Chalmers-Mitchell. Ambos habían estado viviendo en Málaga al estallar la Guerra Civil. Winston Churchill, otro oponente del Acuerdo de Munich, la llamaba regularmente, pero evitó acudir a los actos de la campaña electoral. La votación se celebró el 21 de diciembre, después de dos días de fuertes nevadas, y el candidato conservador obtuvo una estrecha victoria. Esto puso fin a la carrera política de la duquesa, pero no su defensa de la República española ni de los derechos humanos.

En enero de 1939 fue una de las firmantes de una carta conjunta al periódico The Times con la petición de que se permitiera al gobierno republicano comprar armas legalmente. Tras la derrota de la República, visitó los campos del sur de Francia donde estaban confinados cientos de miles de refugiados españoles. En mayo de 1939, viajó también al puerto francés de Sête para ser testigo de la salida del Sinaia, que el  Joint National Committee for Spanish Relief (NJC) había fletado para transportar refugiados republicanos a México.

Después de la Segunda Guerra Mundial, ayudó a establecer la British League for European Freedom (Liga Británica para la libertad de Europa), que presidió. La Liga hizo campaña para exponer la situación de los derechos humanos en Europa del Este después de caer bajo el dominio soviético. Sus memorias, Working Partnership, se publicaron en 1958, dos años antes de su muerte. Tal vez sorprende que tuviera relativamente poco que decir sobre su trabajo en apoyo de la República española. No obstante, como Louis Fischer escribió en 1941:

«[la duquesa de Atholl] había ido a Madrid y desde aquel momento trabajó tan duro para la España leal como cualquier otro en el reino”.

Men and Politics, página 440

[Traducción: Concha Catalan]

Foto: Katharine Marjory Stewart-Murray (née Ramsay), Duchess of Atholl by Howard Coster. Half-plate film negative, 1938. © National Portrait Gallery, London NPG x12264. (CC BY-NC-ND 3.0)