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Ochenta años de “El laberinto español” 

En 1943, cuatro años después de la victoria franquista en la Guerra Civil, se publicó en Inglaterra un libro sobre los orígenes del conflicto. El autor, Gerald Brenan (1894-1987), había vivido intermitentemente en España en los años veinte y treinta. El libro, The Spanish Labyrinth  pronto se convirtió en un clásico en el mundo anglosajón.  [El laberinto español, última edición en Planeta de libros, 2017.  Puede también leerse aquí ].  Con motivo del 80 aniversario desde su primera publicación, publicamos este relato sobre el libro y su influencia.

En España, la investigación histórica independiente estuvo severamente restringida hasta después de la muerte de Franco en 1975. El laberinto español circuló ilegalmente tras publicarlo la editorial Ruedo Ibérico desde el exilio en 1962. Lógicamente, el libro refleja los planteamientos del estudio de la historia en la época y las limitadas fuentes de que disponía el autor. No es de extrañar, por tanto, que muchos de los argumentos de Brenan hayan sido cuestionados en los últimos años, sobre todo por historiadores españoles que trabajan con nuevas fuentes y adoptan nuevos enfoques de investigación histórica. Sin embargo, El laberinto español desempeñó un papel importante en el desarrollo del estudio de los orígenes de la Guerra Civil e influyó e inspiró a generaciones posteriores de escritores.

En los últimos años de su vida, Gerald Brenan se hizo famoso en España. La publicación legal de ediciones españolas de El laberinto español en 1978 y de sus otros libros, en particular Al sur de Granada (1974) , le convirtieron en una celebridad, y la prensa española se hizo eco de su muerte en enero de 1987. Sin embargo, aunque Brenan vivía en Andalucía desde 1953, fue extraño que alcanzara tal reconocimiento: no tenía grandes amistades españolas y su círculo social se centraba en la comunidad de expatriados de habla inglesa de la zona de Málaga, así como en amigos visitantes, escritores y artistas. 

Las primeras reseñas de El laberinto español ofrecían una descripción engañosa del conocimiento que Brenan tenía de España, afirmando por lo general que había vivido en el país durante las décadas de 1920 y 1930 e incluso que había ido para ser granjero. La realidad era algo menos romántica. Llegó a España después de servir como oficial de observación en el ejército británico en Francia a lo largo de la Primera Guerra Mundial, por lo que fue condecorado por los gobiernos británico y francés. Se instaló en el pequeño pueblo de Yegen, en las Alpujarras, provincia de Granada, y se llevó consigo una biblioteca de unos dos mil libros con los que pensaba compensar la educación que, en su opinión, no había obtenido por no haber asistido a la universidad. Aunque alquiló la casa de Yegen hasta 1934, sólo vivió allí de forma continuada durante tres años (1920-24), viviendo después en Londres y regresando intermitentemente durante largas temporadas.

Tras casarse con la poeta y novelista estadounidense Gamel Woolsey en 1934, compraron una casa en Churriana, a las afueras de Málaga (donde ahora se encuentra el aeropuerto). Aunque el matrimonio no tuvo hijos, criaron a la hija de Brenan -fruto de una relación con una joven del pueblo de Yegen- y la rebautizaron con el nombre de Miranda. Tras el golpe militar de julio de 1936, que fracasó en Málaga, consiguieron que unos amigos se llevaran a Miranda a Inglaterra, mientras ellos se quedaban en Churriana. Woolsey escribió un relato de sus experiencias durante la guerra, Málaga en llamas, que merece una mayor difusión y puede leerse en archive.org . En inglés apareció bajo dos títulos diferentes: Death’s Other Kingdom y Málaga Burning. La pareja no volvió a España hasta su visita de dos meses en 1949, que Brenan utilizó como base para su libro La faz de España, [The Face of Spain (1950). En español, Plaza & Janés, 1985].

Antes de marcharse a Inglaterra en octubre de 1936, Brenan fue brevemente corresponsal del Manchester Guardian. Tras regresar, hizo campaña a favor del gobierno de la República, escribiendo cartas a The Times y otros periódicos, hablando en reuniones públicas y acogiendo a refugiados españoles. La duquesa de Atholl, diputada conservadora y destacada defensora de la causa republicana, lo invitó a pronunciar un discurso en una reunión de parlamentarios conservadores. En 1938 Brenan hizo campaña por la duquesa cuando concurrió en la elección parcial en su circunscripción -y perdió- tras renunciar a su escaño en el Parlamento en protesta por la política exterior británica. También empezó a trabajar en El laberinto español, que terminó en 1941.


Lee más sobre la duquesa de Atholl en La duquesa defensora de la República y Expedición a Inglaterra: Niños y niñas vascos en Gran Bretaña


En el momento de su publicación, El laberinto español recibió elogiosas críticas en los periódicos de Gran Bretaña y Estados Unidos, así como en algunos países latinoamericanos, especialmente en México.  Las críticas académicas también fueron positivas. Robert S. Smith, escribiendo en el Journal of Politics (de Estados Unidos), lo describió como «un estudio sobrio, objetivo y penetrante de la vida política y social española». (Volumen 6, 1944, página 114).  Aunque la Segunda Guerra Mundial se encontraba en un punto de inflexión importante, la Guerra Civil era historia reciente y atraía a lectores que habían hecho campaña -y en algunos casos luchado- por la causa republicana y que ahora querían explicaciones sobre la guerra y la derrota.

Una de las razones del éxito del libro fue la habilidad de Brenan como escritor, que hizo que el libro fuera en general más legible y ameno que muchas obras de historia escritas en la época.  Algunas de sus descripciones son especialmente memorables, como su perfil de Miguel Primo de Rivera:

Sus hábitos personales eran tan indisciplinados y bohemios como su mente. Aunque trabajaba muchas horas, eran muy irregulares. Se quedaba hablando todas las noches en clubes o cafés hasta las tres o las cuatro de la madrugada, dormía hasta las ocho o las nueve y se echaba la siesta después de comer. Se ponía un camisón de algodón y un gorro de dormir y se acostaba al viejo estilo español hasta las cinco. Su único ejercicio era montar a caballo, pero de vez en cuando se pegaba una buena juerga o borrachera. Él y algunos amigos (incluidas mujeres) se encerraban en una casa de campo, desconectaban el teléfono y se dejaban llevar durante un par de días. Luego volvía al trabajo con energías renovadas.

El laberinto español [traducción de la versión inglesa]

Una característica importante de El laberinto español son las notas a pie de página y las notas al final de los capítulos. Estas últimas son a veces breves ensayos, como el del capítulo 3, que trata del bajo nivel de la educación en España en el siglo XVIII, o la nota F del capítulo 6, en la que contrasta las diferentes formas de propiedad de la tierra en la España cristiana y musulmana del siglo XII. Como indican estas notas, el trabajo de Brenan se extendió mucho más allá de los orígenes inmediatos de la Guerra Civil y proporcionan una idea del alcance de su investigación. 

Es importante ver El laberinto español en relación con el contexto en el que fue escrito y las fuentes disponibles. Es evidente que en aquella época era imposible llevar a cabo cualquier tipo de investigación histórica dentro de España. La extensa bibliografía comentada que Brenan incluye en el libro es una buena indicación de sus fuentes. Gran parte de su investigación se llevó a cabo en la biblioteca del Museo Británico, donde conoció a Arthur Lehning, un anarquista holandés que era bibliotecario del Instituto Internacional de Historia Social de Amsterdam, con sede en Gran Bretaña tras la invasión nazi de los Países Bajos en 1940. Lehning pudo proporcionarle libros y documentos sobre el anarquismo y el problema agrario que eran desconocidos en Gran Bretaña. Brenan consultó también al sociólogo austriaco Franz Borkenau, a los periodistas socialistas españoles Luis Araquistáin y Arturo Barea, al historiador anarquista alemán Max Nettlau y al periodista británico John Langdon-Davies. [Más sobre Langdon-Davies en Recuerdos de la España de los años 30]

El apoyo que Franco recibió de la Alemania nazi y de la Italia fascista, que fueron esenciales para su victoria, y la dependencia de la República de la Unión Soviética hicieron que la guerra se considerara, con bastante justicia, como parte de la gran lucha de poder e ideología de los años treinta. Brenan, sin embargo, tenía claro que los orígenes de la guerra había que buscarlos en la historia socioeconómica y política española. Si esto nos parece obvio ahora, no lo era en aquel momento.

Para explicar la tragedia de la Guerra Civil, Brenan se centra en el periodo que se remonta a la restauración de la monarquía borbónica en 1874. Los cinco primeros capítulos son un repaso cronológico del periodo hasta 1931, y la última parte es un relato de la Segunda República y la Guerra Civil, pero entre ellos hay cinco capítulos (capítulos 6-10) que son, quizás, el núcleo esencial del libro. En estos cinco capítulos examina la cuestión agraria, el anarquismo, el anarcosindicalismo, el carlismo y el socialismo. 

El estudio que hace Brenan de la cuestión agraria es fundamental para muchos de sus argumentos y suscitó muchos elogios. Destaca la importancia de la diversidad geográfica española, el clima y la pluviosidad y su influencia en las condiciones sociales, económicas y políticas. Aunque se le ha criticado su aparentemente excesivo énfasis en Andalucía y Extremadura, donde coexisten grandes latifundios con un gran número de jornaleros temporeros sin tierra, esto puede justificarse por la necesidad de explicar el fracaso de la Ley de Reforma Agraria de 1932 y la importancia que desempeñaron las condiciones sociales y económicas de estas regiones en la política de la Segunda República. Brenan estuvo muy influido por la obra de Juan Díaz del Moral, cuya Historia de las agitaciones campesinas andaluzas (1929) es un relato detallado de las condiciones agrícolas en la provincia de Córdoba y de los principales conflictos laborales que estallaron allí en 1918-1920. 

Díaz del Moral fue también una importante influencia en su visión del anarquismo. Según Brenan, se trataba de un movimiento mesiánico específicamente español, basado en la necesidad que tenía el campesinado de un sustituto espiritual debido a la asociación de la Iglesia católica con los ricos y poderosos. Esta interpretación del anarquismo ha sido rechazada por generaciones posteriores de historiadores, que sostienen que Brenan no supo distinguir entre las ideas revolucionarias de los líderes anarquistas y las preocupaciones cotidianas de los trabajadores, cuyo apoyo era esporádico e instrumental. Resulta especialmente difícil aceptar la afirmación de Brenan de que el anarquismo sólo se encontraba entre los «jornaleros sin tierra y los pequeños campesinos de Andalucía y las secas regiones orientales» (página 185). Esto claramente no explica la fuerza del movimiento entre los trabajadores urbanos de Cataluña: aunque Brenan sostenía que el anarquismo catalán era el resultado de la emigración a Barcelona desde el sur, esto también se ha descartado. Su visión romántica del anarquismo puede verse en parte como un reflejo de sus propios gustos y opiniones: a lo largo de su vida, Brenan prefirió las condiciones de vida espartanas y, cuando viajaba, disfrutaba cogiendo los autobuses locales, alojándose en los lugares más baratos y comiendo en los restaurantes más sencillos. 

En su prefacio a la segunda edición, publicada en 1950, el propio Brenan reconocía que su actitud hacia la Iglesia católica había sido «demasiado exclusivamente moral y política», añadiendo que la «Iglesia española tiene una vitalidad que su conducta no sugiere». (página xiv). Es un punto importante: Brenan no comprende el apoyo que el golpe recibió de los pequeños propietarios campesinos de provincias como Navarra. Los lectores modernos encontrarán otros defectos en esta obra, entre ellos el uso habitual por parte de Brenan de supuestas -y cuestionables- generalizaciones sobre lo que él considera el carácter nacional español. Se nos dice, por ejemplo, que los españoles son «pacientes y fatalistas» (pág. 8), que «los españoles como raza no son justos ni equitativos, pero sí honrados» (pág. 15) y que «las capas más profundas del pensamiento y sentimiento político español son orientales» (pág. xxiv). Por otra parte, la pintoresca semblanza de Primo de Rivera antes citada oscurece la complejidad de la Dictadura y distrae la atención de los importantes cambios que se estaban produciendo en España en la década de 1920.  


Lee más sobre Primo de Rivera en La antesala del Golpe de septiembre de 1923: Barcelona y el conflicto laboral


Sin embargo, la importancia de El laberinto español hay que verla en relación con el desarrollo del estudio de la historia de España en una época en la que los archivos españoles estaban cerrados y en la que el régimen de Franco utilizaba la historia como arma propagandística para justificar y celebrar el golpe militar de 1936 y su represión durante la Guerra Civil y después. En el momento de su publicación, no existía el estudio académico de la historia contemporánea de España en Gran Bretaña. Parte del éxito del libro fue, sin duda, la falta de alternativas. Influyó e inspiró a historiadores posteriores en Gran Bretaña y Estados Unidos, y en España hasta después de la muerte de Franco.  Tanto Raymond Carr (Spain 1808-1939) como Hugh Thomas reconocieron su deuda con Brenan. En el prefacio a la primera edición de su monumental La guerra civil española (1961) Thomas describió El laberinto español como «un libro excelente que ilumina todo el siglo XX español» (página xix).

Aunque El laberinto español consagró a Brenan como historiador de España, nunca escribió otra obra de historia y rechazó varias ofertas de importantes editoriales para hacerlo, normalmente argumentando que estaba demasiado ocupado. Durante la Segunda Guerra Mundial escribió una serie de charlas para La Voz de Londres, programa de la BBC para España, aunque su acento andaluz se consideró demasiado fuerte y las leyó otra persona. Entre las obras posteriores de Brenan figuran La literatura del pueblo español (1951) y dos volúmenes de autobiografía, así como varias novelas, ninguna de las cuales tuvo éxito.  Tras la muerte de Woolsey en 1968, Brenan se trasladó a Alhaurín el Grande, 29 km hacia el interior de Málaga, en la Sierra de Mijas. Al final de su vida comenzó a recibir honores: en 1982 se bautizó una calle con su nombre en Alhaurín el Grande y en 1984 el gobierno socialista español le concedió el Premio Pablo Iglesias.  

Traducción del artículo realizada con la versión gratuita del traductor DeepL y revisión de Concha Catalan.

FOTO: Gerald Brenan (Sliema, Malta, 1894 – Alhaurín el Grande, 1987). Ver página para autor; dominio público, via Wikimedia Commons.

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El Stanbrook: El último barco que partió de Alicante

Incorporamos por primera vez datos relativos a las personas exiliadas a consecuencia de la Guerra Civil y la represión que la siguió a nuestra base de datos. Gracias a un convenio con la Fundación Pablo Iglesias, que disponía del listado de pasajeros del Stanbrook en formato PDF, hemos integrado esos nombres, que ahora son buscables entre los 1.423.082 registros referenciados a archivos de que disponemos hasta el momento. Aquí está la descripción del conjunto de datos.

A última hora de la tarde del 28 de marzo de 1939, el Stanbrook, un vapor de carga de matrícula británica (1.383 toneladas) zarpó de Alicante con 2.645 pasajeros rumbo al exilio. Fue el último barco en partir antes de que las fuerzas italianas entraran en el puerto. Entonces, los miles de refugiados aterrorizados que habían permanecido en el puerto fueron llevados a campos establecidos apresuradamente.

Construido en un astillero del río Tyne en 1909 y registrado originalmente como Lancer, el Stanbrook era un buque muy antiguo con una velocidad máxima de doce nudos y alojamiento para 24 tripulantes. En 1937 lo adquirió la compañía Stanhope de Londres, fundada en 1934 por Jack Billmeir. Antes del estallido de la Guerra Civil, la flota de Billmeir constaba de sólo dos buques, pero él, como otros armadores británicos, vio la oportunidad que se presentaba de transportar mercancías hacia y desde la España republicana. En el plazo de un año, la compañía Stanhope poseía más de veinte barcos. 

El comercio con la república española era un negocio cada vez más peligroso por la actividad de la armada y la aviación rebeldes y también las de sus aliados alemanes e italianos. El seguro marítimo para los buques que comerciaban con la República era caro, especialmente para los nuevos, y sustituirlos resultaba costoso. Junto con otros armadores, Billmeir compró y volvió a registrar viejos barcos: casi todos recibieron nombres que empezaban por «Stan…». Los sistemas de comercio eran complejos: los barcos podían, por ejemplo, transportar mercancías a España, luego navegar al norte de África para recoger carga para Francia, y luego navegar a otro lugar o regresar a Gran Bretaña. Muchos de los barcos de Billmeir realizaban un solo viaje hacia o desde España y luego se vendían, normalmente con beneficio.

En marzo de 1939, el Stanbrook llevaba unos dos años transportando carga desde y hacia la República, no sin incidentes. En abril de 1937 fue uno de los tres buques que desafiaron el intento rebelde de bloquear Bilbao. El periodista británico George Steer describió el recibimiento que tuvieron en Bilbao cuando remontaron el río Nervión acompañados por dos arrastreros vascos armados:

Una enorme multitud vitoreó la procesión de tres barcos rojos [las enseñas rojas de los buques mercantes británicos] que remontaban lentamente el río. Llevaban un cargamento de 8.500 toneladas de alimentos, de las cuales el elemento más importante eran 2.000 toneladas de trigo. Los hombres de la patrullera que les precedía río arriba gritaban «¡Pan! Pan!» y las mujeres de la orilla enloquecían de alegría.

George Steer, The Tree of Guernica, 1938, pp. 207-8

En agosto de 1938 el Stanbrook se hundió tras ser atacado dos veces por la aviación mientras estaba fondeado en Vallcarca, al sur de Barcelona. La tripulación fue evacuada sana y salva, pero su cargamento de cemento se echó a perder. Pocos días después fue reflotado y reparado. El 9 de febrero de 1939 fue alcanzado por metralla de un ataque aéreo mientras descargaba alimentos en Valencia.

En marzo de 1939, el capitán del Stanbrook, Archibald Dickson, recibió la orden de navegar de Marsella a Alicante para recoger un cargamento de naranjas y azafrán. Aunque llegó al puerto el 19 de marzo, su carga no llegó hasta una semana después. Para entonces ya había un gran número de refugiados en el puerto, huyendo del avance de las fuerzas franquistas. Las autoridades portuarias pidieron al capitán que evacuara al mayor número posible de civiles a Orán, en la colonia francesa de Argelia. En una carta escrita unos días más tarde al Sunday Dispatch, un popular periódico británico, Dickson describía a los refugiados:

Entre los refugiados había un gran número de mujeres y chicas jóvenes y niños de todas las edades, incluso algunos en armas. Debido al gran número de refugiados, me encontraba en un dilema en cuanto a mi propia posición, ya que mis instrucciones eran no aceptar refugiados a menos que estuvieran en una situación real de necesidad. Sin embargo, después de ver el estado de los refugiados, decidí, desde un punto de vista humanitario, llevarlos a bordo, ya que preveía que pronto podrían desembarcar en Orán. (…) Había todo tipo de gente; algunos parecían muy pobres, medio muertas de hambre, mal vestidas y ataviadas con una gran variedad de ropas, desde trajes de caldera hasta uniformes viejos y andrajosos.

Dickson escribió que a los diez minutos de abandonar el puerto «se produjo un terrible bombardeo de la ciudad y del puerto, y el destello de las explosiones se podía ver claramente desde cubierta». El viaje por el Mediterráneo hasta Orán duró 22 horas, navegando sin luces para evitar el ataque de barcos o aviones franquistas. Como el gobierno británico había reconocido el régimen de Franco el 27 de febrero, la marina británica no estaba dispuesta a intervenir para proteger el buque. Dickson describió las condiciones en el barco:

El número de refugiados a bordo hacía casi imposible moverse en cubierta; se habían abierto las escotillas para poder cargarlo y, por ello, los refugiados sólo podían permanecer a bordo de pie.

A su llegada a Orán, las autoridades francesas se mostraron reacias a permitir el desembarco de los refugiados: a las mujeres y los niños se les permitió desembarcar al cabo de unos días, pero el resto se vio obligado a esperar varias semanas. La mayoría de los refugiados fueron enviados al campo Morand, cerca de Boghari, en el Sáhara. Las instalaciones del campo eran tan deficientes que se recomendó su cierre en la Conferencia Internacional de Ayuda a los Refugiados Españoles, celebrada en París los días 15 y 16 de julio de 1939, pero esto no ocurrió.

Republicanos españoles desembarcando del Stanbrook en Orán el 30 de marzo 1939. FOT-029271. Fundación Pablo Iglesias.

Tres días después de la partida del Stanbrook, las tropas italianas entraron en Alicante, seguidas por las fuerzas franquistas. El destino de los miles de personas que quedaron en el puerto ha sido descrito por Paul Preston:

Las familias fueron violentamente separadas y quienes protestaron fueron golpeados o fusilados. Se trasladó a las mujeres y los niños a Alicante, donde se les mantuvo durante un mes hacinados en un cine con poca comida y sin instalaciones para lavar o cambiar a sus bebés. Los hombres -incluidos niños a partir de doce años- fueron llevados a la plaza de toros de Alicante o a un gran campo a las afueras de la ciudad, el Campo de los Almendros, llamado así porque era un vergel de almendros.

Paul Preston, El holocausto español, 2012, p. 480

Más tarde, en 1939, tras el estallido de la Segunda Guerra Mundial, un submarino alemán hundió el Stanbrook mientras navegaba de Amberes a Gran Bretaña, y los veinte miembros de su tripulación perdieron la vida, entre ellos Archibald Dickson. En 2018, Mark Drakeford, Ministro Principal de Gales descubrió una placa en honor a Dickson en Cardiff, su ciudad natal. Además, en el 80 aniversario de la evacuación del Stanbrook, el 28 de marzo de 2019, se erigió un busto de Dickson en el puerto de Alicante.  También hay una calle en Alicante con el nombre «Calle Buque Stanbrook» .

Más información sobre el campo Morand aquí y sobre el Campo de los Almendros aquí.

Traducción del artículo realizada con la versión gratuita del traductor DeepL y revisión de Concha Catalan.

FOTO: El Stanbrook en 1909, navegando entonces como el Lancer. Clive Ketley, Public domain, vía Wikimedia Commons

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La antesala del Golpe de septiembre de 1923: Barcelona y el conflicto laboral

Poco antes de la medianoche del 12 de septiembre de 1923, el teniente general Miguel Primo de Rivera, Capitán General de Cataluña, declaró la ley marcial y anunció su toma del poder. El 15 de septiembre, tras destituir al Gobierno en funciones, el rey Alfonso XIII nombró a Primo Presidente del Gobierno. Con motivo del centenario del Golpe de Estado de 1923, publicamos este artículo en el blog, centrado en el papel de la conflictividad social en Barcelona entre 1919 y 1923, que allanó el camino hacia el Golpe .  

A menudo se considera que el régimen parlamentario establecido en 1876 aportó estabilidad política a España. Sin embargo, a partir de 1917, dicho régimen entró en un periodo de crisis continua. En algunos aspectos, el propio sistema político y los retos a los que se enfrentó después de 1917 pueden compararse con los de otros países de Europa Occidental en la misma época, como Italia, el Reino Unido y Alemania. A pesar de la adopción del sufragio universal masculino en 1890, la política española estaba dominada por las clases terratenientes y empresariales. Ejercían su influencia de tres formas: presionando a los votantes, especialmente en las zonas rurales; mediante la cámara alta parlamentaria, con senadores designados [por derecho propio o vitalicios] para controlar a la cámara baja de senadores electos; y por el poder continuado de la monarquía.

Los años inmediatamente posteriores a la Primera Guerra Mundial fueron testigo de conflictos sociales y políticos en toda Europa, en parte como consecuencia de los efectos de la propia guerra y en parte por la desmovilización de las tropas en la posguerra y a los intentos de restaurar el orden político y social del mundo anterior a la guerra. Los efectos de la Revolución Rusa provocaron una inestabilidad adicional: a pesar de la escasez de información fiable sobre los acontecimientos en Rusia, las noticias de la toma del poder por los bolcheviques inspiraron a muchos grupos izquierdistas de toda Europa y aterrorizaron a los miembros de las clases acomodadas.  Hacia 1917, los dos partidos aristocráticos (liberales y conservadores) en que se basaba el sistema estaban muy fracturados. Esto dificultaba la formación de un gobierno con mayoría estable en las Cortes y brindaba a Alfonso XIII la oportunidad de ejercer una mayor influencia política. En este contexto, los efímeros gobiernos españoles de la posguerra se enfrentaron a una serie de retos que habrían puesto a prueba a cualquier régimen, siendo uno de ellos el intento de controlar el territorio de Marruecos asignado a España en los acuerdos internacionales de 1904 y 1912.

Si bien España había permanecido neutral, los efectos de la Primera Guerra Mundial habían sido profundos, trastocando la estructura política de preguerra, generando un auge económico que vio cómo se obtenían enormes beneficios por la exportación de bienes a británicos y franceses, acompañado de una elevada inflación que exacerbó la lucha de la población urbana y rural en situación de rápida industrialización.  Aunque esto afectó a todos los sectores de la sociedad española, este proceso fue especialmente acusado en Barcelona, como señala Francisco J. Romero Salvadó:

Durante los años de la guerra, ninguna otra ciudad española experimentó tal disparidad entre los pocos ricos y las masas trabajadoras. El auge industrial reportó beneficios extraordinarios a los magnates del textil, financieros y empresarios de Barcelona….. Al mismo tiempo, la clase trabajadora sufría mucha presión, soportaba largos turnos en las fábricas y, con sus salarios bajos, apenas podía permitirse el aumento de los precios de los productos de primera necesidad y de los alquileres.

The Foundations of Civil War: Revolution, Social Conflict and Reaction in Liberal Spain, 1916–1923. Routledge, 2008, p. 126

Aunque los años entre 1919 y 1921 se conocen como el «Trienio Bolchevique», sobre todo por las huelgas y revueltas rurales en Andalucía -que fueron sofocadas con gran violencia y supusieron el despliegue de 20.000 soldados al mando del general Manuel Barrera-, la crisis de la posguerra se centró, quizá no sorprendentemente, en Barcelona. En palabras de Romero Salvadó:

La mayor metrópoli del país, con diversos antecedentes de movilización laboral; la capital catalana, aparecía como el paradigma de todas las contradicciones y tensiones de este proceso modernizador: inmigración masiva, brecha creciente entre una burguesía enriquecida y un proletariado paupérrimo, fuertes sentimientos nacionalistas, una guarnición local inquieta y una desconfianza generalizada hacia la administración central, distante y nada representativa.

The Foundations of Civil War, 2008, p. 139

La gran huelga de 44 días en La Canadiense, o La Canadenca, (cuyo nombre oficial era Barcelona Traction, Light and Power Company Limited), entre febrero y abril de 1919, tuvo una importancia fundamental en la experiencia de posguerra de la ciudad. Las huelgas de solidaridad de los trabajadores del textil y de los servicios públicos sumieron a la ciudad en la oscuridad: los tranvías dejaron de funcionar y los comercios cerraron. La protesta demostró el poder de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), federación sindical anarcosindicalista que fue capaz de imponer el cumplimiento de la huelga. En condiciones de escasa violencia, la federación fue capaz de reunir tal apoyo a la huelga que incluso el sindicato de impresores pudo bloquear la publicación de un decreto del Teniente General Milans del Bosch, por el que se militarizaban los servicios públicos. Dicho decreto tenía como objetivo reclutar obligatoriamente a trabajadores, que después iban a poder ser procesados en consejo de guerra.

Avenida Paral·lel en Barcelona en 1913, con las chimeneas de la central eléctrica La Canadiense. Foto por Frederic Ballell i Maymí. Arxiu Fotogràfic de Barcelona, AFB3-117, Núm 320245. Dominio público via wikipedia

Milans presionó al gobierno para que declarara la ley marcial, pero el Primer Ministro, el Conde de Romanones, se negó y buscó una solución de compromiso, que incluía la promesa de introducir la jornada laboral máxima de ocho horas (por primera vez en toda Europa para todos los trabajadores). Sin embargo, la resolución del conflicto se vio socavada por la resistencia de muchos líderes empresariales y de los oficiales del ejército destacados en la ciudad, dirigidos por el propio Milans. Argumentando que eran necesarias medidas drásticas para acabar con el poder de la CNT, consideraban que la respuesta del gobierno de Romanones era débil, y que los dejaba indefensos ante una amenaza de revolución, denunciaron que la introducción de la jornada de ocho horas recompensaba a los alborotadores. 

Aunque Romanones había sustituido al Gobernador Civil y al Jefe de Policía por figuras más conciliadoras, éstos pronto entraron en conflicto con Milans y con el Gobernador Militar, el general Severiano Martínez Anido, y se vieron obligados a tomar el tren de regreso a Madrid, medida que provocó la dimisión del Primer Ministro. Esto, como sostiene Romero Salvadó, fue un «golpe de estado en todo menos en el nombre» (The Foundations of Civil War, 2008, p. 198) y recibió el apoyo entusiasta de las principales instituciones de la clase empresarial catalana, en particular el Fomento del Trabajo Nacional (FTN) y la Federación Patronal de Cataluña.

La huelga de La Canadiense marcó la pauta del conflicto de los cuatro años siguientes y puede considerarse que allanó el camino hacia el golpe de Estado 1923. Aterrorizados por el poder de la CNT, muchos de los grandes industriales se sintieron secuestrados por una banda de delincuentes durante la huelga de La Canadiense y estaban decididos a reafirmar su control sobre la mano de obra. Como señala Romero Salvadó «en una época de política de masas y movilización popular, las viejas clases dirigentes se percibían cada vez más incapaces de contener la avalancha revolucionaria y defender el orden social» (The Foundations of Civil War, p.191).  

Incluso antes de la huelga de La Canadiense, los empresarios habían empezado a movilizarse. Las quejas por la falta de una fuerza policial adecuada no eran nuevas (con una población de 700.000 habitantes, la ciudad sólo contaba con 1.000 agentes), pero a principios de 1919 los líderes empresariales y el ejército establecieron una nueva fuerza policial paralela. Se le dio el antiguo nombre catalán de Somatén, que hacía referencia a una milicia rural medieval. Aunque la nueva fuerza afirmaba ser una fuerza interclasista de «ciudadanos patriotas», entre sus dirigentes figuraban figuras como el conde de Godó, el marqués de Comillas y Francesc Cambó. Un antiguo jefe de policía que había sido destituido por su papel como espía alemán durante la guerra, Manuel Bravo Portillo, creó otra fuerza más oscura con apoyo del ejército. Esta fuerza llevó a cabo una guerra sucia contra los miembros de la CNT, a quienes sometía a arrestos, palizas y, ocasionalmente, asesinaba, a menudo utilizando la información recogida en el llamado Fichero Lasarte, un fichero de miembros de la CNT elaborado a partir de fuentes clandestinas. En octubre de 1919, se organizó un nuevo movimiento sindical paralelo, conocido como Sindicatos Libres, de nuevo con el apoyo del ejército, en un intento de desafiar el dominio de la CNT en la fuerza laboral.

En el periodo comprendido entre la dimisión de Romanones, en abril de 1919, y septiembre de 1923, España tuvo ocho gobiernos diferentes que intentaron hacer frente a la situación de la ciudad. Algunos, como el de Antonio Maura (abril-julio de 1919), apoyaron a la élite barcelonesa y a la cúpula militar en sus intentos de destruir a la CNT.  El sucesor de Maura, Joaquín Sánchez de Toca (julio-diciembre de 1919) adoptó un enfoque diferente, intentando reconocer al movimiento obrero e incorporarlo al proceso legal, aislando así a los sectores violentos de la CNT. Con 15.000 miembros de la CNT en prisión, el nuevo Gobernador Civil, Julio Amado, inició negociaciones con las principales figuras de la CNT y puso fin a la ley marcial. A continuación se decretó una amnistía general, se implantó la jornada laboral de ocho horas y se creó una Comisión Mixta de Trabajo (un comité de arbitraje con representantes de los obreros y la patronal). 

En noviembre de 1919, al no conseguir que el gobierno les apoyara en la destrucción del movimiento obrero, los industriales catalanes iniciaron un cierre patronal parcial.  La Patronal denunció lo que consideraba complicidad del gobierno con los sindicatos y llamó a los «hombres de orden» a tomar el poder. (The Foundations of Civil War, p. 206). Tras levantar temporalmente el cierre patronal a mediados de noviembre, la patronal amenazó con un cierre patronal total a partir del 1 de diciembre, a menos que el gobierno cerrara todas las centrales obreras y detuviera a los dirigentes sindicales. Ante esta situación, el gobierno de Sánchez de Toca se derrumbó unos días más tarde. A pesar del nombramiento de un nuevo gobierno y del nombramiento del conde Salvatierra, de línea dura, como nuevo Gobernador Civil, los grupos empresariales catalanes no quedaron satisfechos: cuando Milans del Bosch se vio obligado a dimitir en febrero de 1920, se convocó un cierre simbólico de un día de todos los comercios de Barcelona en señal de protesta y se pidió la intervención del rey.   

La alianza entre la cúpula del ejército y las clases empresariales desempeñó un papel fundamental en el fomento de la violencia que hizo famosa a Barcelona. Aunque la violencia se extendió desde Barcelona a otras ciudades industriales de España, su nivel fue mucho menor. Un escritor contemporáneo enumeró un total de 225 muertos y 733 heridos en actos violentos en Barcelona en los años 1917-1921 (B. Martin, The Agony of Modernisation, 1990, citando a J. M. Farré Morego, Las atentados sociales en España, 1922). Entre los objetivos de las bandas anarquistas se encontraban industriales y directivos: en un espectacular atentado perpetrado el 5 de enero de 1920, se atacó el coche en el que viajaba el presidente de la sección catalana de la Patronal, Félix Graupera, resultando heridos Graupera y su chófer, y muerto un agente de policía. El cierre de todos los sindicatos y la detención de unos 1.500 miembros de la CNT a principios de 1920, así como las actividades violentas de las fuerzas policiales y del Somatén, aumentaron la influencia de las bandas violentas dentro del movimiento anarquista y redujeron la de líderes sindicalistas como Salvador Segui y Angel Pestaña. Entre las víctimas de la violencia anarquista figuran el conde Salvatierra, ex gobernador civil de Barcelona, asesinado en agosto de 1920; y el presidente del Gobierno desde mayo de 1920, Eduardo Dato, asesinado por un escuadrón anarquista en Madrid en marzo de 1921. Cabe destacar que los escuadrones antiobreros no limitaron sus objetivos a los sectores violentos del movimiento anarquista: entre sus víctimas estuvieron el carismático y popular líder sindicalista Salvador Segui (marzo de 1923) y Ángel Pestaña, que resultó herido pero sobrevivió al intento de asesinato en agosto de 1922. [Lee más sobre ellos en nuestra reseña Apóstoles y Asesinos]

Acción de La Canadiense. Dominio público vía wikipedia

Tras la dimisión de Milans del Bosch, los empresarios catalanes encontraron un nuevo adalid militar de línea dura en el general Martínez Anido, que se convirtió en Gobernador Civil en noviembre de 1920, tras la presión que ejercieron sobre el gobierno. Durante las tres primeras semanas de 1921, un total de veintiún miembros de la CNT fueron asesinados en aplicación de la llamada Ley de fugas, práctica según la cual se acribillaba a los presos de los que se informaba que habían intentado fugarse. Además, para descongestionar las prisiones de la ciudad, grupos de presos maniatados eran conducidos cada semana fuera de Barcelona por guardias montados y obligados a caminar hasta prisiones a lo largo del país.

Si bien estas políticas represivas debilitaron al movimiento obrero, nunca recibieron apoyo de forma unánime por parte de los líderes parlamentarios de Madrid. Los dos últimos gobiernos antes del golpe de 1923, encabezados por José Sánchez Guerra (marzo-diciembre de 1922) y Manuel García Prieto, que le sustituyó en diciembre de 1922, intentaron una política de «normalización», poniendo fin a la ley marcial, restaurando las libertades civiles e intentando introducir una legislación sobre convenios colectivos laborales. Al mismo tiempo, Salvador Segui y otros intentaban reconstruir la CNT y alejarla de la violencia de las bandas anarquistas, pero su muerte provocó un resurgimiento de la actividad terrorista de jóvenes pistoleros como Buenaventura Durruti. Su atentado más espectacular fue el asesinato del cardenal Soldevilla de Zaragoza en junio de 1923. Al mismo tiempo, pistoleros vinculados a los Sindicatos Libres y a la policía habían reanudado los atentados contra miembros de la CNT. Pestaña señaló más tarde que la mayoría de sus objetivos eran figuras opuestas al terrorismo. Como señala Romero Salvadó, «Segui, como dirigente más capaz de reconstruir el movimiento anarcosindicalista, era a quien había que eliminar» (The Foundations of Civil War, p. 279).  

La respuesta del FTN, la patronal y la cúpula del ejército en Barcelona al nuevo planteamiento de los gobiernos de Sánchez Guerra y García Prieto era previsible. En marzo de 1923, los líderes industriales catalanes lideran una campaña para bloquear el intento del gobierno de introducir una legislación sobre convenios colectivos (que habría proporcionado un papel legal al movimiento obrero). Tras la destitución de Martínez Anido como Gobernador Civil en noviembre de 1922, los grupos empresariales empezaron a buscar un nuevo defensor, al que encontraron en la persona del recién nombrado Capitán General, Miguel Primo de Rivera.

Tras una nueva huelga de transportes en Barcelona en mayo de 1923 que paralizó la ciudad, el FTN denunció al gobierno no sólo por tolerar la situación sino por proteger a las bandas de la CNT y proclamó a Primo como su único salvador posible. Los días 12 y 13 de septiembre, después de que Primo anunciara su golpe Estado en Barcelona, le acompañaron y alentaron muchos de los principales líderes empresariales de la ciudad, y su movimiento fue acogido con satisfacción por el FTN y la Patronal. En su partida hacia Madrid para reunirse con el rey Alfonso XIII y jurar el cargo de Primer Ministro, fue despedido por unos 4.000 ciudadanos prósperos. Su apoyo no era sorprendente: desde 1919, en alianza con líderes militares como Milans del Bosch y Martínez Anido, habían forzado la dimisión de dos gobiernos españoles, además de resistido y socavado cualquier gobierno que no estuviera dispuesto a seguir las políticas represivas que ellos hubieran bendecido. Junto con sus aliados empresariales en otras partes de España, acababan de abandonar el régimen parlamentario establecido en 1876.

Tras el golpe, Milans del Bosch y Martínez Anido siguieron desempeñando papeles importantes en la política de represión en España. Milans del Bosch fue Gobernador Civil de Barcelona entre 1924 y la dimisión de Primo de Rivera en enero de 1930. Martínez Anido fue Ministro de Gobernación y Vicepresidente del Consejo de Ministros entre 1924 y enero de 1930. Entre enero de 1938 y su muerte en diciembre de 1938 fue Ministro de Orden Público bajo el régimen franquista.

Traducción del artículo realizada con la versión gratuita del traductor DeepL y revisión de Concha Catalan.

FOTO: El rey Alfonso XIII (izq.) y el teniente general Miguel Primo de Rivera, por autor desconocido. Bundesarchiv, Bild 102-09411 CC BY-SA 3.0 DE, CC BY-SA 3.0 DE. Se ha editado la imagen para su encaje.

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Guerra y paz en Tossa de Mar 1935-1939

En 1935 el matrimonio británico Nancy y Archie Johnstone abrió un hotel en Tossa de Mar, en la Costa Brava catalana.  A diferencia de la mayoría de los residentes extranjeros, los Johnstone se quedaron tras el estallido de la Guerra Civil, y finalmente se marcharon a principios de febrero de 1939, cuando la resistencia republicana ante las fuerzas de Franco se derrumbó en Cataluña. Nancy contó sus experiencias en dos libros publicados entonces en inglés: Hotel in Spain (julio de 1937) y Hotel in Flight (septiembre de 1939). Hasta hace poco estos libros permanecían en el olvido. Pero en 2013 editorial Tusquets los publicó en un único volumen en español, prologado por Miquel Berga i Bagué y traducido por Jaime Salmerón, bajo el título Un Hotel en la Costa Brava: Tossa de Mar 1934-1939., al que siguió, en catalán, Un Hotel a la costa: Tossa de Mar 1934-1939, en 2014, traducido por Miquel Berga. En 2018 la directora Isona Passola anunció sus planes de realizar una película basada en las experiencias de los Johnstones en Tossa de Mar, aunque dichos planes no se han concretado aún. Publicamos esta reseña con motivo de la publicación de una edición en inglés de los libros de Nancy Johnstone, Hotel in Spain y Hotel in Flight , la primera desde su publicación original.

Nancy y Archie Johnstone visitaron por primera vez la Costa Brava en 1934 y su hotel -conocido como Casa Johnstone– abrió el verano siguiente.  Antes de dejar Londres, Archie había trabajado como editor adjunto en el News Chronicle, un periódico liberal británico, y la pareja utilizó sus amplias conexiones en Inglaterra para dar a conocer su hotel entre la clase media británica.

En la década de 1930, Tossa de Mar era muy diferente del popular centro turístico en el que se convirtió durante la década de 1960.  La población era hasta cierto punto autosuficiente, dependiendo en gran medida de la pesca y el cultivo de frutas y verduras.  En el pueblo vivían varios artistas, en particular el pintor vanguardista alemán Oskar Zugell, que se convirtió en un gran amigo de los Johnstone. También había una pequeña comunidad de refugiados de la Alemania nazi, a quienes Johnstone consideraba poco aptos para la vida en el campo e incapaces de hacer amigos en el pueblo.

Un Hotel en La Costa Brava (Tossa de Mar 1934-1939) es un relato humorístico y chismoso de la construcción del hotel y del primer año de los Johnstone como hoteleros. Gran parte de la narración se centra en las excentricidades que perciben de sus huéspedes y ofrece un relato afectuoso de los trabajadores catalanes que construyeron el hotel y del personal que ayudó a gestionarlo. No se da nombre a la mayoría de los huéspedes, aparte de los numerosos periodistas que parecen haber sido visitantes entusiastas y bulliciosos; entre ellos, Frank Jellinek y su esposa, Marguerite. Más tarde, cuando estalló la Guerra Civil, los Jellinek vivieron en España, aunque no en Tossa, y Frank se convertiría en el principal corresponsal del Manchester Guardian en España durante los primeros meses del conflicto. La mayoría de los otros periodistas pertenecían al News Chronicle, que se convertiría en uno de los periódicos británicos mejor informados sobre la España republicana durante la Guerra Civil.

Nancy y Archie Johnstone. Foto: The Clapton Press

Según el relato de Johnstone, los acontecimientos políticos de 1935-36 tuvieron muy poca resonancia en Tossa, aunque quizá su opinión se derive del hecho de que estaba inmersa en poner en marcha el hotel y atender a sus huéspedes. En las primeras semanas de la guerra parece que siguieron recibiendo huéspedes, pero los extranjeros pronto dejaron de llegar, ahuyentados por la prensa británica, que en su mayoría publicaba historias exageradas de la «violencia roja» en las calles de Barcelona, a menudo con la connivencia de los partidarios de los militares rebeldes. En tres ocasiones un buque de la marina británica visitó Tossa para evacuar a los ciudadanos británicos, pero los Johnstone se negaron a marcharse, argumentando que no corrían peligro por parte de la población local, que eran sus amigos y vecinos. Es comprensible que los refugiados alemanes en Tossa estuvieran más preocupados por el desarrollo de los acontecimientos, aunque Johnstone no parece haber apreciado del todo que su situación era diferente. En caso de victoria franquista, el destino de los alemanes exiliados en España difícilmente podía compararse con el de los dos hoteleros, que poseían pasaportes británicos y podían regresar a Gran Bretaña cuando lo desearan. La mayoría de refugiados de Tossa abandonaron el país, aunque algunos se ofrecieron como voluntarios para ayudar al esfuerzo bélico republicano.

Hotel in Spain termina con la autora describiendo la vida en Tossa a principios del invierno de 1936, momento en el que los Johnstone se habían adaptado a la vida sin huéspedes del hotel.  Informa de que el pueblo había evitado la violencia y estaba dirigido por un comité de representantes de sindicatos y partidos políticos. Parece que el suministro de alimentos esenciales era adecuado, ya que la mayoría de las familias podían confiar en sus propios productos y en el intercambio con amigos y vecinos. Esto contrasta con la situación de Barcelona y otras zonas industriales de Cataluña, donde los problemas de abastecimiento de alimentos produjeron una hiperinflación, colas para comprar alimentos y protestas sociales a principios de 1937.  Sin embargo, el invierno de 1937-38 fue otro cantar en el pueblo: incluso ahí hubo en general dificultades. A pesar de poder hacer trueques con amigos en el pueblo, los Johnstone se vieron obligados a depender en parte de los paquetes de alimentos enviados desde Francia y Gran Bretaña.   

Hotel in Flight puede considerarse dividida en dos partes: la primera trata de las experiencias de la autora desde enero de 1937 hasta mayo de 1938, cuando el matrimonio regresa a Gran Bretaña por un breve período; la segunda cubre desde agosto de 1938 hasta principios de 1939, cuando la Casa Johnstone se convierte en un hogar para niños. Durante 1937 la mayoría de los visitantes del hotel eran extranjeros que descansaban de sus esfuerzos en apoyo de la causa republicana, particularmente en Barcelona pero también en el frente. También hubo visitas de escritores y poetas extranjeros, como W. H. Auden. Las relaciones con el gobierno republicano y con la Generalitat de Cataluña eran evidentemente muy buenas y ambos gobiernos utilizaban el hotel como lugar para los almuerzos de las delegaciones de dignatarios extranjeros que se dirigían a la frontera francesa.  

Aunque Johnstone pasó la mayor parte de la guerra en Tossa y parece que sólo visitó Barcelona en contadas ocasiones, estuvo en la ciudad en tres momentos destacados: durante los Hechos de Mayo en 1937, conocidos internacionalmente por la obra de George Orwell Homenaje a Cataluña; durante el bombardeo sostenido de Italia sobre Barcelona del 16 al 18 de marzo de 1938; y en los últimos días antes de que la ciudad cayera en manos de las fuerzas rebeldes de Franco en enero de 1939.  

Durante uno de los bombardeos aéreos italianos de marzo de 1938, quedó atrapada en un pequeño restaurante cerca de la plaza Urquinaona con Leon, un joven alemán que trabajaba en la Casa Johnstone:

Me encontré tumbada de espaldas en un lugar pegado a la barra. Leon estaba tosiendo cerca. El aire estaba lleno de polvo fino y un olor asfixiante hacía que todos jadeáramos. Estaba segura de que nos estaban gaseando.

Se hizo un extraño silencio, excepto por la tos de varias personas que estaban tiradas en el suelo. La gente empezó a levantarse y a caminar. Alguien levantó una mesa y la puso recta. Leon se afanaba en hablar conmigo, pero yo no le hacía caso. Dice que sólo me preguntaba si estaba bien, pero sonaba como si estuviera leyendo extractos de Thomas Mann…. Leon insistió en salir para ver si el bombardeo había terminado. Volvió e informó triunfalmente que la casa de al lado había desaparecido. Parecía como si un cuchillo gigante hubiera cortado una rebanada de la hilera de edificios

Hotel in Flight (pp. 138-9)

Poco después de esta experiencia, los Johnstone pasaron tres meses en Londres intentando, aparentemente en vano, interesar a sus amigos ingleses en la situación de España y tratando de contrarrestar las falsas suposiciones de sus amigos: que la República estaba dominada por la Unión Soviética, de que su hotel había sido expropiado por los comunistas y que ellos habían sido expulsados. A su regreso a Tossa, en agosto de 1938, convirtieron el hotel en una colonia para niños con el apoyo del International Solidarity Fund (Fondo de Solidaridad Internacional), una organización creada por el movimiento obrero internacional para apoyar a los civiles españoles. El hogar acogía principalmente a niños cuyos padres vivían como refugiados en Barcelona tras abandonar las zonas de guerra de Aragón.  Para entonces había otras tres colonias en Tossa. Esta parte de su libro ilustra la magnitud del problema de refugiados a que se enfrentaba la República, especialmente en Barcelona: ya en enero de 1937 los cuáqueros habían calculado que había 25.000 niños vagando por las calles de la ciudad y, a finales de 1938, la ciudad probablemente albergaba a unos 400.000 refugiados que habían huido de las fuerzas de Franco y de las zonas en guerra.

Tras la caída de Barcelona, los Johnstone esperaban con los niños en Tossa, sin saber si el Fondo de Solidaridad Internacional les proporcionaría transporte para llevárselos a Francia, o si los dejarían a todos en el camino del avance de las fuerzas franquistas. Finalmente escaparon en un camión hasta Figueres, donde se refugiaron durante varios días en el teatro, antes de que Richard Rees, un destacado cuáquero, organizara su huida a Francia, donde los niños fueron alojados inicialmente en campamentos.

Foto: Ajuntament de Girona. CRDI (Autor desconocido. Internationaal
Instituut Voor Sociale Geschiedenis – Amsterdam)

En esta época -finales de enero y primeras dos semanas de febrero de 1939- se estima que unos 450.000 refugiados huyeron de Cataluña a Francia.  Johnstone describe su viaje a la frontera como «inolvidable»: la carretera, que poco antes había sido bloqueada por vehículos averiados y bombardeados de algunos de los refugiados, había sido despejada:

Las escenas de total desolación eran como imágenes de los estragos de una inundación o un terremoto. Parecía como si una ola gigante hubiera amontonado maletas rotas, ropa desordenada y montones de papel. Los refugiados, agotados, arrojaban sus posesiones mientras caminaban hacia Francia. Los colchones, obscenamente abiertos, derramaban sus entrañas, los camiones volcados yacían desnudos revelando su maquinaria más íntima… Más cerca de la frontera los seres humanos se sumaban a los desperdicios. Las hogueras estaban encendidas, calentando grupos de piltrafas humanas. El humo de miles y miles de pequeños fuegos cubría los valles y subía por las laderas de las montañas

Hotel in Flight, p. 353-4

Es comprensible que Hotel in Flight sea más serio tanto en su estilo como en su contenido que el anterior volumen de Johnstone. Sin embargo, George Orwell, que lo reseñó para la revista The Adelphi en diciembre de 1939, se quejó de que era «alegre y ocurrente».  Al mismo tiempo, sin embargo, elogió el relato que hace de los últimos meses de la República:

A medida que avanza, el libro se transforma en un recuento de escasez de alimentos y tabaco, ataques aéreos, miedo a los espías, y niños refugiados. Termina con la terrible retirada a Francia y el hedor y la miseria de los campos de concentración alrededor de Perpiñán. Gran parte de la atmósfera le resultará terriblemente familiar a cualquiera que haya estado en España en algún momento de la guerra. La sensación de no tener nunca lo suficiente para comer, la confusión, la ineficacia, la incapacidad de entender lo que está sucediendo, la sensación de que todo se desvanece en una nube de miedo, sospecha, burocracia y oscuros celos políticos – todo está ahí con el añadido de un montón de cruda aventura física.

Peter Davison (ed), Orwell in Spain, 2001 (pp. 331-2)

Tras salir de España, Nancy y Archie Johnstone trabajaron para organizaciones de ayuda a los refugiados españoles en Francia, antes de marcharse a México. La pareja se separó más tarde y, tras dos visitas a Tossa de Mar en 1947 y 1951, Nancy vendió la Casa Johnstone y se estableció en Guatemala. El edificio del hotel todavía existe, aunque ahora forma parte del Hotel Don Juan.

La moderna Casa Johnstone. FOTO: Ajuntament de Girona. CRDI (Fons El Punt – Manel Lladó Aliu). BY-NC-ND

Traducción del artículo realizada con la versión gratuita del traductor DeepL y revisión de Concha Catalan.

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FOTO: Casa Johnstone. Terraza comedor (1930-1940). Ajuntament de Girona. CRDI (Sebastià Martí) – BY-NC-ND.

Voluntarios internacionales del POUM por la revolución

En un artículo anterior reseñamos Las Brigadas Internacionales: Fascismo, libertad y la guerra civil española, el exhaustivo y amplio relato de Giles Tremlett sobre los 34.000 voluntarios extranjeros que lucharon en las Brigadas Internacionales durante la Guerra Civil española. Ahora llega este volumen,  Voluntarios por la Revolución: La Milicia Internacional del POUM en la Guerra Civil Española, por Andy Durgan, actualmente publicado sólo en español, sobre los extranjeros que lucharon en el Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM). En comparación con los brigadistas internacionales, los voluntarios extranjeros que sirvieron en la milicia del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM) han recibido poca atención. Con motivo del 87º aniversario de la fundación del POUM -el 29 de septiembre de 1935- publicamos esta reseña de una obra reciente que llena este vacío en la literatura sobre la Guerra Civil. Al mismo tiempo, añadimos a nuestra base de datos otros 1.174 registros extraídos de la extensa investigación de Durgan.

La historia del POUM durante la Guerra Civil suele verse a través de los ojos de Eric Blair, el escritor inglés que publicaba bajo el pseudónimo de George Orwell y cuyas experiencias en la milicia del partido fueron relatadas en Homenaje a Cataluña. Orwell formó parte del único grupo de voluntarios que ha recibido mucha atención por parte de los historiadores, el del Partido Laborista Independiente (ILP) británico. Andy Durgan, académico británico residente desde hace mucho tiempo en Barcelona, es el mejor indicado para tratar el tema: entre sus trabajos anteriores figura un estudio sobre los orígenes del POUM.

Tras los enfrentamientos callejeros de principios de mayo de 1937 en Barcelona, conocidos en catalán como els fets de maig, el POUM fue acusado de ser una organización tapadera del nazismo, y el 16 de junio de 1937 el gobierno republicano lo declaró ilegal. Uno de sus dirigentes, Andreu Nin, fue detenido y posteriormente asesinado por agentes soviéticos, aunque se afirmó, extrañamente, que había sido rescatado de la cárcel por agentes nazis disfrazados con uniformes de las Brigadas Internacionales. Se detuvo a otros dirigentes del partido, el Hotel Falcón de Barcelona -sede del comité militar del partido- se convirtió en una cárcel del partido comunista y se cerraron sus otras oficinas. Numerosos miembros de la milicia del POUM fueron detenidos, en algunos casos tras regresar de permiso a Barcelona después de servir en el frente de Aragón.    

En el momento de la ilegalización del POUM, la acusación contra el partido de ser una tapadera del Estado nazi se repitió en los medios de comunicación extranjeros y se creyó ampliamente.  Orwell, que regresó a Barcelona desde el frente de Aragón el 20 de junio, se vio obligado a esconderse hasta que escapó a Francia con su mujer. Más tarde, en Homenaje a Cataluña, Orwell se propuso exponer las absurdas acusaciones contra el POUM y sus miembros. En 1938, siete destacados dirigentes del partido fueron finalmente juzgados: se derrumbó la acusación de que eran agentes nazis y, en su lugar, se condenó a cinco de los acusados por intentar una toma de poder revolucionaria en Barcelona en mayo de 1937. Como señala Durgan, el Estado republicano y su sistema jurídico no estaban bajo el control de la Unión Soviética ni del Partido Comunista español y por ello, el tipo de juicio espectáculo que se produjo en Moscú en 1936-1938 no fue posible en la República.

A pesar de la absolución de los dirigentes del partido acusados de ser agentes nazis, se les había cubierto de fango y se mantuvo gran parte del desprestigio contra los miembros del partido y su milicia. Entre las acusaciones comunes lanzadas regularmente contra la milicia del POUM destacan dos: la de jugar al fútbol contra el enemigo en tierra de nadie en el frente de Aragón y la de deserción a gran escala del mismo frente durante los fets de maig. Durgan aporta pruebas para refutar ambas acusaciones. Con respecto a las acusaciones de que el POUM era un nido de espías extranjeros, Durgan acepta que probablemente había espías en todas las unidades militares, pero descarta la idea de que si los hubo, desempeñaran un papel importante entre voluntarios extranjeros del POUM, señalando la amplia experiencia previa a la guerra que muchos de ellos tenían como militantes revolucionarios.  Precisamente, al detallar esos antecedentes de activismo de los voluntarios extranjeros del POUM, Durgan desafía al lector a creer que esas personas pudieran ser espías fascistas o contrarrevolucionarios, y ese es un punto fundamental del libro.

Se desconoce el número exacto de extranjeros que sirvieron en las unidades militares del POUM entre el golpe militar de julio de 1936 y la ilegalización del partido en junio de 1937. Durgan calcula que fueron unos 500, de los cuales ha conseguido localizar a 367; su historia constituye la base de gran parte del libro. Las breves notas biográficas sobre cada uno de ellos que se incluyen en un apéndice dan una idea de la extraordinaria vida de muchos de estos revolucionarios, hasta ahora ignorados, y serán de utilidad para los investigadores.

No es de extrañar que los voluntarios del POUM compartieran muchas características con los miembros de las Brigadas Internacionales: la mayoría eran trabajadores manuales, sólo una minoría tenía experiencia militar previa y un número significativo era judío. Sin embargo, había diferencias: Los poumistas solían ser mayores que los brigadistas.  Mientras que estos últimos incluían voluntarios de alrededor de cuatro quintas partes del total de estados independientes del mundo, los voluntarios del POUM procedían de un número menor de países y era más probable que fueran refugiados antifascistas. Alrededor del 60% de los voluntarios del POUM procedían de países con gobiernos autoritarios, siendo los grupos más numerosos, como es lógico, los de Alemania (alrededor del 30%) e Italia (otro 20%). La mayoría de ellos ya vivían fuera de sus países de origen cuando comenzó la Guerra Civil, a menudo en Francia o Bélgica. Sin embargo, un número importante de poumistas extranjeros ya vivía en España antes del estallido de la guerra: Durgan identifica a 79 de estos residentes extranjeros, 34 de ellos alemanes y 25 italianos. La mayoría de los alemanes vivía en Barcelona, donde, incluso antes de la toma del poder por los nazis en 1933, había una gran comunidad alemana. En 1934 la policía estimaba que había entre 15.000 y 18.000 personas de esta nacionalidad, muchas de ellas inmigrantes sin regularizar. Una de las características de la Europa de entreguerras que subrayan tanto Durgan como Tremlett es el gran número de personas desplazadas.

Los antecedentes comunes de los voluntarios alemanes e italianos como refugiados por las dictaduras en sus países de origen dieron lugar a una diferencia, posiblemente predecible, entre los dos grupos. El establecimiento previo del régimen fascista en Italia significó que la mayoría de los voluntarios italianos habían abandonado el país en la década de 1920, lo que hizo que los poumistas italianos fueron en promedio notablemente mayores que sus homólogos alemanes, y mayores que otros extranjeros del POUM.  

Como era de esperar, muchos de los voluntarios del POUM habían participado activamente en círculos políticos de izquierda en sus propios países, ya sea en grupos y partidos comunistas disidentes críticos con Stalin o en partidos socialistas de izquierda, como el Partido Socialista Obrero de Alemania (Sozialistische Arbeiterpartei Partei Deutschlands -SAPD) y el Partido Laborista Independiente (ILP) británico. Además de proporcionar material de referencia sobre dichos partidos, Durgan incluye un listado alfabético que muchos lectores encontrarán especialmente útil.

Sin embargo, el libro de Durgan no se centra únicamente en los voluntarios extranjeros: también se propone examinar la política militar del POUM. Se trata de un aspecto que, según él, ha sido muy descuidado por los historiadores. Consiste en una descripción detallada de la creación y el desarrollo de las milicias del POUM y de su actividad militar durante el primer año de la guerra, sobre todo en el frente de Aragón.

Los historiadores parecen haber aceptado con demasiada facilidad la imagen de Orwell de Aragón como un frente estancado en el que se combatía poco. Esa imagen encajaba fácilmente en los relatos de la guerra escritos por los opositores al POUM, incluidos quienes apoyaron al partido comunista. El frente de Aragón era claramente un páramo en comparación con las batallas alrededor de Madrid en el invierno de 1936-1937 y con las de las provincias vascas y Asturias en el verano de 1937. Sin embargo, Durgan muestra que las unidades del POUM estaban lejos de estar inactivas, especialmente en los intentos de tomar el bastión franquista de Huesca. De hecho, el mismo día en que el POUM fue declarado organización ilegal, el 16 de junio de 1937, las tropas de la 29ª División, la unidad de milicias del partido que hasta poco antes era conocida como la División Lenin, capturaron la que se conoce actualmente como «Loma de las Mártires» en las afueras de Huesca, al norte, que era importante estratégicamente.

Aunque la mayor parte de las fuerzas del POUM estaban desplegadas en Aragón, Durgan también detalla las experiencias de la unidad del partido en el frente de Madrid, incluido el papel de la argentina Mika Etchebéhèhere, que, a pesar de ser mujer, comandó una compañía de la milicia del POUM y más tarde sirvió en el Estado Mayor de la 36ª Brigada (anarquista), antes de dedicar el tiempo que le quedaba en España a trabajar con la organización femenina anarquista Mujeres Libres.

Mika Etchebéhère, nacida en 1902 en Argentina y fallecida en 1992 en Francia. Aquí en el frente de Guadalajara en 1936. FOTO: Wikipedia

El POUM suele considerarse un partido marginal que tuvo una existencia efímera entre su fundación en 1935 y su supresión. Durgan cuestiona esta afirmación, citando que contaba con 30.000 miembros durante el invierno de 1936/7, principalmente en las zonas más revolucionarias de Cataluña, Valencia y Aragón. Aunque a menudo se da por sentado que la ilegalización del POUM en junio de 1937 supuso el fin del partido, Durgan también demuestra que claramente no fue así: continuó su existencia en la sombra en Valencia y Madrid hasta mediados de 1938: siguieron apareciendo ediciones clandestinas de La Batalla, el periódico del partido, y Durgan cita al director del periódico, Josep Rebull, que afirmó que en diciembre de 1937 seguían activos entre 8.000 y 10.000 miembros.     

Tras la ilegalización del partido, el destino de los voluntarios extranjeros del POUM fue diverso. Durgan sostiene que la mayoría de los voluntarios que procedían de países con regímenes democráticos pudieron salir de España, aunque en muchos casos fue tras periodos de detención. La situación del resto fue mucho más difícil, ya que no pudieron regresar a sus países de origen. Durgan enumera 104 voluntarios que fueron detenidos tras los fets de maig, 31 de los cuales fueron expulsados. Muchos voluntarios se quedaron, o bien para alistarse en unidades anarquistas, en las Brigadas Internacionales, o en unidades regulares del ejército republicano o bien, en algunos casos, para trabajar en fábricas.

Los lectores de Homenaje a Cataluña recordarán que, antes de los fets de maig, el autor, junto con otros voluntarios de la ILP, intentaba pasarse a las Brigadas Internacionales. Los sucesos de Barcelona les hicieron descartar esta posibilidad, y Orwell volvió a la milicia del POUM en el frente de Aragón hasta que fue herido. Sin embargo, parecen haber sido relativamente comunes los traslados entre unidades militares: Durgan identifica a 51 voluntarios que sirvieron tanto en las Brigadas Internacionales como en las milicias del POUM. En algunos casos los antiguos poumistas tenían alternativas limitadas: el italiano Giuseppe Leban, por ejemplo, fue expulsado de España en agosto de 1937, pero dos meses después fue expulsado de Francia y volvió a España para unirse a las Brigadas.

Los detalles biográficos en el apéndice del libro de Durgan revelan la situación de muchos de los voluntarios. El alemán Hans Reiter, por ejemplo, antiguo miembro de la Legión extranjera francesa, sirvió en las milicias del POUM y, tras ser detenido en julio de 1937, se convirtió en oficial del ejército republicano. Detenido en un campo de Argelia entre 1939 y 1942, se unió a la famosa 2ª División Blindada del general Philippe Leclerc, que entró en París a la cabeza de las fuerzas de liberación aliadas en agosto de 1944.  Otto Towe, también alemán, sirvió en la milicia del POUM antes de pasar a la Columna anarquista Durruti en diciembre de 1936 y posteriormente, en julio de 1937, alistarse en las Brigadas Internacionales en las que sirvió hasta el final de la guerra (a pesar de ser brevemente detenido en agosto de 1937). Sus experiencias posteriores incluyeron el internamiento en Francia, el regreso a Alemania, donde fue detenido por la Gestapo, su envío a Grecia como parte de un batallón penal alemán, su huida y finalmente el ingreso en el Ejército Popular de Liberación Griego (ELAS), la mayor de las fuerzas griegas que lucharon contra la ocupación alemana.

Sin embargo, la opción de Towe de unirse a las Brigadas Internacionales no parece haber estado disponible para muchos de los voluntarios que habían sido miembros del Kommunistische Partei Deutschlands (Opposition), el partido comunista alemán disidente: Durgan señala el papel del KPD-Abwehr, la organización de seguridad del partido comunista alemán pro-Moscú, que acusó a todos los voluntarios alemanes del POUM de ser agentes de la Gestapo y pudo impedir que la mayoría de ellos se alistaran en las Brigadas.

Como indican los casos de Otto Towe y Hans Reiter, el destino de los extranjeros que sirvieron en el POUM fue a menudo muy duro tras la victoria de Franco. Un número significativo de voluntarios alemanes e italianos acabaron, casi inevitablemente, en campos de concentración, inicialmente en Francia, donde sus perspectivas empeoraron tras la caída de Francia en 1940.  De los 52 voluntarios del POUM que Durgan enumera como internados en campos franceses, 28 eran italianos y 18 alemanes. Su situación puede compararse con la de muchos de sus compatriotas de las Brigadas Internacionales. Como estos últimos, muchos fueron enviados al campo de concentración de Gurs, en el suroeste de Francia. Aquí, según Durgan, los poumistas sufrieron la penuria adicional de ser tratados como espías y simpatizantes nazis por los miembros del partido comunista.

¿Cómo debemos valorar la contribución del número relativamente pequeño de voluntarios extranjeros que sirvieron en las unidades militares del POUM? Durgan sostiene que no se debe pasar por alto su importancia. Enumera 36 voluntarios que sirvieron como oficiales y/o comisarios políticos en las unidades del POUM y argumenta que las unidades en las que sirvieron fueron las más eficaces que reunió el partido. Su papel, como el del propio POUM, ha quedado marginado en muchos de los relatos de la Guerra Civil. Pocos historiadores han creído las acusaciones lanzadas contra el partido y su milicia de ser una organización tapadera nazi pero, como indica Durgan, muchas otras acusaciones que aún se repiten con frecuencia contra el POUM eran injustificadas y falsas.  De hecho, una de las conclusiones de Durgan es que:

La principal diferencia entre los combatientes extranjeros del POUM y los miembros de las Brigadas Internacionales fue el vilipendio y, en muchos casos, las medidas represivas a las que serían sometidos.

Voluntarios por la Revolución: La Milicia Internacional del POUM en la Guerra Civil Española (p. 485)

Como se ha indicado anteriormente, el hecho de que este libro se centre en los voluntarios extranjeros del POUM llena un vacío en nuestro conocimiento y comprensión de una faceta de la Guerra Civil. Aunque gran parte del material sobre el partido puede encontrarse ya en la literatura especializada en castellano y catalán, Voluntarios por la Revolución lo pone a disposición de un público más amplio y es recomendable para lectores interesados en la política interna de la España republicana durante la Guerra Civil. Esperamos que quienes nos leen en inglés pronto tengan la oportunidad de disfrutar una edición en su idioma.  

Base de datos elaborada con la colaboración de Enric. Traducción del artículo realizada con la versión gratuita del traductor DeepL y revisión de Concha Catalan.

Se ha actualizado el 4 de octubre de 2022.

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FOTO: Milicianos del POUM recibiendo instrucción práctica en el manejo de ametralladoras. Cuartel Lenin. Barcelona. Biblioteca Digital Hispánica. Imágenes procedentes de los fondos de la Biblioteca Nacional de España.

El campo de concentración de San Pedro de Cardeña

Entre 1936 y 1947 se retuvo a casi medio millón de personas en 188 campos de concentración franquistas. El último de ellos, en Miranda de Ebro, se cerró finalmente en 1947 (Javier Rodrigo, Cautivos, 2005, p. 308). Uno de los campos más importantes ocupaba parte del antiguo monasterio de San Pedro de Cardeña, unos 10 km al sureste de Burgos. Sobre todo, se conoce San Pedro por ser el campo de concentración por ser destino de brigadistas internacionales y otros prisioneros extranjeros capturados a lo largo de 1938-9. Sin embargo, antes desempeñó un papel importante en el desarrollo del sistema de reclusión franquista, concretamente durante la ofensiva rebelde de 1937 contra las provincias costeras del norte de Vizcaya, Santander y Asturias, controladas por los republicanos. San Pedro también merece ser recordado por las investigaciones de Antonio Vallejo Nágera para encontrar el «gen rojo». Los resultados de sus estudios basados en los prisioneros extranjeros y otros se utilizaron como justificación del sistema de represión franquista durante y después de la guerra.   

San Pedro y la Guerra del Norte

En diciembre de 1936, tras el fracaso de la ofensiva militar de los rebeldes sobre Madrid, su autoridad estableció campos de concentración en varias localidades del norte de España. Estos primeros campos solían emplazarse en castillos, fortalezas o monasterios. Uno de ellos fue el de San Pedro: el monasterio, que llevaba cerrado desde 1922, se consideró adecuado para 1.200 prisioneros, que serían confinados en grandes habitaciones en lugar de en celdas. 

A principios de 1937 el campo comenzó a llenarse de hombres trasladados desde otros campos del norte de España. Antes de llegar a San Pedro, estos hombres habían pasado por el sistema de selección franquista que clasificaba a los prisioneros en función de su lealtad: Aa o  afectos (partidarios de los rebeldes); Ad dudosos (de dudosa lealtad); B reaprovechables (redimibles); y criminales. Los hombres enviados a San Pedro estaban clasificados como Ad o B. 

La campaña rebelde contra Vizcaya, iniciada el 31 de marzo de 1937, supuso la captura de miles de personas, tanto civiles como miembros de las fuerzas republicanas. Muchos de ellos, tras la criba, fueron enviados a San Pedro. El proceso de cribado era rápido: tras la caída de Bilbao el 19 de junio se estableció un campo en Deusto donde, en los últimos diez días de julio, la comisión de clasificación filtró a 536 prisioneros. Mientras tanto, en Murgia (cerca de Vitoria), durante todo el mes de julio se examinó a una media de 100 personas en jornadas de diez horas, es decir, un caso cada seis minutos (Rodrigo, p. 54). 

La ocupación de Santander por las fuerzas de Franco en agosto de 1937 supuso la captura de unas 50.000 personas, mientras que el fin de la resistencia republicana en Asturias, dos meses después, produjo otros 33.000 prisioneros. En septiembre y octubre de 1937, 5.699 de estos hombres fueron trasladados a San Pedro, que funcionaba como campo de tránsito: los prisioneros pasaban unas seis semanas allí hasta que eran enviados a otros lugares en batallones de trabajadores de 600 hombres cada uno.  Durante 1937, según el exhaustivo estudio de Javier Rodrigo sobre el sistema de campos de concentración, unos 10.000 hombres salieron de San Pedro formando parte de batallones de trabajadores; 3.000 de ellos fueron enviados a trabajar en la gigantesca mina de hierro de Gallarta, cerca de Bilbao (Rodrigo, pp. 73-4).

Prisioneros construyendo una carretera cerca de San Pedro de Cardeña

Las condiciones de vida en San Pedro eran muy similares a las de la mayoría de los campos. En palabras de Rodrigo: «piojos, frío, hambre, sed, humillación, aculturación y castigo«, así como las enfermedades, que eran la principal causa de muerte, provocadas por el hacinamiento y las malas condiciones.  Los prisioneros sufrían lo que Rodrigo llama sanpedronitis, «la dolencia más generalizada: la caída de los dientes, las encías sangrantes, derivadas de la mala alimentación y la escasez de vitaminas” (Rodrigo, pp. 161-2).  Aunque el campo estaba, según él, mal vigilado, hubo pocos intentos de fuga porque los prisioneros estaban demasiado débiles físicamente. La excepción fueron seis brigadistas alemanes que se escaparon en un intento de evitar la atención de la Gestapo y/o su traslado a Alemania: fueron recapturados, devueltos a San Pedro y castigados brutalmente. Aunque San Pedro, a diferencia de la mayoría de los campos, disponía de un centro de salud, la única medicina disponible era la aspirina. La investigación realizada por Carl Geiser, brigadista internacional encarcelado en San Pedro, en la década de 1980 reveló la muerte de 66 prisioneros españoles y 10 extranjeros en el campo. (Geiser, Prisoners of the Good Fight, 1986, pp. 115-6.)

Geiser describió así su primera tarde en San Pedro: 

Se apiñó a varios miles de prisioneros vascos y asturianos vestidos de paisano en una zona entre nosotros y el césped… Entonces apareció un sacerdote alto y delgado, un franciscano, que vestía una larga túnica marrón con un cordón blanco. Desde un montículo, en una homilía de veinte minutos, explicó por qué el fascismo era preferible a la democracia y al comunismo. A continuación, un comandante de baja estatura y edad avanzada -el comandante del campo- y varios oficiales entonaron el himno fascista Cara al Sol. La ceremonia concluyó con un oficial gritando «¡España!», a lo que los prisioneros españoles respondieron «¡Una!»; un segundo «¡España!» y la respuesta «¡Grande!»; un tercer «¡España!» y un sonoro «¡Libre!». Luego, tres gritos más débiles de ‘¡Franco!’ sincronizados con el brazo alzado y bajado.

Geiser, Prisoners of the Good Fight, p. 104.

A principios de abril de 1938, cuando llegaron los primeros internacionales, había en el campo unos 2.000 prisioneros españoles. Para el 10 de junio, el número total de hombres en el campo había aumentado a 3.673, el triple de la capacidad estimada inicialmente. Sin embargo después, San Pedro y muchos de los otros campos del norte perdieron importancia como centros de retención de prisioneros españoles: las derrotas republicanas en Aragón en marzo-abril de 1938 y la ofensiva insurgente en Cataluña en diciembre de 1938 llevaron a la apertura de nuevos campos en el territorio recientemente ocupado.

San Pedro y los prisioneros internacionales

Varios factores influyeron en la decisión de concentrar en San Pedro a los extranjeros capturados, incluidos los miembros de las Brigadas Internacionales. Bajo presión de sus aliados italianos y alemanes, el régimen de Franco decidió intercambiar estos prisioneros por soldados y aviadores italianos y alemanes presos en las cárceles republicanas. Anteriormente ya se había intercambiado un pequeño número de prisioneros extranjeros, aunque a menudo se había fusilado a los brigadistas internacionales al ser capturados [Geiser enumera datos de 172 brigadistas de Estados Unidos fusilados tras su captura entre abril de 1937 y septiembre de 1938].  La decisión de enviar a los extranjeros capturados a San Pedro se tomó días después de la captura de un gran número de brigadistas en Aragón, incluido Geiser, que era comisario político del Batallón Abraham Lincoln. Su libro, Prisoners of the Good Fight, es el mejor relato de la experiencia de prisión en San Pedro por parte de un internacional. 

A principios de mayo de 1938 había 625 internacionales en San Pedro. Los grupos más numerosos procedían de Gran Bretaña e Irlanda (149), Estados Unidos (74), Francia (48), Alemania y Austria (44), y Polonia (32); el resto procedía de otros 33 países. No todos eran brigadistas. La investigación posterior de Geiser descubrió una lista oficial de 653 extranjeros en San Pedro en fecha 10 de septiembre de 1938: 130 eran hombres que habían luchado en unidades del ejército republicano. Tampoco eran todos militares: entre ellos había 41 civiles sospechosos de apoyar a la República, entre ellos dos camioneros franceses que se encontraban en España para comprar naranjas. (Geiser, Apéndice 2). 

Para las autoridades rebeldes, los prisioneros extranjeros de San Pedro eran excelente material de propaganda, ya que eran prueba de la presencia de combatientes extranjeros en el ejército republicano y, por tanto, daban respaldo a su intento de justificar que ellos mismos dependían de la ayuda militar alemana e italiana. Afirmar que España había sido invadida por un ejército de comunistas también contribuía a su intento de justificar el golpe militar de julio de 1936, que, según se afirmaba falsamente, había impedido una planeada toma de poder comunista en España. Se produjeron varias películas de propaganda, entre ellas “Prisioneros de Guerra” (1938).

En la película se presenta una imagen de la vida en las cárceles que contrasta fuertemente con las condiciones brutales y deshumanizadas descritas en las memorias de los detenidos, ya sea en San Pedro o en cualquier otro centro de reclusión de la España franquista. Muchos de los prisioneros retratados claramente no son internacionales, a pesar del comentario introductorio, que afirma que el «oro soviético» había atraído a los brigadistas a España, y que eran «despojos humanos» en proceso de rehabilitación gracias a la generosidad de la España de Franco.  

Se mantenía separados a los prisioneros extranjeros y a los españoles unos de otros, aunque las condiciones que soportaban eran muy similares: mala alimentación, falta de ropa adecuada –especialmente grave en el frío invierno burgalés–, instalaciones sanitarias deficientes, ausencia de camas (muchos dormían en un suelo de hormigón) y la atención constante de las alimañas. Como a los internacionales no se les permitía –ni se les exigía– trabajar y sólo se les permitía salir del campo de forma intermitente, sus días solían transcurrir hacinados dentro de las insalubres salas donde dormían. Aparte de las salidas ocasionales al río para lavarse, rara vez disfrutaban del aire fresco o del ejercicio. El hecho de que permanecieran detenidos en San Pedro tanto tiempo –mucho más que las seis semanas que soportaban los prisioneros españoles– hacía que estas condiciones fueran especialmente insalubres. Algunos de los internacionales llegaron con heridas graves, pero, aunque entre ellos había tres médicos, no había medicamentos ni instrumentos quirúrgicos para tratarlos. Un extranjero murió de disentería, otro de pleuresía y un tercero de cáncer de pulmón. 

Rancho para los prisioneros internacionales en el campo de concentración de San Pedro de Cardeña.

Los internacionales tenían la obligación de asistir a misa, y les golpeaban si no se arrodillaban en el momento adecuado. También se les obligaba a hacer el saludo fascista con el brazo recto y a unirse a los cantos falangistas: constituye una de las muchas infracciones del Convenio de Ginebra de 1929 sobre el trato a los prisioneros de guerra. Se golpeaba a quienes se negaban a ello aunque, según Geiser, «los sargentos ignoraban los saludos descuidados mientras el puño no estuviera cerrado» (Geiser, p. 129). Hubo intentos esporádicos de difundir entre ellos folletos de propaganda en varios idiomas. También eran objeto de palizas arbitrarias por infracciones menores de las normas o simplemente para satisfacer el humor de los guardias. Geiser señala que los guardias reaccionaron brutalmente ante las noticias de la ofensiva republicana en el Ebro en julio de 1938. 

Se creó un comité secreto, conocido como el comité local [the House Committee], con representantes de los principales grupos nacionales: la mayoría de los presos desconocía la identidad de sus miembros. Como los internacionales solían estar confinados dentro, excepto a la hora de comer, desarrollaron formas de ocupar el tiempo, como jugar al ajedrez con piezas moldeadas a partir de pan seco. Algunos prisioneros de habla inglesa escribían un periódico llamado Jaily News [N. de la T. juego de palabras entre Daily, diario, y Jail, cárcel] , que se colgaba en la pared pero se retiraba cuando llegaban los guardias. Se organizó un programa de clases bajo el nombre de Instituto de Estudios Superiores San Pedro: las clases de idiomas eran muy populares, pero había otras asignaturas como historia de España, matemáticas, sociología, economía, filosofía y teatro. Geiser describe a un grupo de prisioneros portugueses analfabetos a quienes se enseñaba a leer y escribir. Añade que «ninguna otra actividad en la que participáramos era tan importante como estas clases para resistir el ambiente deshumanizado y degradante del campo de concentración» (Geiser p. 128). Al acercarse la Navidad, se organizó un concierto con canciones y sketches cómicos, al que asistieron los guardias del campo. El comandante quedó tan impresionado que, a petición suya, se repitió la actuación en Nochevieja. 

Prisioneros internacionales juegan al ajedrez en el campo de concentración de San Pedro de Cardeña.

Los prisioneros fueron entrevistados por oficiales de la Gestapo, que prestaron especial atención a los alemanes y austriacos. El comité local aconsejó a los prisioneros que dijeran ser soldados ordinarios, que nombraran solo a oficiales del ejército republicano que ya hubieran muerto, que negaran cualquier afiliación comunista, que expresaran convicciones antifascistas y que no se mostraran despectivos ni hacia la República ni las Brigadas Internacionales. Aunque al final se permitió a los prisioneros enviar mensajes a familias en algunas ocasiones, al principio se les ordenó que escribieran estrictamente -en sus propios idiomas- «notificándoles que me encuentro bien» y nada más. Con el tiempo, los afortunados pudieron recibir paquetes de sus familias y de grupos de solidaridad de sus propios países. Entre los más desafortunados estaban los prisioneros alemanes y de Europa del Este, cuyos gobiernos eran hostiles a la República. 

Hubo un flujo constante de otros visitantes extranjeros en San Pedro. Entre ellos, William P. Carney, corresponsal conservador del New York Times; Jacques Doriot, líder fascista francés; y Lady Austen Chamberlain, cuñada del Primer Ministro británico, Neville Chamberlain. 

Durante 1938, diversos grupos de internacionales se beneficiaron de los intercambios de prisioneros y normalmente se les trasladó a prisiones cercanas a San Sebastián antes de cruzar a Francia. Geiser, por ejemplo, formó parte de un grupo que salió de San Pedro a finales de febrero de 1939 pero fue retenido en la prisión de Zapatari, en San Sebastián, hasta el 22 de abril, antes de su liberación definitiva. 

La suerte de los prisioneros, sin embargo, dependía de la voluntad del régimen franquista de acordar intercambios y de la de sus propios gobiernos de aceptar su regreso. El final de la guerra complicó aun más la situación porque ya no había prisioneros en poder de los republicanos con quienes intercambiarlos. Cuando el campo se cerró definitivamente en noviembre de 1939, todavía albergaba a 406 internacionales, entre quienes los grupos más numerosos eran portugueses (88), argentinos (56), alemanes y austriacos (55), polacos (41) y cubanos (39). A todos estos desgraciados se los enroló en el Batallón de Trabajadores nº 75, que trabajó en la reconstrucción de Belchite, la ciudad aragonesa destruida en los combates de 1937.  

Las investigaciones de Antonio Vallejo Nágera

Por la duración de su estancia en San Pedro, los internacionales fueron uno de los dos grupos de prisioneros que el psiquiatra militar Antonio Vallejo Nágera seleccionó para los estudios que dirigió sobre la «problemática marxista» (el otro grupo fueron las presas de la cárcel del Caserón de la Goleta, antigua cárcel de mujeres de Málaga). Participaron en el estudio un total de 297 internacionales, entre ellos Geiser, que describe parte de este proceso:

Detrás de la mesa se sentaba un agente de la Gestapo con un libro de contabilidad. Después de identificar a cada prisionero, un ayudante que utilizaba calibradores cantaba la longitud, anchura y profundidad del cráneo, la distancia entre los ojos, la longitud de la nariz, y describía el color de la piel, el tipo de cuerpo, las cicatrices de heridas y cualquier discapacidad

Geiser, Prisoners of the Good Fight, p. 146.

Como parte del estudio hubo la visita de dos sociólogos alemanes que presentaron a los presos un cuestionario de doscientos puntos: en él se intentaba juzgar la moralidad de cada sujeto mediante preguntas sobre sus antecedentes familiares, sexuales, políticos, religiosos y militares. Las preguntas sobre la familia se centraban en alcoholismo, criminalidad, posición social, afiliación religiosa, nivel de educación, empobrecimiento, ilegitimidad, emigración y enfermedad mental. 

Vallejo sostenía que el apoyo a la revolución en España se explicaba mejor en base a la biología y la psicología, y que el apoyo a la República se basaba más en factores de criminalidad que políticos. Como ha señalado Rodrigo, el trabajo de Vallejo fue de gran importancia, ya que sirvió para establecer una justificación pseudocientífica del uso de los trabajos forzados como medio para conseguir la «redención nacional» de los presos. Señala la ironía de que la investigación que pretendía identificar la causa de la «enfermedad» que supuestamente aquejaba a España (el marxismo) se basara en estudios de sujetos no españoles (Rodrigo, p. 145).

Tras su cierre, San Pedro fue ocupado por la orden del Císter.  Aunque hay un pequeño museo dedicado al arte religioso, hoy en día la mayor parte del monasterio, incluidas las zonas que ocupó el campo de concentración, está cerrada al público. Un pequeño panel informativo en el exterior es la única referencia a su uso durante la Guerra Civil y posguerra.  

Nota: La cifra de 188 campos de concentración no se refiere al total de centros de reclusión utilizados por la dictadura de Franco. El número real sería muy superior si incluyéramos campos de trabajo, destacamentos penales, prisiones, etc. 

Traducción realizada con la versión gratuita del traductor DeepL y revisión de Concha Catalan

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PHOTOS: Biblioteca Digital Hispánica. Biblioteca Nacional. CC-BY

Hay una luz en Asturias: La huelga de los mineros asturianos de 1962

Hace sesenta años, en abril-mayo de 1962, una huelga en las cuencas mineras de Asturias, que se extendió a otros sectores de la economía española, supuso el mayor desafío a la dictadura franquista desde el final de la Guerra Civil. Conocida a menudo como la Huelga del Silencio por su carácter pacífico y no violento, la huelga condujo a la imposición del Estado de Excepción en las provincias de Asturias, Guipuzkoa y Bizkaia y desafió la capacidad del régimen para controlar a la clase obrera a través de la Organización Sindical Española (O.S.E.), el Sindicato Vertical estatal establecido tras la Guerra Civil.

La huelga de los mineros asturianos de 1962 puede considerarse el presagio de las reivindicaciones que marcarían los últimos años de la dictadura.  Con motivo del 1 de mayo, Día Internacional de los Trabajadores, publicamos este artículo para resaltar la importancia de la lucha de los mineros asturianos y sus familias, así como la de los trabajadores de otras partes de España que arriesgaron su sustento y su vida enfrentándose a las políticas laborales represivas del régimen de Franco. 

En el período inmediatamente posterior a la Guerra Civil, los mineros asturianos –conocidos por la Revolución de Asturias en octubre de 1934– no constituyeron una fuente importante de oposición a la dictadura.  Asturias había sido la última de las provincias costeras del norte en caer en manos de los ejércitos franquistas en 1937 y los mineros fueron objeto de una feroz represión.  Según Rubén Vega, el principal historiador del movimiento obrero asturiano, 410 mineros fueron ejecutados tras un consejo de guerra [y al menos 368 fueron asesinados extrajudicialmente]. (Ruben Vega García et al, El movimiento obrero en Asturias durante el franquismo, 1937-1977, p. 54.) [Más información sobre los consejos de guerra aquí]

Foto icónica de la revolución minera pero no tomada en Asturias: una columna de Guardias Civiles escola a mineros detenidos en Brañosera (Palencia) el 8 de octubre de 1934. Concern Illustrated Daily Courier – Illustration Archive – Narodowe Archiwum Cyfrowe, Poland. Public domain

Aunque los mineros estaban exentos del servicio militar después de la guerra, la minería no era una ocupación atractiva: era extremadamente peligrosa y muy insalubre. Según Vega, murió una media de 85 trabajadores al año en accidentes mineros en Asturias en las décadas de 1940 y 1950 (la mano de obra minera total en la provincia era de 30.000 en 1950 y 49.000 en 1958). Los mineros también sufrían una alta incidencia de silicosis y otras enfermedades profesionales (Vega p. 55).

En los años sesenta, Asturias producía alrededor del setenta por ciento del carbón español. Esta industria, centrada en Langreo y Mieres, las principales ciudades de los valles de los ríos Nalón y Caudal respectivamente, dominaba la economía y la sociedad local. Aunque las minas eran propiedad de 72 empresas, diecisiete de ellas controlaban la industria: daban empleo al 93% de los trabajadores y producían el 90% del carbón asturiano. Hasta finales de la década de 1950, la minería del carbón estuvo protegida de la competencia extranjera por la política franquista de autarquía, pero el Plan de Estabilización de 1959, que abrió la economía española a las importaciones, provocó una grave crisis en la industria, ya que el carbón asturiano se vio obligado a competir con importaciones más baratas.

En Asturias, como en toda España, el Plan de Estabilización provocó una recesión económica y una inflación que redujo los salarios reales de los trabajadores. El regreso de los mineros que habían emigrado a Europa Occidental, especialmente a Bélgica y Luxemburgo también influyó en el ambiente de las comunidades mineras. Al trabajar en el extranjero, no sólo habían experimentado mejores condiciones de trabajo y de vida, sino que habían sido testigos de la libertad de los trabajadores para organizarse y hacer huelga.

En cambio, en España las huelgas eran ilegales y hasta 1958 los salarios se imponían por decreto gubernamental. Aunque la Ley de Convenios Colectivos Sindicales de 1958 permitía la negociación colectiva a nivel de fábrica, municipal o estatal, ésta debía realizarse dentro de la estructura de la O.S.E. y todos los convenios debían ser aprobados por el Ministerio de Trabajo. En 1960, un decreto del gobierno dictaminó que las huelgas que se consideraran con motivación política o que representaran una grave amenaza para el orden público constituían rebelión militar y estaban sujetas a la jurisdicción militar.  

Los acontecimientos en las cuencas mineras a finales de los años 50 deberían haber alertado al régimen de Franco del creciente descontento. Una huelga en la mina de La Camocha, cerca de Gijón, en enero de 1957, en la que los mineros ocuparon la mina durante nueve días, tuvo como resultado la mejora de las condiciones y de los salarios. Otra huelga centrada en el valle del Nalón, en marzo de 1958, provocó la declaración del estado de excepción y el despido de 200 trabajadores: se llamó a filas a los mineros en edad militar y 32 trabajadores acusados de pertenecer al Partido Comunista Español (P.C.E.) fueron condenados a penas de prisión de entre dos y veinte años (Vega p. 272).

Las huelgas de 1962 comenzaron el 7 de abril en la mina Nicolasa de Mieres, tras una protesta por las durísimas condiciones laborales. El pozo Nicolasa era uno de los más grandes, con 2.000 mineros. La huelga se extendió rápidamente a otras minas del valle del Caudal. La tercera semana de abril, los mineros del valle del Nalón se unieron a la huelga, Sus reivindicaciones incluían ya la libertad de organización y la indemnización de los trabajadores afectados de silicosis.

La respuesta del gobierno era previsible: arrestaron a los mineros y, en algunos casos, a sus familiares, torturaron a los presos, y hubo presencia intimidatoria de la Policía Armada y la Guardia Civil en las calles de los pueblos mineros y las principales ciudades. Unos 400 mineros fueron detenidos y muchos otros deportados a otras partes del país. (Vega p. 282)

La lucha se prolongó durante dos meses gracias a la solidaridad y la estrecha unión de las comunidades de los valles mineros. Las mujeres tuvieron un papel importante en la distribución clandestina de folletos para difundir la huelga y fomentar la solidaridad con la causa de los mineros. Los economatos laborales de las empresas se cerraron en cuanto estalló la huelga, y las familias se vieron obligadas a depender de pequeños comerciantes que les fiaban y de grupos de la iglesia católica que organizaban comedores sociales.

Durante el mes de abril, un completo silencio mediático acompañó a la represión. A pesar de ello, la huelga en solidaridad con Asturias se extendió más allá de sus cuencas mineras: a las minas de León, las de Río Tinto en Huelva, la industria siderúrgica en Asturias y las grandes obras de ingeniería en el valle del río Nervión alrededor de Bilbao. La declaración del estado de excepción en las provincias de Asturias, Bizkaia y Gipuzkoa el 4 de mayo, para hacer frente a lo que se calificó como anormalidades laborales, tuvo poco efecto. En la segunda quincena de mayo, unos 300.000 trabajadores estaban en huelga en todo el país, afectando a las fábricas de un total de 28 provincias, incluida Barcelona, donde la producción se había detenido en la mayoría de las plantas de producción y fábricas textiles de la provincia.

Compañeros del Pozu Carrio en 1962. Memoria Digital de Asturias. CC-BY

Mientras tanto, el 6 de mayo, un manifiesto firmado por 171 destacados intelectuales españoles –entre los que se encontraban Ramón Menéndez Pidal, Josep Fontana, Juan y Luis Goytisolo, José Bergamín, Salvador Espriu y Alfonso Sastre– reclamaba el establecimiento de la libertad de información y el derecho a la huelga de los trabajadores. [Lea el manifiesto de 1962 aquí, con otras adhesiones, preservado por la Fundación Juan Muñiz Zapico]

De forma extraordinaria, el régimen se vio obligado a negociar con los dirigentes mineros: el 15 de mayo un ministro del gobierno, José Solís Ruiz, que, como Secretario General del Movimiento, era responsable de la O.S.E., viajó a Gijón para mantener conversaciones con una comisión de representantes mineros reunida a toda prisa. Fue la única ocasión durante el régimen de Franco en la que el gobierno se vio obligado a negociar directamente con los dirigentes obreros. Los trabajadores de la construcción de Gijón saludaron la llegada de Solís sumándose a la huelga.

Incluso después de que Solís accediera a un acuerdo sobre el aumento de los salarios y la mejora de las condiciones de trabajo –que se publicó en el Boletín Oficial del Estado el 24 de mayo–, la huelga continuó hasta que los mineros detenidos fueron liberados y los trabajadores deportados pudieron regresar a la provincia.

Para entonces otros grupos se habían unido a las protestas: a finales de mayo hubo manifestaciones estudiantiles en Madrid y Barcelona. Los manifestantes coreaban «¡Franco no! Asturias Sí!» y cantaban canciones como Hay una Luz en Asturias que ilumina toda España y Asturias patria querida. (Vega, pp 282-3)

Portada del Mundo Obrero, 1 Septiembre 1962. Biblioteca Virtual de Prensa Histórica. CC-BY 4.0

A la vuelta al trabajo de los mineros entre el 4 y el 7 de junio siguió el fin de las demás huelgas. Sin embargo, hubo, quizás inevitablemente, una secuela de las huelgas asturianas de abril-mayo. En agosto estalló una segunda ronda de huelgas por la victimización de algunos mineros y el incumplimiento de los acuerdos que habían puesto fin al conflicto anterior. Los valles del Caudal y del Nalón se paralizaron rápidamente. Esta vez, sin embargo, la policía y la patronal habían confeccionado una lista negra de trabajadores: 126 fueron deportados a otras provincias y muchos otros fueron despedidos. Las huelgas no tardaron en fracasar, en parte porque muchos mineros y sus familias no disponían de recursos para resistir tras el paro de dos meses a principios de año. (Vega, pp. 282-90)

Como era habitual, el régimen culpó de las huelgas a los activistas comunistas, especialmente a los de otros países.  El 27 de mayo, en el monte Garabitas, un campo de batalla de la Guerra Civil en las afueras de Madrid, Franco se dirigió a la Hermandad de Alfereces Provisionales –una organización de veteranos de guerra falangistas. Afirmó que seguía librándose la Guerra Civil, desestimó las huelgas como algo sin importancia y atacó a enemigos sin nombre por aprovecharse de la situación. Unos meses más tarde dijo al corresponsal del New York Times, Benjamin Welles,

Los agitadores italianos y otros extranjeros entraron en España provistos de fondos, pero  escaparon antes de que nuestra policía pudiera ponerles las manos encima.

Benjamin Welles, España: The Gentle Anarchy, 1965, p. 130.

Aunque el conflicto inicial en el pozo Nicolasa pudiera verse como improvisado, los miembros de varios grupos de la oposición clandestina desempeñaron un papel importante en la difusión de la huelga, tanto en Asturias como en otros lugares. Además del Partido Comunista de España (PCE), entre ellos hubo activistas de la socialista Unión General de Trabajadores (UGT) y miembros de grupos eclesiásticos, especialmente de la Juventud Obrera Cristiana (JOC) y la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC). Los informes policiales sugieren que el gobierno estaba alarmado particularmente por las acciones de los activistas católicos. Aunque el obispo de Oviedo, Segundo García Sierra, se mostró hostil a las huelgas y trasladó a activistas de la JOC de las cuencas mineras a zonas rurales, los informes policiales identificaron a numerosos sacerdotes, especialmente en las provincias vascas, cuyos sermones indicaban apoyo a la causa de los huelguistas.  (Vega, p. 285).

Los acontecimientos de abril-mayo de 1962 habían planteado, sin embargo, serios interrogantes para el futuro de la dictadura franquista. Se humilló al régimen: un ministro del gobierno se había visto obligado a viajar a Gijón para negociar directamente con los líderes mineros a pesar de que, siendo las huelgas ilegales, eran –según las leyes del propio régimen– delincuentes. La publicación del acuerdo alcanzado por Solís mientras las huelgas continuaban fue otra humillación. Claramente, era un indicio del fracaso del sistema franquista en la gestión de conflictos laborales con los métodos habituales de represión sindical y policial controlada por el Estado. También quedaba subrayado que, al ser las huelgas ilegales, cualquier huelga se iba a convertir automáticamente en una cuestión política que implicaba al gobierno.

La difusión de las huelgas y protestas durante el mes de abril, a pesar del silencio de los medios de comunicación españoles y de la cobertura fuertemente distorsionada tras la declaración del estado de excepción, puso en duda la eficacia del sistema de censura de prensa. Esta sufrió cambios en 1966, cuando la Ley de Prensa e Imprenta de Fraga Iribarne suprimió de antemano la censura, pero sometió a la prensa a severas sanciones por infringir las mal definidas normas de publicación. La fuente de información más importante sobre las huelgas era Radio España Independiente, la emisora del Partido Comunista con sede en Bucarest. Conocida por el público como «La Pirenaica», sus reportajes se escuchaban ampliamente en todo el país. El análisis de registros policiales realizado por Rubén Vega destaca la exactitud de los informes sobre La Pirenaica, lo que debió alarmar aun más a las autoridades (Vega, p 284).

El conflicto de Asturias, en particular, y la ola de huelgas, en general, perjudicaron gravemente al régimen de Franco en el exterior, en un momento en el que intentaba presentar una imagen de administración civil conservadora que gobernaba una sociedad pacífica en proceso de modernización. En febrero de 1962, el gobierno español había solicitado oficialmente la apertura de las negociaciones para ingresar en la Comunidad Económica Europea.  Por la naturaleza del régimen de Franco, era probable que no se hubiera conseguido, pero los acontecimientos de abril-mayo de 1962 recordaron a los gobiernos y a la opinión pública de Europa Occidental los orígenes fascistas del régimen de Franco y la naturaleza represiva de la dictadura. Las manifestaciones de solidaridad con los mineros estallaron en varias capitales de Europa Occidental y en Estados Unidos, mientras los movimientos obreros de fuera de España llamaron la atención sobre la falta de sindicatos independientes y la ilegalidad de las huelgas.

La lista completa de los mineros detenidos, despedidos y/o exiliados de Asturias en 1962 puede consultarse en el Apéndice de Rubén Vega García, Las Huelgas de 1962 en Asturias (2002). 

Los dos documentales siguientes serán de interés para quienes nos leen:

Aquí puede escucharse la canción Hay una lumbre en Asturias, interpretada por su autor Chicho Sánchez Ferlosio.

Es parte del documental Si me borrara el viento lo que yo canto, de David Trueba de 1982 [Disponible aquí]

Traducción realizada con la versión gratuita del traductor DeepL y revisión de Concha Catalan

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Foto: Minero delante del Pozo Nicolasa en 1967. Memoria Digital de Asturias CC-BY

Recuerdos de la España de los años 30

En un artículo anterior [Memoria de guerra y posguerra en femenino] hablamos de las memorias de Constancia de la Mora, nieta de Antonio Maura (primer ministro español bajo Alfonso XIII) que llegó a ser directora de la Oficina de Prensa Extranjera durante la Guerra Civil. Sus memorias se publicaron por primera vez en inglés en Estados Unidos en 1939 con el título In Place of Splendour [ Doble Esplendor. Ed. Gadir, 2006]. La edición en inglés se había agotado desde entonces, pero ahora ha sido reeditada por una editorial londinense, Clapton Press, como parte de una nueva serie de memorias de la España de los años treinta. Este artículo reseña algunos de los libros publicados hasta ahora con motivo del lanzamiento de esta colección. 

En una entrevista, Simon Deefholts, director general de Clapton Press, afirma que

Los años 30 fueron una década crítica no sólo para España sino para toda Europa. Desde fuera de España, muchas personas vieron la lucha por la defensa de la República como la primera oportunidad de posicionarse frente a los ideólogos de derechas, cada vez más agresivos. Esto atrajo a toda una serie de personas de diferentes orígenes que prestaron apoyo de diversas maneras. Muchos de ellos escribieron vívidos relatos de sus experiencias en publicaciones que están agotadas desde hace más de ochenta años, a las que sólo puede accederse en bibliotecas especializadas o a un enorme coste en ejemplares de coleccionista.

Añadió que Clapton Press pretende

poner estas fuentes primarias al alcance de las personas lectoras a un coste razonable. Casi todas las personas que se ofrecieron como voluntarias para ayudar a defender y apoyar a la República -de diversas maneras- mostraron un gran valor y determinación, por lo que creemos que es importante proporcionar acceso directo a sus relatos en primera mano.

In Place of Splendour -que incluye una introducción de la biógrafa de Constancia de la Mora, Soledad Fox Maura– da cuenta de la elitista educación conservadora de la autora, y de su posterior radicalización durante la Segunda República. Junto con su segundo marido, Ignacio Hidalgo de Cisneros (jefe de la aviación republicana), se convirtió en una figura clave del esfuerzo bélico republicano. Sus conocimientos de lenguas extranjeras la convirtieron en una figura importante en la Oficina de Prensa Extranjera de Valencia. Aunque censuraba sus envíos, los corresponsales apreciaban su ayuda para conseguir alojamiento, organizar entrevistas y organizar el transporte al frente de batalla. Según Paul Preston, su conocimiento del inglés más grosero favorecía su capacidad para comunicarse con los periodistas si era necesario. Cuando en octubre de 1937, la oficina de prensa se trasladó a Barcelona junto con el gobierno republicano, De la Mora pasó a ser su directora.  

In Place of Splendour se completó en los meses posteriores a la llegada de De la Mora a Estados Unidos en enero de 1939. Soledad Fox y otros han llegado a la conclusión de que fue Ruth Mckenney quien escribió el texto con ayuda de Jay Allen, antiguo corresponsal del Chicago Tribune. Cabe destacar que el libro no menciona el hecho de que De la Mora y su marido eran miembros del Partido Comunista Español y que, en general, resta importancia al papel del partido en la República durante la Guerra Civil. A pesar de ello, estas memorias permiten conocer el funcionamiento del esfuerzo bélico republicano al más alto nivel. Cuando se publicaron en noviembre de 1939, recibieron una publicidad favorable en Estados Unidos y se vendieron muy bien. Poco después, De la Mora se instaló en México, donde tradujo el libro al español; la primera edición en español se publicó en México en 1944.  

La más destacada publicación de Clapton Press es Never More Alive: Inside the Spanish Republic, las memorias de Kate Mangan. En su introducción, Paul Preston escribe:

desde que leí por primera vez el manuscrito, hace unos quince años, he anhelado verlo impreso. Lo disfruté y lo consideré uno de los libros más valiosos sobre la guerra cuando lo leí por primera vez, y esta valoración se ha acrecentado con cada nueva cada lectura.

Artista inglesa que había estudiado en la prestigiosa Slade School of Arts de Londres, Mangan visitó España y Portugal en 1935-36 con su novio, Jan Kurzke, un refugiado de la Alemania nazi. Tras su regreso a Gran Bretaña en agosto de 1936, Kurzke fue uno de los primeros voluntarios de las Brigadas Internacionales, llegando a Madrid a principios de noviembre de 1936. Mangan le siguió poco después y, al no poder estar cerca de él, se ganó la vida traduciendo, interpretando y escribiendo. Sus experiencias como mujer extranjera no pueden calificarse de típicas de la población, pero su relato describe muchos aspectos de la vida en la España republicana de 1936-37, en particular los problemas de abastecimiento de alimentos, las dificultades de transporte y las condiciones que soportaron un gran número de refugiados de la guerra y la represión franquista. Describe vívidamente las condiciones de los hospitales: la falta de medicamentos y de una higiene adecuada, el personal mal formado, los soldados malheridos. También se describen las condiciones de la Barcelona por la que pasaron ella y Kurzke en su viaje de salida de España en julio de 1937. 

Al igual que Constancia de la Mora, Kate Mangan trabajó durante un tiempo en la Oficina de Prensa Extranjera de Valencia. Los motivos de Mangan para visitar España y su ausencia de antecedentes políticos contribuyen a que su relato sea menos partidista que muchos otros. El libro está salpicado de detalles de recorridos y lugares, así como de incisivas descripciones de periodistas y escritores con los que coincidió. 

Las memorias de Jan Kurzke también se han publicado por primera vez en esta colección como The Good Comrade: Memoirs of An International Brigade, con una introducción de Richard Baxell.  Kurzke describe, en primer lugar, sus experiencias de preguerra vagabundeando por España y actuando por las calles con un grupo de emigrantes en 1934-1935; después, tras un descanso en Gran Bretaña, donde conoce a Kate Mangan, narra su servicio en las Brigadas Internacionales [ver su registro en Sidbrint aquí ]. Se trata de un relato de la experiencia de guerra de un soldado: a menudo escribe frases cortas, que, como señala Baxell, «se leen como una serie de entradas de diario, dando sensación de inmediatez». Kurzke fue gravemente herido en la pierna en Boadilla del Monte en diciembre de 1936 y, tras ser hospitalizado en Madrid, fue trasladado a Murcia, donde Mangan lo localizó y organizó la ayuda médica para su recuperación.

Tanto las memorias de Mangan como las de Kurzke terminan con su partida, pero cada uno de los volúmenes proporciona apuntes de su vida posterior; se incluyen cartas y breves notas biográficas de la hija de ambos, Charlotte. Entre 1940 y 1941, el gobierno británico internó a Kurzke en la Isla de Man como extranjero enemigo. Kurzke y Mangan nunca se casaron y, en 1945, Kurzke se casó con una joven actriz. Esto quizá no sorprenda a quienes lean ambos volúmenes: las memorias de Kurzke ni siquiera mencionan a Mangan.  

My House in Malaga [Mi Casa de Málaga: Memorias de un aristocrata escocés en la España republicana, Editorial Renacimiento, 2010], de Sir Peter Chalmers-Mitchell, estaba descatalogado desde su primera publicación en febrero de 1938. Chalmers-Mitchell, eminente zoólogo escocés y fundador del zoológico de Londres, se retiró a vivir a Málaga en 1932 y permaneció en esa ciudad tras la rebelión militar de julio de 1936. Sus memorias se centran en el relato de su vida en la ciudad durante los seis meses anteriores a su ocupación por las fuerzas rebeldes en febrero de 1937. En el centro del relato está su relación con sus vecinos, la familia Bolín, cuyo primo Luis Bolín era un destacado partidario de Franco. Temiendo por sus vidas, los Bolín buscaron refugio y ayuda de Chalmers-Mitchell, y su casa fue tomada por los anarquistas locales para utilizarla como hospital. Aunque finalmente Chalmers-Mitchell ayudó a la familia a escapar a Gibraltar, mantuvo buenas relaciones con las autoridades republicanas y los líderes anarquistas locales. Sus memorias detallan el deterioro de las condiciones en la ciudad y los efectos de los repetidos ataques aéreos rebeldes. En una carta enviada a The Times en octubre de 1936, intentó contrarrestar las exageradas afirmaciones sobre la violencia y el derramamiento de sangre en Málaga que se habían hecho en la prensa británica, basándose en los informes de los refugiados y los partidarios de los rebeldes en Gibraltar. Con dicha carta no se ganó la simpatía de las autoridades rebeldes. 

Sir Peter Chalmers-Mitchell PHOTO: Agence de presse Meurisse – Bibliothèque nationale de France, Dominio público.

A pesar de su ayuda a la familia Bolín, Chalmers-Mitchell y su invitado, el periodista Arthur Koestler, fueron detenidos por Luis Bolín tras la ocupación italiana de Málaga. Mientras Koestler fue encarcelado en régimen de aislamiento en Sevilla durante más de tres meses y posteriormente liberado en un intercambio de prisioneros, Chalmers-Mitchell fue de hecho expulsado de la España en manos de los rebeldes. Regresó a Gran Bretaña, donde utilizó sus amplios contactos para conseguir la liberación de Koestler y colaborar en la campaña pública de apoyo a la República.

Mi casa de Málaga también incluye un relato de un encuentro con el escritor Ramón J. Sender y su familia en Madrid semanas antes del golpe militar. Anteriormente había traducido al inglés la novela de Sender de 1932 Siete Domingos Rojos (se publicó como Seven Red Sundays en abril de 1936), y su traducción del relato de Sender sobre los primeros meses de la guerra se publicó en 1937 como Counter-Attack in Spain [Contraataque en España]. 

Simon Deeffholts tiene planes ambiciosos para futuras publicaciones, señalando que «todavía hay muchos recursos valiosos que actualmente solo están disponibles en bibliotecas especializadas, o a un precio elevado». Entre las publicaciones previstas para 2022 hay dos que atraerán especialmente a personas interesadas en la Guerra Civil: las nuevas ediciones de The Last Mile to Huesca, de Agnes Hodgson, y de Behind the Spanish Barricades, de John Langdon-Davies

The Last Mile to Huesca [A Una Milla de Huesca: Diario de una Enfermera Australiana en la Guerra Civil Española, Prensas Universidad de Zaragoza, 2006 – agotado] , de Agnes Hodgson, con una introducción revisada por Judith Keene, son los diarios de una enfermera australiana que sirvió en el servicio médico republicano en 1937. Al llegar a Barcelona en diciembre de 1936, Hodgson, que no tenía antecedentes políticos y que había trabajado en Hungría y en la Italia fascista, se enfrentó inicialmente a acusaciones de ser una espía fascista. Sus diarios describen no sólo sus experiencias en el servicio médico republicano, sino también su viaje a España en noviembre de 1936 y sus impresiones al llegar a Barcelona, donde asistió al funeral del brigadista internacional alemán Hans Beimler

John Langdon-Davies escribió Behind the Spanish Barricades [ Detrás de las Barricadas Españolas, Ediciones Península, 2009 – descatalogado] en unas pocas semanas en el otoño de 1936. Es un relato de las dos visitas del autor a España a principios de ese año como corresponsal del London News Chronicle, la primera en abril-mayo y la segunda justo después de la rebelión militar de julio.  A diferencia de muchos de los periodistas que acudieron en masa a España tras el golpe, Langdon-Davies ya conocía bien España antes de la guerra, porque había vivido en Cataluña en los años veinte (fue autor de un libro muy bien recibido sobre la sardana).  Su relato describe conversaciones con amigos españoles y, antes y despues del inicio de la guerra, visitas a varias partes de España. Sin embargo, merece la pena leer Detrás de las barricadas españolas por las impresiones que evoca de Barcelona, tanto antes del golpe militar de julio de 1936 como inmediatamente después. 

Esta es sólo una selección de los libros publicados por Clapton Press: la lista completa está disponible en su sitio web

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Traducción realizada con la versión gratuita de traducción DeepL , revisada por Concha Catalan.

PHOTO: Collage de portadas de libro de Clapton Press

Escribiendo la Historia de la Guerra Civil en 1961

En 1961, veinticinco años después del golpe militar que desencadenó la Guerra Civil, aparecieron dos importantes libros sobre el conflicto: uno en inglés (The Spanish Civil War, de Hugh Thomas) y otro en francés (La Révolution et la Guerre d’Espagne, de Pierre Broué y Emile Témime). Fueron quizá los primeros libros escritos por una generación de historiadores no implicados directamente en los acontecimientos, siendo todos ellos niños en la década de 1930. Con motivo del sexagésimo aniversario de su publicación, escribimos sobre estos dos libros y la acogida que tuvieron en los años sesenta.

La Révolution et la Guerre d’Espagne es una obra notable que se divide en dos partes; la primera, de Broué, examina el proceso revolucionario de 1936-37 mientras la segunda, de Témime, es un relato de los aspectos internacionales de la guerra y de la construcción de la dictadura franquista. En la introducción, los autores explican este enfoque, admitiendo  sus afinidades diversas: Témime siente mayor simpatía por los «republicanos progresistas y los socialistas moderados porque le preocupa la organización, la eficacia y el equilibrio de poder mundial» mientras, para Broué, «aquellos que luchan contra las revoluciones a medias no hacen más que cavar su propia tumba» (p. 14). Su objetivo era, añadían:

 «frente a la ignorancia, la negligencia y la falsificación, recrear esta lucha de la forma más veraz posible y librarla de la leyenda que la había enterrado prematuramente» (p. 7).

La primera parte recibió mayor atención. El intento de golpe militar de julio de 1936,  que desencadenó la Guerra Civil   provocó también una amplia revolución social en las zonas de España que se resistieron al golpe. Sin embargo, en los años posteriores a la guerra, los historiadores habían ignorado esta revolución o la habían tratado de forma insignificante. 

Utilizando el concepto de «doble poder», evocando lo ocurrido en la capital rusa Petrogrado tras la caída del régimen zarista en febrero de 1917, Broué explora la compleja situación que produjo el colapso del Estado republicano y cómo lo sustituyeron los comités locales que surgieron en 1936. El autor traza las etapas de la reconstrucción del Estado republicano bajo el gobierno de Largo Caballero (septiembre de 1936-mayo de 1937), con el telón de fondo de la derrota de las fuerzas republicanas en el campo de batalla. Las tensiones que esto produjo y el ascenso del partido comunista como partido de la contrarrevolución, fueron antecesores  de la crisis que estalló en Barcelona en mayo de 1937, tras la cual los grupos y partidos revolucionarios fueron marginados bajo el nuevo gobierno de Juan Negrín. 

En la segunda parte del libro, Témime argumenta que la falta de apoyo a la República  por parte de Gran Bretaña y Francia fue crucial para el resultado de la guerra, convirtiendo en la práctica la casi inevitable derrota de los generales rebeldes en una inevitable victoria. Esto indica la discordia en sus relatos: Broué considera que la derrota de la revolución privó al esfuerzo de guerra  republicano del entusiasmo de campesinos y obreros. Témime, por su parte, identifica el miedo a la revolución social como un motivo clave de la hostilidad de las clases altas británicas y francesas  por la República .

El historiador estadounidense Gabriel Jackson, cuyo propio relato The Spanish Republic and the Civil War 1931-1939 fue publicado en 1965, escribió una entusiasta reseña del libro. En la Hispanic American Historical Review de 1962, Jackson elogió la obra como «la mejor interpretación general disponible sobre la revolución de 1936 y la guerra», añadiendo que:

«es especialmente valiosa para el análisis de la CNT (Confederación Nacional de Trabajadores), el POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista) y los anarquistas tanto en las zonas industriales como en las rurales de Cataluña».  

En Francia las críticas fueron más variadas, con Antoine Prost en la Revue d’histoire moderne et contemporaine (octubre-diciembre de 1962), señalando la falta de un análisis adecuado por parte de los autores del periodo republicano de preguerra y los problemas agrarios de España. Prost, sin embargo, elogió la obra como un importante avance en el estudio del conflicto, añadiendo que era necesario seguir investigando y que la historia de la guerra todavía estaba por escribir. Después de que finalmente se publicara en inglés en 1972, la historiadora estadounidense Temma Kaplan lo describió como el «mejor volumen» sobre la Guerra Civil en una reseña en la Hispanic American Historical Review (1974).  

Los dos autores tuvieron una destacada trayectoria como historiadores en Francia pero, lamentablemente, La Révolution et la Guerre d’Espagne nunca se actualizó para incluir nuevas fuentes e  interpretaciones.

La obra The Spanish Civil War de Hugh Thomas se convirtió rápidamente en la obra de referencia en inglés sobre el tema, lo que proporcionó al autor fama y riqueza. Thomas no tenía formación en historia de España  y, de hecho, empezó  por aprender  español. Al igual que Broué y Témime, tuvo la ventaja  de poder entrevistar a muchas de las figuras clave que habían sobrevivido. Quizás como reflejo de su breve carrera anterior como diplomático, Thomas hizo hincapié en los aspectos internacionales y diplomáticos del conflicto. Podemos describir su enfoque como «narrativo»; a veces esto le lleva a agrupar en dos o tres páginas acontecimientos simultáneos  en lugares diversos (Salamanca, Barcelona, Bilbao, Washington, Londres, etc.). Quizá este enfoque narrativo fue la clave del éxito del libro: contar la historia de la guerra a una generación de lectores foráneos que no recordaba los acontecimientos, así como a una generación mayor cuyas memorias estaban fragmentadas.

The Spanish Civil War recibió críticas favorables en la prensa británica, incluso de periodistas como Claude Cockburn, que había informado sobre la guerra, así como de Peter Kemp, uno de los pocos voluntarios británicos que había luchado en el ejército rebelde de Franco. En Estados Unidos, Vincent Sheean, que había cubierto la guerra para el New York Herald Tribune, lo elogió en el New York Times (9 de julio de 1961) diciendo:  

«hay algo bastante maravilloso en un libro escrito sobre algo que el autor nunca vio y nunca podría haber visto» (…)  (Thomas) «lo ha entendido increíblemente bien y lo ha escrito magníficamente». 

Sin embargo, algunos historiadores se mostraron menos impresionados. En la reseña de la Hispanic American Hispanic Review citada anteriormente, Jackson criticó al autor por basarse demasiado en relatos de historiadores franquistas como Manuel Aznar. Esto, argüía, llevó a Thomas a dar por auténtico lo que Jackson describe como «un documento evidentemente falsificado», sobre un supuesto  un complot comunista para derrocar a la República. Los militares sublevados intentaron legitimar el golpe y la dictadura de Franco fundamentándose en dicho supuesto complot. 

También criticó que Thomas aceptara la cifra franquista del número de personas asesinadas en la zona republicana, tomada de la Causa General.

Jackson también criticó lo que llamó «el desagradable tono de desprecio» que adopta al hablar de la represión «como si se tratara de las costumbres melodramáticas de un pueblo bárbaro». Concluyó que: 

«Es recomendable desde un punto de vista estrictamente académico  por su cobertura de los aspectos internacionales, pero como historia militar y política de España confunde más que ilumina”. 

Dentro de España, se reseñó The Spanish Civil War en revistas académicas como la Revista de Política Internacional (nº 60, 1962) y la Revista de Estudios Políticos (nº 161, 1961), pero Thomas admitió  que no había ninguna posibilidad  de que se publicara en el país.  

A pesar de ello, se convirtió en una obra importante en la España franquista, pues la publicó traducida al español Ruedo Ibérico, que se había establecido en París para desafiar la censura del régimen. El libro se pasó de contrabando por la frontera y se vendió clandestinamente. La primera tirada en español, de 5.000 ejemplares, se agotó rápidamente. 

La popularidad del libro en España obligó a Manuel Fraga Iribarne, ministro de Información y Turismo (1962-1969), a crear un centro de estudios sobre la Guerra Civil bajo la dirección de Ricardo de la Cierva, en un intento de reafirmar la versión del régimen de Franco sobre la Guerra Civil como una «cruzada» contra el marxismo, el liberalismo y la masonería. 

En 1965 se publicó una edición revisada en inglés de The Spanish Civil War en formato de bolsillo y se revisó sustancialmente para las ediciones tercera y cuarta, que se publicaron en 1977 y 2003. Para entonces, las opiniones políticas del autor habían cambiado significativamente, lo que le llevó a convertirse en un asesor clave del gobierno conservador de Margaret Thatcher en la década de 1980. Las ediciones posteriores son mucho más largas que la original, llevan notas a pie de página mucho más extensas y responden a algunas de las críticas de la primera edición. En particular, Thomas amplió su análisis del proceso revolucionario de 1936-37 que, como tantos otros escritores antes de Broué y Témime, había pasado por alto totalmente  en la primera edición. También mejoró y amplió su relato de la Segunda República con la ayuda y  consejo de Paul Preston, que había sido su estudiante de doctorado.

Sesenta años después de su publicación, ¿cómo podemos valorar estos dos libros? Los autores tuvieron la ventaja de poder entrevistar a muchos de los supervivientes pero, en aquella época, muchos archivos estaban cerrados, especialmente en España, donde el régimen vigilaba estrechamente cualquier objeción a la versión oficial de la historia del país. Tanto La Révolution et la Guerre d’Espagne como las primeras ediciones de The Spanish Civil War han sido desbancadas  hace tiempo por el trabajo de historiadores posteriores, pero los autores fueron pioneros en este campo y tuvieron un impacto duradero. Sus libros dieron a conocer la historia de la guerra a nuevas generaciones de lectores -tanto dentro como fuera de España- y algunos de ellos/as continuaron investigando y escribiendo sobre el tema.

[Traducción del inglés: Laura Cuesta]

Pierre Broué and Emile Témime, La Révolution et la Guerre d’Espagne, Les Edicions de Minuit, 1961. Hugh Thomas, The Spanish Civil War, Eyre & Spottiswoode, 1961.

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PHOTO COLLAGE: Original 1961 book covers

El peso del pasado ausente

Hoy 15 de junio es el aniversario de las elecciones generales de 1977, las primeras celebradas en España tras la muerte del General Franco y un importante punto de referencia en la transición que siguió a la dictadura. Para marcar esta fecha, IHR publica esta reseña de un nuevo libro de Sebastiaan Faber, Profesor de Estudios Españoles en Oberlin College, Ohio. 

En años recientes ha sido habitual atribuir muchas características de la política española a las limitaciones de la transición. Algunas personas han demandado una reforma de la Constitución de 1978 y una segunda transición. La exhumación de los restos de Franco y su traslado del Valle de los Caídos en Octubre de 2019 [Ver ¿Dónde murieron los trasladados al Valle de los Caídos? ] atrajo rápidamente la atención de los medios de comunicación internacionales. Faber utiliza el simbólico significado de dicho traslado como punto de partida para una discusión sobre la España contemporánea y la influencia del franquismo en su problemático siglo veintiuno. Esta influencia se puede resumir con las palabras del historiador Jaume Claret:

(H)ablando en términos generales, podemos decir que para la sociedad española -para la España democrática- el pasado está ausente. En el sentido que simplemente no existe. Y, sin embargo, el peso de ese pasado ausente es innegable (p.231).

El libro se basa en entrevistas hechas a una variedad de observadores/as españoles/as, la mayoría periodistas e historiadores/as durante 2019-2020. Faber no reivindica que abarquen toda la diversidad de opiniones existente en España: remarca que la mayoría de personas entrevistadas «se identifican como progresistas y no conservadoras» pero defiende este aspecto añadiendo que: «el debate sobre las cuestiones que motivan este libro ha sido más intenso y variado en la Izquierda que en la derecha» (p. 21).  De hecho, los diversos enfoques y opiniones de las personas entrevistadas lo convierten en un estimulante debate que da qué pensar y será de interesante lectura tanto en España como en los países anglosajones.  

En el libro se debaten los legados de la dictadura y de la transición en términos institucionales (por ejemplo, el fracaso de la reforma tanto de la judicatura como de las universidades) y sociológicos. 

No todos los entrevistados consideran igualmente importantes esos legados. El periodista José Antonio Zarzalejos atribuye gran parte de la polarización política actual de España a la negativa del Partido Popular a aceptar su derrota en las elecciones de 2004. Tal vez valga la pena señalar que Vox -y, en menor medida, el Partido Popular- se han mostrado igualmente reacios a aceptar la legitimidad del actual gobierno liderado por los socialistas. Otro entrevistado, el crítico cultural Ignacio Echevarría, argumenta que los políticos de izquierdas han exagerado la importancia del legado franquista con fines políticos, y atribuye muchos de los rasgos de la España moderna a su patrón de desarrollo en los últimos 200 años. 

A pesar de los desacuerdos entre los participantes en el libro, surgen temas comunes; entre ellos, la falta de reformas institucionales tras la muerte de Franco. Una de las consecuencias de ello, según el periodista Guillem Martínez, es el «constitucionalismo», que él considera como una «interpretación reaccionaria» de la Constitución, utilizada para defender los mitos tanto de la dictadura como de la Transición (p. 84). El juez Joaquim Bosch destaca la falta de independencia judicial, que atribuye en parte al hecho de que los jueces sepan que el ascenso a la más alta judicatura depende de que consigan el apoyo de uno de los dos principales partidos políticos. Las universidades del país también se mantuvieron intactas durante la transición, y algunas de ellas se han visto afectadas por escándalos en los últimos años. El historiador Luis de Guezala contrasta la destrucción del sistema de enseñanza superior durante la depuración franquista tras la Guerra Civil con la ausencia de cambios de personal tras la muerte de Franco. 

Varios entrevistados, entre ellos la periodista Cristina Fallarás, subrayan el modo en que las principales corporaciones empresariales de España descienden de empresas que se beneficiaron de las políticas de la dictadura de Franco: la expropiación de bienes de los partidarios de la República, la dependencia del trabajo forzado tras la Guerra Civil y la represión del movimiento obrero en connivencia con el régimen. Varios comentaristas destacan que pervive la influencia de las grandes corporaciones en gran parte de la prensa española, y esto se suma al poder que todavía ejerce el gobierno español sobre la radiodifusión.  

Faber identifica diversas asunciones respecto a la democracia y también el lenguaje de la política entre los legados menos obvios de la dictadura. Como señala, muchos políticos de derechas y sus partidarios todavía utilizan expresiones que datan de la dictadura; por ejemplo, se refieren despectivamente a la gente de izquierdas como «rojos», mientras etiquetan a los partidarios de la independencia vasca y catalana como «separatistas» o agentes de la «anti-España». Guillem Martínez sostiene que el problema no es el franquismo en sí, sino que la cultura democrática española ha «normalizado» tanto el franquismo que la sociedad no es consciente de la influencia de la dictadura. Se estigmatizó la política, y mucha gente desestima los temas considerados «políticos» como algo indecoroso y partidista. 

Al mismo tiempo, es evidente, como sostienen muchos de quienes colaboran en el libro, que rasgos destacables que se atribuyen a la dictadura ya existían en España mucho antes. El historiador Ricard Vinyes señala que el franquismo se limitó a heredar las ideas y opiniones más conservadoras y reaccionarias de períodos anteriores. El historiador del derecho Sebastián Martín coincide, e identifica entre ellas una visión jerárquica de la sociedad y una visión «uniforme» e «imperial» de España como sociedad católica. Emilio Silva, uno de los fundadores de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (AHRM), coincide en esto y añade que el franquismo bloqueó -y sigue bloqueando- la modernización del país.  

Existe un acuerdo casi unánime respecto a la insuficiente enseñanza escolar de la historia de la España del siglo XX, y la necesidad urgente de un tratamiento más amplio y mejor fundado . Aunque la Guerra Civil y la dictadura están en el plan de estudios, aparecen al final en un programa sobrecargado. Por ello, a menudo no se cubren, quizá para alivio de parte del profesorado, ya que se consideran temas controvertidos políticamente. En cualquier caso, gran parte del profesorado no tiene suficiente formación para impartir estos temas. Fernando Hernández Sánchez, formador de profesorado de secundaria, señala que, en la práctica heredada del tardofranquismo de explicar la Guerra Civil como una lucha “entre dos bandos” no sólo se evita mencionar que la guerra se inició con una revuelta militar contra un gobierno elegido democráticamente, sino que también se contribuye a perpetuar una equivalencia moral en la línea de «ambos bandos tuvieron la culpa» y «ambos bandos cometieron atrocidades». Hernández describe el conocimiento del pasado por parte de la población como un «agujero negro», según él en aumento. Señala que tal ignorancia del pasado es terreno abonado para el crecimiento de los mitos de la derecha.    

Aunque el Gobierno ha anunciado medidas en este contexto, las personas entrevistadas por Faber no son optimistas respecto a que finalmente se adopten. Guillem Martínez pide que se legisle para obligar a los tribunales a anular las sentencias dictadas por los tribunales de la dictadura franquista, porque estas sentencias expresan la idea de que el franquismo era una forma legítima de autoridad. Sostiene que la ley de 2017 aprobada por la Generalitat de Cataluña que anulaba las sentencias franquistas fue «falaz» porque la anulación de sentencias no es función de los parlamentos  [Ver Víctimas del franquismo en Catalunya, finalmente en opendata]. Lógicamente, cualquier anulación de este tipo por parte de los tribunales plantearía la cuestión de la incautación por parte de la dictadura de los bienes de quienes habían apoyado a la República. Antonio Maestre pide la revocación del Decreto Ley de Incautación de Bienes Materiales de 1936 que autorizaba dicha confiscación. 

Es difícil hacer justicia en una reseña a la variedad y complejidad de los argumentos presentados en este breve libro. En la conclusión, Faber apunta que, en algunos aspectos, España no es el único país que se enfrenta a estos retos. Como argumenta, muchos otros países, a menudo vistos desde España como «normales», también tienen problemas para lidiar con su conflictivo pasado violento, ya sea en relación con una dictadura, el dominio imperial o la esclavitud. También señala que la derecha populista de todo el mundo quiere presentar la historia como un motivo de orgullo para la ciudadanía, ensalzando a los «héroes» del pasado. Vox no es único en esto, ni plantea una novedad en el contexto español. Es un punto relevante y, aunque la mayoría de los lectores buscarán ayuda en este libro para entender la España contemporánea, mucho de lo escrito debería hacer reflexionar a quien lea desde otro país sobre su propia sociedad y la celebración de versiones míticas de cualquier historia nacional propia.  

Sebastiaan Faber, Exhuming Franco: Spain’s Spanish Transition (Vanderbilt University Press, 2021)

La publicación de una edición española está prevista en 2022.

[Traducción del inglés: Concha Catalan]