Quien más quien menos sabe que Federico García Lorca fue poeta y dramaturgo por lo que recuerda de la escuela, aunque hace poco se hiciera viral la grabación de un individuo diciendo que no podía existir la Generación del 27 porque todavía estábamos en el año 21. Recordamos poco que Lorca no solo escribió: también dirigió La Barraca, compañía de teatro universitario ambulante, que junto con el Teatro del Pueblo formó parte de las Misiones Pedagógicas. Fueron un proyecto esencial de la Segunda República para la promoción de la cultura, complementario a la creación de escuelas y formación de maestros/as. La Barraca puso en escena 13 obras teatrales en 74 poblaciones entre julio de 1932 y abril de 1936, especialmente en la España rural y pobre.
El actor Juan Diego Botto recorre y llena desde hace un año teatros españoles, interpretando a Lorca, en mi modesta opinión, con un espíritu, energía y talento similar al que el propio Lorca debió emplear en las Misiones Pedagógicas. Vean aquí su gira de Una noche sin luna.
En un contexto en el que a menudo se entiende la cultura como una actividad pasiva de la que somos receptores, Botto, con su brillante texto, recupera uno de los roles antropológicos del teatro: sacudir al espectador. Te interpela e incluso diría abofetea espiritualmente para que reacciones a lo largo de la obra, de inicio a fin. Lorca regresa escupiendo tierra desde el subsuelo para despertar las conciencias aletargadas:
“Háganme menos homenajes y léanme más”.
En ocasiones emplea la ironía, como cuando alude a un libro de texto escolar de 2014, que obviaba su fusilamiento:
“Morí, cerca de mi pueblo, durante la guerra en España –dijeron–, como si yo hubiera puesto mi voluntad en ello».
El lenguaje escénico y el dinamismo de Botto hipnotizan, en total armonía con los objetos que van surgiendo y le acompañan a lo largo de la obra, especialmente el martillo. Sutilmente cuando habla de atar, ata; cuando habla de la carga, carga.
El texto ha sido depurado de artificios sin duda tras mucho estudio. Surge la poesía tras una reflexión profunda sobre la gestión de la propia identidad, el concepto de riqueza material y sobre cómo nos define el amor. También reivindica el miedo como sentimiento a compartir, y la sonrisa gracias a la imaginación como arma para sobrevivir como humano frente a la violencia.
Impecable dirección de Sergio Peris-Mencheta. La transmutación temporal de Botto en espectador –casi una se olvida de que no ha habido dos actores sobre el escenario– es para mí un punto clave del dramatismo de la obra. Se produce en parte en torno a una declaración sobre nacionalismo que Lorca realizó en su última entrevista.
Mientras alguien del público juzgó ese fragmento como inadecuado por demasiado ideológico y contemporáneo, lo vi yo como un contrapunto necesario. No era un salto a la actualidad: era un retrato de un personaje antiguo aún presente, que interpela con un discurso rápido y fluido, y basa su estabilidad en la aniquilación del otro:
¿Usted lo entiende esto, eh, Usted lo entiende?
La luna brilla cuando el poeta la invoca, las fosas se nos revelan y siguen ahí en silencio, pero lo innecesario no existe: ni siquiera los disparos. Inolvidable también la puesta en escena de Curt Allen Wilmer; madre mía lo que puede dar de sí una supuestamente sobria tarima de madera. No dejen de prestar atención a la iluminación ni a los matices de la voz de Rozalén, que participa cantando Anda Jaleo.
Siete minutos tardaron las entradas en agotarse. Al acabar, el teatro entero en pie en una prolongada ovación. Emocionante. Conmovedora. Una maravilla. No se la pierdan.
Teatre L’Artesà. El Prat de Llobregat. Única sesión: 11 diciembre 2021
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IMAGEN: Cartel de Una noche sin luna. Foto de Sergio Parra.