Entre 1936 y 1947 se retuvo a casi medio millón de personas en 188 campos de concentración franquistas. El último de ellos, en Miranda de Ebro, se cerró finalmente en 1947 (Javier Rodrigo, Cautivos, 2005, p. 308). Uno de los campos más importantes ocupaba parte del antiguo monasterio de San Pedro de Cardeña, unos 10 km al sureste de Burgos. Sobre todo, se conoce San Pedro por ser el campo de concentración por ser destino de brigadistas internacionales y otros prisioneros extranjeros capturados a lo largo de 1938-9. Sin embargo, antes desempeñó un papel importante en el desarrollo del sistema de reclusión franquista, concretamente durante la ofensiva rebelde de 1937 contra las provincias costeras del norte de Vizcaya, Santander y Asturias, controladas por los republicanos. San Pedro también merece ser recordado por las investigaciones de Antonio Vallejo Nágera para encontrar el «gen rojo». Los resultados de sus estudios basados en los prisioneros extranjeros y otros se utilizaron como justificación del sistema de represión franquista durante y después de la guerra.
San Pedro y la Guerra del Norte
En diciembre de 1936, tras el fracaso de la ofensiva militar de los rebeldes sobre Madrid, su autoridad estableció campos de concentración en varias localidades del norte de España. Estos primeros campos solían emplazarse en castillos, fortalezas o monasterios. Uno de ellos fue el de San Pedro: el monasterio, que llevaba cerrado desde 1922, se consideró adecuado para 1.200 prisioneros, que serían confinados en grandes habitaciones en lugar de en celdas.
A principios de 1937 el campo comenzó a llenarse de hombres trasladados desde otros campos del norte de España. Antes de llegar a San Pedro, estos hombres habían pasado por el sistema de selección franquista que clasificaba a los prisioneros en función de su lealtad: Aa o afectos (partidarios de los rebeldes); Ad dudosos (de dudosa lealtad); B reaprovechables (redimibles); y criminales. Los hombres enviados a San Pedro estaban clasificados como Ad o B.
La campaña rebelde contra Vizcaya, iniciada el 31 de marzo de 1937, supuso la captura de miles de personas, tanto civiles como miembros de las fuerzas republicanas. Muchos de ellos, tras la criba, fueron enviados a San Pedro. El proceso de cribado era rápido: tras la caída de Bilbao el 19 de junio se estableció un campo en Deusto donde, en los últimos diez días de julio, la comisión de clasificación filtró a 536 prisioneros. Mientras tanto, en Murgia (cerca de Vitoria), durante todo el mes de julio se examinó a una media de 100 personas en jornadas de diez horas, es decir, un caso cada seis minutos (Rodrigo, p. 54).
La ocupación de Santander por las fuerzas de Franco en agosto de 1937 supuso la captura de unas 50.000 personas, mientras que el fin de la resistencia republicana en Asturias, dos meses después, produjo otros 33.000 prisioneros. En septiembre y octubre de 1937, 5.699 de estos hombres fueron trasladados a San Pedro, que funcionaba como campo de tránsito: los prisioneros pasaban unas seis semanas allí hasta que eran enviados a otros lugares en batallones de trabajadores de 600 hombres cada uno. Durante 1937, según el exhaustivo estudio de Javier Rodrigo sobre el sistema de campos de concentración, unos 10.000 hombres salieron de San Pedro formando parte de batallones de trabajadores; 3.000 de ellos fueron enviados a trabajar en la gigantesca mina de hierro de Gallarta, cerca de Bilbao (Rodrigo, pp. 73-4).
Las condiciones de vida en San Pedro eran muy similares a las de la mayoría de los campos. En palabras de Rodrigo: «piojos, frío, hambre, sed, humillación, aculturación y castigo«, así como las enfermedades, que eran la principal causa de muerte, provocadas por el hacinamiento y las malas condiciones. Los prisioneros sufrían lo que Rodrigo llama sanpedronitis, «la dolencia más generalizada: la caída de los dientes, las encías sangrantes, derivadas de la mala alimentación y la escasez de vitaminas” (Rodrigo, pp. 161-2). Aunque el campo estaba, según él, mal vigilado, hubo pocos intentos de fuga porque los prisioneros estaban demasiado débiles físicamente. La excepción fueron seis brigadistas alemanes que se escaparon en un intento de evitar la atención de la Gestapo y/o su traslado a Alemania: fueron recapturados, devueltos a San Pedro y castigados brutalmente. Aunque San Pedro, a diferencia de la mayoría de los campos, disponía de un centro de salud, la única medicina disponible era la aspirina. La investigación realizada por Carl Geiser, brigadista internacional encarcelado en San Pedro, en la década de 1980 reveló la muerte de 66 prisioneros españoles y 10 extranjeros en el campo. (Geiser, Prisoners of the Good Fight, 1986, pp. 115-6.)
Geiser describió así su primera tarde en San Pedro:
Se apiñó a varios miles de prisioneros vascos y asturianos vestidos de paisano en una zona entre nosotros y el césped… Entonces apareció un sacerdote alto y delgado, un franciscano, que vestía una larga túnica marrón con un cordón blanco. Desde un montículo, en una homilía de veinte minutos, explicó por qué el fascismo era preferible a la democracia y al comunismo. A continuación, un comandante de baja estatura y edad avanzada -el comandante del campo- y varios oficiales entonaron el himno fascista Cara al Sol. La ceremonia concluyó con un oficial gritando «¡España!», a lo que los prisioneros españoles respondieron «¡Una!»; un segundo «¡España!» y la respuesta «¡Grande!»; un tercer «¡España!» y un sonoro «¡Libre!». Luego, tres gritos más débiles de ‘¡Franco!’ sincronizados con el brazo alzado y bajado.
Geiser, Prisoners of the Good Fight, p. 104.
A principios de abril de 1938, cuando llegaron los primeros internacionales, había en el campo unos 2.000 prisioneros españoles. Para el 10 de junio, el número total de hombres en el campo había aumentado a 3.673, el triple de la capacidad estimada inicialmente. Sin embargo después, San Pedro y muchos de los otros campos del norte perdieron importancia como centros de retención de prisioneros españoles: las derrotas republicanas en Aragón en marzo-abril de 1938 y la ofensiva insurgente en Cataluña en diciembre de 1938 llevaron a la apertura de nuevos campos en el territorio recientemente ocupado.
San Pedro y los prisioneros internacionales
Varios factores influyeron en la decisión de concentrar en San Pedro a los extranjeros capturados, incluidos los miembros de las Brigadas Internacionales. Bajo presión de sus aliados italianos y alemanes, el régimen de Franco decidió intercambiar estos prisioneros por soldados y aviadores italianos y alemanes presos en las cárceles republicanas. Anteriormente ya se había intercambiado un pequeño número de prisioneros extranjeros, aunque a menudo se había fusilado a los brigadistas internacionales al ser capturados [Geiser enumera datos de 172 brigadistas de Estados Unidos fusilados tras su captura entre abril de 1937 y septiembre de 1938]. La decisión de enviar a los extranjeros capturados a San Pedro se tomó días después de la captura de un gran número de brigadistas en Aragón, incluido Geiser, que era comisario político del Batallón Abraham Lincoln. Su libro, Prisoners of the Good Fight, es el mejor relato de la experiencia de prisión en San Pedro por parte de un internacional.
A principios de mayo de 1938 había 625 internacionales en San Pedro. Los grupos más numerosos procedían de Gran Bretaña e Irlanda (149), Estados Unidos (74), Francia (48), Alemania y Austria (44), y Polonia (32); el resto procedía de otros 33 países. No todos eran brigadistas. La investigación posterior de Geiser descubrió una lista oficial de 653 extranjeros en San Pedro en fecha 10 de septiembre de 1938: 130 eran hombres que habían luchado en unidades del ejército republicano. Tampoco eran todos militares: entre ellos había 41 civiles sospechosos de apoyar a la República, entre ellos dos camioneros franceses que se encontraban en España para comprar naranjas. (Geiser, Apéndice 2).
Para las autoridades rebeldes, los prisioneros extranjeros de San Pedro eran excelente material de propaganda, ya que eran prueba de la presencia de combatientes extranjeros en el ejército republicano y, por tanto, daban respaldo a su intento de justificar que ellos mismos dependían de la ayuda militar alemana e italiana. Afirmar que España había sido invadida por un ejército de comunistas también contribuía a su intento de justificar el golpe militar de julio de 1936, que, según se afirmaba falsamente, había impedido una planeada toma de poder comunista en España. Se produjeron varias películas de propaganda, entre ellas “Prisioneros de Guerra” (1938).
En la película se presenta una imagen de la vida en las cárceles que contrasta fuertemente con las condiciones brutales y deshumanizadas descritas en las memorias de los detenidos, ya sea en San Pedro o en cualquier otro centro de reclusión de la España franquista. Muchos de los prisioneros retratados claramente no son internacionales, a pesar del comentario introductorio, que afirma que el «oro soviético» había atraído a los brigadistas a España, y que eran «despojos humanos» en proceso de rehabilitación gracias a la generosidad de la España de Franco.
Se mantenía separados a los prisioneros extranjeros y a los españoles unos de otros, aunque las condiciones que soportaban eran muy similares: mala alimentación, falta de ropa adecuada –especialmente grave en el frío invierno burgalés–, instalaciones sanitarias deficientes, ausencia de camas (muchos dormían en un suelo de hormigón) y la atención constante de las alimañas. Como a los internacionales no se les permitía –ni se les exigía– trabajar y sólo se les permitía salir del campo de forma intermitente, sus días solían transcurrir hacinados dentro de las insalubres salas donde dormían. Aparte de las salidas ocasionales al río para lavarse, rara vez disfrutaban del aire fresco o del ejercicio. El hecho de que permanecieran detenidos en San Pedro tanto tiempo –mucho más que las seis semanas que soportaban los prisioneros españoles– hacía que estas condiciones fueran especialmente insalubres. Algunos de los internacionales llegaron con heridas graves, pero, aunque entre ellos había tres médicos, no había medicamentos ni instrumentos quirúrgicos para tratarlos. Un extranjero murió de disentería, otro de pleuresía y un tercero de cáncer de pulmón.
Los internacionales tenían la obligación de asistir a misa, y les golpeaban si no se arrodillaban en el momento adecuado. También se les obligaba a hacer el saludo fascista con el brazo recto y a unirse a los cantos falangistas: constituye una de las muchas infracciones del Convenio de Ginebra de 1929 sobre el trato a los prisioneros de guerra. Se golpeaba a quienes se negaban a ello aunque, según Geiser, «los sargentos ignoraban los saludos descuidados mientras el puño no estuviera cerrado» (Geiser, p. 129). Hubo intentos esporádicos de difundir entre ellos folletos de propaganda en varios idiomas. También eran objeto de palizas arbitrarias por infracciones menores de las normas o simplemente para satisfacer el humor de los guardias. Geiser señala que los guardias reaccionaron brutalmente ante las noticias de la ofensiva republicana en el Ebro en julio de 1938.
Se creó un comité secreto, conocido como el comité local [the House Committee], con representantes de los principales grupos nacionales: la mayoría de los presos desconocía la identidad de sus miembros. Como los internacionales solían estar confinados dentro, excepto a la hora de comer, desarrollaron formas de ocupar el tiempo, como jugar al ajedrez con piezas moldeadas a partir de pan seco. Algunos prisioneros de habla inglesa escribían un periódico llamado Jaily News [N. de la T. juego de palabras entre Daily, diario, y Jail, cárcel] , que se colgaba en la pared pero se retiraba cuando llegaban los guardias. Se organizó un programa de clases bajo el nombre de Instituto de Estudios Superiores San Pedro: las clases de idiomas eran muy populares, pero había otras asignaturas como historia de España, matemáticas, sociología, economía, filosofía y teatro. Geiser describe a un grupo de prisioneros portugueses analfabetos a quienes se enseñaba a leer y escribir. Añade que «ninguna otra actividad en la que participáramos era tan importante como estas clases para resistir el ambiente deshumanizado y degradante del campo de concentración» (Geiser p. 128). Al acercarse la Navidad, se organizó un concierto con canciones y sketches cómicos, al que asistieron los guardias del campo. El comandante quedó tan impresionado que, a petición suya, se repitió la actuación en Nochevieja.
Los prisioneros fueron entrevistados por oficiales de la Gestapo, que prestaron especial atención a los alemanes y austriacos. El comité local aconsejó a los prisioneros que dijeran ser soldados ordinarios, que nombraran solo a oficiales del ejército republicano que ya hubieran muerto, que negaran cualquier afiliación comunista, que expresaran convicciones antifascistas y que no se mostraran despectivos ni hacia la República ni las Brigadas Internacionales. Aunque al final se permitió a los prisioneros enviar mensajes a familias en algunas ocasiones, al principio se les ordenó que escribieran estrictamente -en sus propios idiomas- «notificándoles que me encuentro bien» y nada más. Con el tiempo, los afortunados pudieron recibir paquetes de sus familias y de grupos de solidaridad de sus propios países. Entre los más desafortunados estaban los prisioneros alemanes y de Europa del Este, cuyos gobiernos eran hostiles a la República.
Hubo un flujo constante de otros visitantes extranjeros en San Pedro. Entre ellos, William P. Carney, corresponsal conservador del New York Times; Jacques Doriot, líder fascista francés; y Lady Austen Chamberlain, cuñada del Primer Ministro británico, Neville Chamberlain.
Durante 1938, diversos grupos de internacionales se beneficiaron de los intercambios de prisioneros y normalmente se les trasladó a prisiones cercanas a San Sebastián antes de cruzar a Francia. Geiser, por ejemplo, formó parte de un grupo que salió de San Pedro a finales de febrero de 1939 pero fue retenido en la prisión de Zapatari, en San Sebastián, hasta el 22 de abril, antes de su liberación definitiva.
La suerte de los prisioneros, sin embargo, dependía de la voluntad del régimen franquista de acordar intercambios y de la de sus propios gobiernos de aceptar su regreso. El final de la guerra complicó aun más la situación porque ya no había prisioneros en poder de los republicanos con quienes intercambiarlos. Cuando el campo se cerró definitivamente en noviembre de 1939, todavía albergaba a 406 internacionales, entre quienes los grupos más numerosos eran portugueses (88), argentinos (56), alemanes y austriacos (55), polacos (41) y cubanos (39). A todos estos desgraciados se los enroló en el Batallón de Trabajadores nº 75, que trabajó en la reconstrucción de Belchite, la ciudad aragonesa destruida en los combates de 1937.
Las investigaciones de Antonio Vallejo Nágera
Por la duración de su estancia en San Pedro, los internacionales fueron uno de los dos grupos de prisioneros que el psiquiatra militar Antonio Vallejo Nágera seleccionó para los estudios que dirigió sobre la «problemática marxista» (el otro grupo fueron las presas de la cárcel del Caserón de la Goleta, antigua cárcel de mujeres de Málaga). Participaron en el estudio un total de 297 internacionales, entre ellos Geiser, que describe parte de este proceso:
Detrás de la mesa se sentaba un agente de la Gestapo con un libro de contabilidad. Después de identificar a cada prisionero, un ayudante que utilizaba calibradores cantaba la longitud, anchura y profundidad del cráneo, la distancia entre los ojos, la longitud de la nariz, y describía el color de la piel, el tipo de cuerpo, las cicatrices de heridas y cualquier discapacidad
Geiser, Prisoners of the Good Fight, p. 146.
Como parte del estudio hubo la visita de dos sociólogos alemanes que presentaron a los presos un cuestionario de doscientos puntos: en él se intentaba juzgar la moralidad de cada sujeto mediante preguntas sobre sus antecedentes familiares, sexuales, políticos, religiosos y militares. Las preguntas sobre la familia se centraban en alcoholismo, criminalidad, posición social, afiliación religiosa, nivel de educación, empobrecimiento, ilegitimidad, emigración y enfermedad mental.
Vallejo sostenía que el apoyo a la revolución en España se explicaba mejor en base a la biología y la psicología, y que el apoyo a la República se basaba más en factores de criminalidad que políticos. Como ha señalado Rodrigo, el trabajo de Vallejo fue de gran importancia, ya que sirvió para establecer una justificación pseudocientífica del uso de los trabajos forzados como medio para conseguir la «redención nacional» de los presos. Señala la ironía de que la investigación que pretendía identificar la causa de la «enfermedad» que supuestamente aquejaba a España (el marxismo) se basara en estudios de sujetos no españoles (Rodrigo, p. 145).
Tras su cierre, San Pedro fue ocupado por la orden del Císter. Aunque hay un pequeño museo dedicado al arte religioso, hoy en día la mayor parte del monasterio, incluidas las zonas que ocupó el campo de concentración, está cerrada al público. Un pequeño panel informativo en el exterior es la única referencia a su uso durante la Guerra Civil y posguerra.
Nota: La cifra de 188 campos de concentración no se refiere al total de centros de reclusión utilizados por la dictadura de Franco. El número real sería muy superior si incluyéramos campos de trabajo, destacamentos penales, prisiones, etc.
Traducción realizada con la versión gratuita del traductor DeepL y revisión de Concha Catalan
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PHOTOS: Biblioteca Digital Hispánica. Biblioteca Nacional. CC-BY