Durante la Guerra Civil miles de personas de otros países se ofrecieron como voluntarias para luchar por la República Española contra los insurgentes liderados por el general Franco. La mayoría de ellos se unieron a las Brigadas Internacionales. Se solía reclutar a los voluntarios a través de los partidos comunistas de sus propios países. Viajaban a España cruzando la frontera francesa, a menudo ilegalmente, o en barco desde Marsella. Hubo alrededor de 35.000 voluntarios en total, aunque menos de la mitad participaron simultáneamente en la contienda. Los reclutas procedían de muchos países, destacando en número los procedentes de Francia, Polonia, Italia, Alemania, Estados Unidos, Canadá, Bélgica, Países Bajos, Reino Unido, Yugoslavia y Checoslovaquia. Aunque una pequeña minoría eran escritores, artistas e intelectuales, la mayoría era de clase trabajadora. La mayor parte tenía poca formación o experiencia militar y, a su llegada a España, fueron enviados a Albacete para su formación. Lucharon en la mayoría de las principales batallas de la Guerra Civil. El 8 de febrero de 1939, cuando Cataluña fue ocupada por las fuerzas de Franco, las últimas unidades de las Brigadas cruzaron la frontera española hacia Francia. Con motivo de este aniversario, reseñamos el libro Las Brigadas Internacionales: Fascismo, libertad y la guerra civil española, por Giles Tremlett (Editorial Debate, 2020), publicado el pasado mes de octubre en inglés y español.
Aparte de las memorias de ex brigadistas, ha habido muchas publicaciones sobre las Brigadas Internacionales. La mayoría se ha centrado en voluntarios de países concretos o, en algunos casos, en los de ciudades concretas. Lo que distingue a este volumen de Giles Tremlett, ex corresponsal de The Guardian en Madrid, es que intenta abarcar a todos los brigadistas, independientemente de sus países de origen. En este sentido, es «internacional» pero, a diferencia de los relatos anteriores de este tipo, se ha beneficiado de la apertura de los Archivos Estatales de Rusia, utilizados ampliamente por el autor junto con archivos de otros lugares, incluidos los de Polonia, Países Bajos, España, Reino Unido y Estados Unidos.
El libro está organizado cronológicamente en una serie de episodios con un tiempo específico, pero muchos de estos episodios se utilizan para explorar temas y problemas más amplios. Aunque las Brigadas se crearon formalmente en otoño de 1936, Tremlett inicia su relato con voluntarios anteriores. La mayoría estaban en Barcelona en el momento del golpe militar de julio de 1936, cuando la ciudad se preparaba para celebrar la inauguración de la “Olimpiada Popular” (organizada en protesta por las “Olimpíadas nazis” en Berlín). Entre los extranjeros que se unieron inmediatamente a las milicias para resistir frente a los sublevados hubo algunos de los deportistas. Tremlett finaliza su relato, tras la derrota militar de la República a principios de 1939, con una discusión sobre las experiencias de los voluntarios en la posguerra.
La investigación de Tremlett en los archivos soviéticos revela que los voluntarios provenían de más países de los que se había establecido anteriormente, de sesenta y cinco de los estados soberanos independientes existentes entonces.
Como explica en la introducción, la mayoría de los voluntarios provienen de dos categorías superpuestas de personas: «los devotos» y «los desplazados». Los devotos eran a menudo, pero no siempre, miembros del Partido Comunista. Los líderes del partido intentaron aprobar a los voluntarios según su motivación, experiencia militar, opiniones políticas y aptitud física, y más de la mitad de los voluntarios fueron miembros del partido.
Sin embargo, en la década de 1930, Europa albergaba a un gran número de refugiados políticos de regímenes represivos. Aunque los más recientes eran Alemania y Austria, también hubo refugiados que escaparon de la represión política y el antisemitismo en Italia, Polonia, Hungría, Yugoslavia y otros lugares. Las comunidades de refugiados más numerosas incluían a quienes habían huido de los pogromos antisemitas en el Imperio Ruso y las personas desplazadas por la Revolución Rusa o por el colapso de los Imperios austrohúngaro y alemán tras la Primera Guerra Mundial. A estos debían añadirse los inmigrantes económicos, especialmente después de la caída de Wall Street de 1929 y el inicio de la Gran Depresión.
La importancia de tales comunidades de refugiados para el reclutamiento queda clara en el relato de Tremlett, particularmente en el caso de los voluntarios polacos. Había grandes comunidades polacas fuera de Polonia, especialmente en Francia y Bélgica. Sólo alrededor del veinte por ciento de los brigadistas polacos fueron reclutados directamente desde Polonia; el resto provenía de lugares tan lejanos como Argentina. Unos 350 voluntarios polacos llegaron de Bélgica, de los cuales 131 eran judíos. De los 1.900 voluntarios de Bélgica, 800 eran, de hecho, inmigrantes recientes en ese país. Los judíos representaron alrededor del diez por ciento de todos los voluntarios, incluidos 200 de los de Bélgica. Los voluntarios de fuera de Europa también procedían con frecuencia de comunidades de inmigrantes: la mayoría de los voluntarios ucranianos, por ejemplo, procedían de Canadá.
¿Qué peso tuvo la contribución de las Brigadas al esfuerzo bélico general de los republicanos? Tremlett evita con razón exagerar su papel. Desempeñaron un papel crucial para evitar que las fuerzas de Franco tomaran Madrid en el invierno de 1936-37. En las batallas del Jarama en febrero de 1937 y en Guadalajara unas semanas después, ayudaron a detener los intentos de los rebeldes de rodear la capital. Fueron utilizados como tropas de choque durante la guerra y desplegados en la mayoría de las batallas clave. El personal médico extranjero, a menudo mujeres, adscrito a las Brigadas, desempeñó un papel crucial en el establecimiento y entrenamiento de los servicios médicos de las fuerzas republicanas. Sin embargo, las Brigadas siempre fueron desplegadas como parte del ejército republicano y su contribución fue limitada. No combatieron en el Frente Norte, donde el País Vasco, Santander y Asturias quedaron aislados del resto del territorio republicano. A medida que avanzaba la guerra y la República entrenaba un nuevo ejército, se redujo la importancia relativa de las Brigadas. Las cinco brigadas se volvieron cada vez menos “internacionales” a medida que sus filas aumentaron con tropas españolas y algunos de los brigadistas supervivientes fueron desplegados tras las primeras líneas, en algunos casos entrenando a reclutas españoles.
El régimen de Franco y algunos historiadores fuera de España han retratado a las Brigadas como un ejército comunista bajo el control de Moscú. La importancia de los miembros del partido, especialmente entre los oficiales y comisarios políticos, es bien conocida. Pero cada unidad tenía su propio carácter político: Tremlett retrata el Batallón Thälmann, de habla alemana, como más influenciado por la dirección del Partido Comunista que el Batallón Garibaldi, cuya dirección reflejaba la naturaleza más diversa del antifascismo italiano. Mientras figuras como el francés André Marty y el italiano Luigi Longo desempeñaron papeles clave en la base de las Brigadas en Albacete, los “asesores” soviéticos ocuparon muchos de los principales puestos militares. Entre ellos, los más importantes no fueron rusos sino húngaros, polacos y ucranianos, que operaban bajo nombres falsos. Estos incluían al húngaro Paul Lukacs, el ucraniano Emilio Kléber y el general polaco Walter, quienes habían servido en el Ejército Rojo.
Las Brigadas sufrieron una tasa de mortalidad muy alta: alrededor de una cuarta parte de los voluntarios del Reino Unido, Francia y Canadá murieron, y Tremlett estima las muertes totales aproximadamente en un veinte por ciento, con una alta proporción de supervivientes heridos. El motivo queda claro en el relato de Tremlett: se usó a las Brigadas como tropas de choque, especialmente en los primeros meses cuando la República se esforzaba por entrenar un ejército para reemplazar a las milicias improvisadas que habían resistido el golpe militar. Esto implicó que a menudo se arrojara a los brigadistas a la batalla con un entrenamiento mínimo y con armamento anticuado. Hasta su retirada en septiembre de 1938, continuaron involucrados en gran parte de los combates más duros, con las consiguientes bajas. Su captura por parte de los ejércitos de Franco, especialmente durante la retirada republicana en Aragón a principios de 1938, a menudo resultó en ejecución inmediata, aunque cientos sobrevivieron para utilizarse en intercambios de prisioneros después de ser sometidos a un trato brutal en San Pedro de Cardeña, cerca de Burgos.
La retirada de las Brigadas se produjo en septiembre de 1938. Al mes siguiente se organizó un gran desfile en Barcelona, donde “La Pasionaria” (Dolores Ibarruri) les dirigió un célebre discurso de despedida. Posteriormente, los destinos de los brigadistas tomaron rumbos diferentes, como describe Tremlett en uno de los capítulos más interesantes. Algunos, como los británicos, estadounidenses, franceses y canadienses, regresaron a casa, a menudo para ser tratados con sospecha; en la década de 1950 fueron acusados de «antifascismo prematuro» en los Estados Unidos. Sus antiguos camaradas de Alemania, Italia y otras dictaduras europeas fueron a menudo menos afortunados. En enero de 1939, unos 3.200 voluntarios, principalmente alemanes, italianos, polacos y otros europeos del este todavía estaban en España porque regresar a sus propios países significaba el encarcelamiento o la muerte. A medida que las fuerzas de Franco avanzaban sobre Barcelona, se les pidió que regresaran al campo de batalla en un vano intento de ayudar a evitar la derrota militar.
En marzo de 1939, tras la caída de Cataluña, más de 5.700 brigadistas estaban retenidos en campos de internamiento franceses. Algunos jugarían un papel importante en la Resistencia francesa; otros serían deportados a campos nazis, donde pocos sobrevivieron. Algunos de los voluntarios polacos hicieron el viaje a través del norte de África hasta la URSS, donde Stalin reclutó un ejército polaco contra Alemania. La contribución de algunos brigadistas también fue importante en otros países, participando por ejemplo en las fuerzas partisanas que operaron en Italia y Yugoslavia, donde los cuatro ejércitos partisanos de Tito estaban dirigidos por ex brigadistas. Algunos de los europeos del este sobrevivieron para desempeñar papeles políticos importantes después de 1945, sobre todo en la República Democrática Alemana, donde seis ex brigadistas se convertirían en ministros del gobierno, mientras que otros desempeñaron funciones clave en el ejército y las fuerzas de seguridad.
Más de ochenta años después, ¿cómo vemos a quienes se ofrecieron como voluntarios y arriesgaron sus vidas en las Brigadas Internacionales? En el pasado, muchos escritores los vieron como figuras heroicas que dejaron sus países de origen y se arriesgaron a morir para detener la propagación del fascismo. Para el régimen de Franco –y para los protagonistas de la Guerra Fría en Occidente– eran meros aventureros o un ejército invasor de marxistas bajo el control de Moscú. Tremlett logra evitar una u otra caracterización, señalando que no todos eran buenas personas y que, como en cualquier gran grupo, había cobardes y psicópatas, así como quienes estaban dispuestos a arriesgar su vida en virtud de una causa noble. Este reconocimiento de la diversidad de los brigadistas, así como la amplitud de las fuentes utilizadas, hacen de esta una historia de las Brigadas genuinamente internacional, que debe ser leída por cualquier interesado en la Guerra Civil o en la Europa de entreguerras.
La base de datos más completa de integrantes de las Brigadas Internacionales es SIDBRINT, de la Universitat de Barcelona, que incluye información de más de 30.000 personas voluntarias.
Giles Tremlett, Las Brigadas Internacionales: Fascismo, Libertad y la Guerra Civil Española (Editorial Debate, 2020).
SOBRE LA FOTO DE SAN PEDRO DE CARDEÑA [Nota añadida 4 marzo 2021] La foto muestra a prisioneros de guerra de las Brigadas Internacionales dando el saludo fascista. Esto se exigió a todos los prisioneros, españoles y no españoles, en San Pedro y en otros campos de prisioneros. Según el voluntario estadounidense Carl Geiser, que estuvo preso en San Pedro entre abril de 1938 y febrero de 1939, los brigadistas encarcelados -principalmente británicos y estadounidenses- acordaron entre ellos dar el saludo fascista para evitar las palizas que se daban a los presos que se negaban. Agrega que “los sargentos ignoraban los saludos torpes con tal de que no se cerrara el puño” (Carl Geiser, Prisoners of the Good Fight, 1986, p. 129). La obligación de dar el saludo fascista acompañado por el grito del nombre del dictador, y también las palizas administradas a los prisioneros, forman parte de las numerosas contravenciones de la Convención de Ginebra de 1929 sobre el trato a los prisioneros de guerra por parte de los militares rebeldes.
[Traducción del inglés: Carlos Terraga]
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FOTO DE PORTADA: Despedida de miembros de la Brigada Internacional XV, posiblemente el Batallón Inglés, durante la Batalla del Ebro en el campo de fútbol de Marçà (Tarragona), Octubre 1938. Autoría: Concern Illustrated Daily Courier – Illustration Archive, Public domain, via Wikimedia Commons.